Hay quien dice que París jamás se vio tan hermosa como bajo la mirada de André Kertész y Brassai. Que nunca una ciudad inspiró tanto a dos fotógrafos. Que sus noches jamás tuvieron tanta poesía. Ni tanto misterio. Que hay quien aún cree ver, bajo el manto de la noche, a un fotógrafo cargado con su cámara de placas; un hombre que observa, coloca su cámara y fuma mientras espera… Y que después se desvanece en la niebla.
A Brassai el novelista Henry Miller lo llamó «el ojo de París». Ante Kertész y su talento se postró el mismísimo Henri Cartier-Bresson. «Cualquier cosa que hagamos, André Kertész la hizo antes», dijo una vez. El talento de ambos dibujó el París de una época, pero su legado, el de ambos, va mucho más allá: Brassai fue el mago de la noche, el maestro que popularizó y convirtió a su vez en arte la fotografía nocturna. Kertész fue un virtuoso de la composición, el hombre que dejaba un trozo de su propia alma en cada una de sus fotos: «Soy incapaz de tener una cámara en las manos y no expresarme a través de ella», decía.
Kertész y Brassai tenían mucho en común y les unió una gran amistad… No exenta de altibajos y algún que otro encontronazo, como veremos después. Ambos eran húngaros, de edades parecidas, y París fue la ciudad con la que soñaron desde niños. A ambos les tocó esperar para cumplir su sueño. La madre de Kertész, tras la guerra, quería tener a sus hijos cerca y no dio permiso a André para marcharse hasta 1925, viendo que en Hungría difícilmente podría hacer carrera con la fotografía.
Fui a París porque sentía que tenía que ir, no sabía por qué. Tenía una pequeña cantidad de dinero para vivir durante un tiempo, tenía mi creatividad y tenía mis sueños. Éramos tres hermanos; mi padre había muerto y mi madre quería que la familia permaneciera unida. En 1925, sin embargo, ella me dijo que, si todavía quería ir a París, debía irme; que ella no quería detenerme: «Tienes razón, hijo, no hay lugar para ti aquí. Lo que quieres hacer, no puedes hacerlo aquí. Vete, muchacho». Así que me fui. Partí hacia París el 25 de agosto, o tal vez era septiembre.
En el caso de Brassai, su padre era profesor de literatura francesa y había vivido en París. Siempre quiso que su hijo visitara la ciudad. Lo llevó allí con apenas cuatro años y no pudo volver hasta que tuvo 25 años, en 1924, un año antes de que lo hiciera Kertész.
Otro punto en común es que ambos cambiaron sus nombres cuando estaban ya instalados en la capital francesa. Kertész, cuyo nombre de pila original era Andro, sustituyó éste por André, mientras que Brassai dejó de lado su verdadero nombre, Gyula Halász, y empezó a firmar sus trabajos con un pseudónimo basado en el nombre de su ciudad natal, Brassó.
Pero la actitud de ambos durante sus primeros meses en París fue bien diferente. Kertész, un autodidacta que ya había dado sus primeros pasos en su Hungría natal, llegó con algo de dinero ahorrado y siguió haciendo fotos y mostrándolas en círculos artísticos hasta conseguir trabajar para varias revistas.
Mi trabajo pasó por muchas manos, por los cafés, y muchas personas llegaron a conocerlo. Entonces me hacía feliz regalar fotos a mis conocidos, imágenes que hoy en día podría vender por quince o veinte mil dólares. Pero nunca tuve cabeza para los negocios, y ahora no veo un centavo de todo ese dinero.
Después de más de un año dando vueltas, un distribuidor me organizó una exposición. Gracias a eso, poco a poco, fui recibiendo invitaciones y encargos; las cosas iban bien. Me había nutrido artísticamente en Budapest, y ese espíritu se adaptaba perfectamente a los franceses. Ellos decían que yo estaba captando el espíritu parisino; lo que no sabían era que lo que yo hacía era mitad París, mitad Budapest.
El caso de Brassai fue diferente. Mientras Kertész ya era fotógrafo cuando con 30 años se instaló en París, su compatriota no lo era. Había estudiado pintura y escultura en Berlín, donde también trabajó como periodista, y era a eso a lo que quería dedicarse. Pero durante las primeras semanas, optó por conocer París a fondo, enamorado del ambiente artístico y bohemio de la ciudad. Era un hombre atractivo, con talento y don de gentes, y se integró perfectamente en el grupo de artistas e intelectuales que por aquel entonces frecuentaban París.
No pinté nada durante cinco o seis años; la vida allí me resultaba muy excitante y me dediqué a vivir un poco. Hice algún trabajo periodístico para medios alemanes y húngaros y así poder sobrevivir.
Todo fue bien hasta que el dinero comenzó a escasear. Fue en ese momento cuando los caminos de Brassai y André Kertész se cruzaron. El segundo trabajaba ya para revistas y vivía de sus fotografías, mientras que el primero jamás había hecho una foto.
No era fotógrafo, ni siquiera soñaba con la fotografía, era algo que ignoraba e incluso desdeñaba en aquella época.
Es aquí cuando las versiones de ambos fotógrafos comienzan a diferir. Brassai, incluso, da diferentes versiones del encuentro con Kertész y de lo que éste supuso en su iniciación en la fotografía. En algunas entrevistas, apunta a Kertész como el instigador de su interés por el medio; en otras, sin embargo, como en ésta que le hizo el también fotógrafo Tony Ray-Jones en 1970, parece citar de refilón la figura de su amigo y compatriota cuando habla de sus comienzos:
Tony Ray-Jones: ¿Cómo empezaste en la fotografía?
Brassai: No me gustaba la fotografía en absoluto. Con veinte años no había fotografiado nada. Empecé cuando tenía unos treinta años, en París. Caminé mucho de noche por la ciudad y vi muchas cosas. Buscaba un medio para expresar lo que veía y una mujer me prestó una pequeña cámara. Entonces, en 1930, comencé a tomar fotos nocturnas. Conocí a André Kertész y trabajé con él haciendo artículos para revistas, pero sobre todo quería fotografiar la noche, que era lo que me entusiasmaba. Continué por mi cuenta e hice un trabajo sobre las paredes de París.
Tony Ray-Jones: ¿Alguna vez fuiste influenciado por otros fotógrafos?
Brassai: En realidad no. Conocía a Andre Kertesz. Quizás el pintor Georges de la Tour me influyó un poco en París con sus pinturas a la luz de las velas, que me dieron una idea del efecto que las cosas pueden producir de noche, las cosas ocultas y las luces disimuladas.
Sin embargo, la versión de Kertész es ligeramente diferente y es la que habitualmente se da por cierta. Según esta versión, fue el propio Kertész quien animó a Brassai a probar con la fotografía como medio para ganarse la vida, y fue él, también, quien le enseñó todo lo que debía saber sobre técnica y composición. Pero además de eso, le enseñó algo por lo que después sería reconocido internacionalmente: a hacer fotos por la noche.
Pero Brassai, además de no reconocerlo abiertamente, tuvo un mal gesto que a punto estuvo de terminar con la amistad entre ambos. Así es como lo cuenta el propio Kertész en una entrevista que le hicieron para un medio húngaro varios años después:
A Brassai le tenía mucho cariño. Era un genio: un pintor maravilloso, un dibujante maravilloso, un caricaturista maravilloso y un buen escritor. Lo conocí cuando vivía en París.
Su padre era periodista en Transilvania, en Brassó. De allí se fue a Berlín, y luego, creo, vino a París y simplemente trabajó y trabajó. Era inteligente, le tenía mucho cariño, un tipo agradable. Pero tenía problemas en su día a día; le sucedieron algunas cosas… No tenía dinero para pagar el alquiler y cosas así.
Un día le dije: «Mira, lo que estás haciendo es una locura. Dedícate a la fotografía. Puedes ganar el dinero que necesitas haciendo fotos, y luego no te preocupes, tendrás dinero para todo: podrás pintar, si eso es lo que quieres, hacer esculturas, si lo deseas, sin problemas. Puedes conseguir todo eso fácilmente con la fotografía».
«¡No! ¡no! ¡y otra vez no!», era su respuesta. Entonces le dije: «Acompáñame y te enseñaré cómo hacerlo». Me lo llevé conmigo a un encargo tras otro y le enseñé lo que hay que saber sobre técnica y composición, como si fuera un hermano. En una palabra: todo. Le dije: «Eres brillante, tienes gusto. Aprenderás y ya verás: el dinero vendrá rodando».
Hice fotos con él durante un tiempo, y luego le dije que probara por su cuenta. Volvió, y lo que me enseñó eran ‘fotos de Kertész’, en todos los sentidos. «¡Muy bien! ¡Prueba de nuevo! ¡Inténtalo!», le dije, hasta que me pareció que ya estaba preparado. También le enseñe cómo sacar fotos de noche.
Me enteré de que habían convertido una barcaza en un alojamiento para dormir, e hice un reportaje fotográfico sobre ese tema. «¡Ven conmigo!», le dije. En aquel momento, no había flashes; así que usé largos tiempos de exposición. Salí, subí al Pont des Arts, y allí estaba la barcaza.
Instalé la cámara y comencé a hacer una larga exposición: necesitaba ocho o diez minutos, o seis, si el lugar estaba iluminado. Pero estaba oscuro, así que no tenía idea de lo que saldría, porque todavía no había medidores de luz, nada. Bueno, lo que hice fue repetir las exposiciones; es decir, hice dos negativos, puede que también un tercero, y luego elegía el mejor para imprimir.
Recuerdo que olvidé decirle lo que estaba haciendo. Estábamos charlando mientras yo configuraba la cámara y en una de estas me preguntó: «¿No estás haciendo una foto?» «Claro», le dije, «eso es lo que estoy haciendo». Y entonces se lo expliqué todo. Le dije que debía probar, le dejé la cámara y él hizo un intento.
Después, él tuvo un éxito fantástico con ese tipo de fotografía. Rompí mi amistad con él más tarde porque me hizo una jugarreta. Yo había hecho una sesión de fotos y él sabía qué fotos tenía yo, le había explicado todo hasta el último detalle de aquella sesión. Luego desapareció durante tres semanas. Mientras tanto, Tihanyi (el pintor Lajos Tihanyi) me dijo que Brassai había vendido mis fotos para un libro.
Resulta que le ofreció los materiales a un editor cuya oferta yo no estaba dispuesto a aceptar. Ese editor me había hecho una oferta para un libro después de mi primera exposición, pero era una oferta que apestaba, porque yo me quedaba con el 10 % de los beneficios y él con el 90 %. Yo les había contado eso a mis compañeros, pero Brassai copió mi material a mis espaldas y se lo ofreció al editor.
Cuando me encontré con él tres semanas después, le dije: «He oído lo que has hecho. ¡Debería darte vergüenza!» Y él me dijo: «Sí, lo hice, te guste o no». Un par de semanas después yo ya me había olvidado del asunto.
Les hablé de él a las revistas para las que yo trabajaba y les pedí que le dieran algún encargo. ¿Se puede hacer más? Yo le ayudaba; incluso hablé con reporteros de periódicos. En este negocio, él era una persona de éxito, un individuo maravilloso y con talento.
Todo indica que este suceso acabó distanciando a ambos fotógrafos, pero que con el tiempo retomaron su amistad. Así, Brassai jamás negó el talento de Kertész aunque no dejara nunca muy claro cuál fue su papel en sus comienzos:
Kertész tenía dos cualidades esenciales para un buen fotógrafo: una insaciable curiosidad por el mundo, por la gente y un sentido preciso de la forma.
Kertész fue, precisamente, el autor de uno de los retratos más conocidos de Brassai. Se lo hizo en París, en 1963, y lo tituló «My friend Brassai (mi amigo Brassai), Paris, 25 november 1963″.
Lo cierto es que la huella de Kertész puede verse en varias fotografías de Brassai, sobre todo en aquellas que hizo en sus comienzos. Hay veces que coinciden en los motivos, pero también hay reminiscencias en temas, poses y en la forma de componer.
Pero también es cierto que ambos retrataron la ciudad de París de forma diferente, mostrando realidades y perspectivas bien distintas. El París de Kertész es el París de las geometrías, de los juegos de sombras, de los viandantes, de los detalles, de la poesía y el París de la luz. También, puntualmente, el de la noche, con fotografías que nos recuerdan irremediablemente a Brassai.
Su aventajado alumno, por su parte, miró cara a cara al París más oscuro, no solo por su temática nocturna, sino porque supo ver el encanto oculto de la ciudad prohibida, los lugares que marcaban el pulso de ese otro París que no retrató Kertész. Así, su cámara captó, por ejemplo, a prostitutas y homosexuales. Consiguió entrar en Le Monocle, un famoso club de lesbianas de la época, y en un burdel llamado Suzy’s. Le gustaba decir que era un animal nocturno, como Drácula, que nació a pocos kilómetros de su casa. Su trabajo en aquellos lugares se ha ganado, por derecho propio, un lugar en nuestra memoria y en la historia de la fotografía.
Brassai se vivió en Francia hasta su muerte, en 1984, a los 84 años, mientras que Kertész, de origen judío, se vio obligado a emigrar a Estados Unidos en 1936, ya que las presiones políticas y el inminente inicio de la Segunda Guerra Mundial hicieron que sus encargos fueran cada vez más esporádicos. No fueron años fáciles para él, que se vio obligado a empezar prácticamente de cero y siempre se quejaba que los editores y los críticos americanos no sabían apreciar su trabajo. No, al menos, como lo hicieron en Francia durante su época dorada, a finales de los años 20 y principios de los 30. Murió en Nueva York, en 1985, un año después que Brassai, mientras dormía. Tenía 91 años.
Maravillosa texto. Gran historia.
Muchas gracias, Pablo! 🙂
¡Vaya! Con lo que a mí me gusta Brassai, cae un poco mal después de leer el artículo. Pero tu blog sigue siendo apasionante.
Jajajaja, a mí me pasó lo mismo cuando leí lo sucedido. Pero, como dice un amigo mío… «Quédate con la obra, no con el artista» 😉 Tanto si lo que cuenta Kertész sucedió exactamente así como si no, Brassai sigue siendo un grandísimo fotógrafo. Gracias por escribir!
Wow gracias por esta historia y por la bella selección de fotos.
Me alegro de que te haya gustado, María!
El mundo esta lleno de pringaos y de espabilaos.