Es de esas fotos que atrapa nada más mirarla y que hace que te preguntes… ¿pero cómo es posible algo así? ¿es real? ¿o es un montaje?

La foto es real, muy real, y está tomada en el año 1948, en la ciudad de Hamburgo. Su autor tenía apenas 17 años y casi medio siglo después tomaría una de las fotos icónicas del siglo XX. En ella, Nelson Mandela mira por la ventana de su celda en la isla Robben, la cárcel en la que estuvo preso durante 18 de los 27 largos años que duró su cautiverio.  Es el año 1994, han pasado cuatro desde su liberación y uno desde que le concedieran el Premio Nobel de la Paz.

Un fotógrafo amigo está con él, y capta la imagen que hará historia. Es el alemán Jürgen Schadeberg.

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Foto: Jürgen Schadeberg.

Es una fotografía que cuenta la historia de su vida y demuestra que los años pasados en la cárcel no consiguieron arrebatarle su humanidad, explica Schadeberg cuando habla de ella.

Es su foto favorita, él mismo lo reconoce, pero cuando un conocido diario inglés le pidió que escribiera un texto sobre una de sus fotos, Schadeberg no eligió, como se esperaba, la foto del líder sudafricano, sino otra imagen que tomó muchos años antes, cuando apenas tenía 17 años, y que recuerda con especial cariño.

En ella, un joven llamado Hans Prignitz hace el pino en una torre alta con la ciudad de Hamburgo al fondo.

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jurgen schadeberg hans prignitz

Foto: Jürgen Schadeberg.

Hans Prignitz era el hermano de un amigo mío. Era un acróbata que, como nosotros, creció en Berlín durante la guerra. Cuando terminó, nos mudamos a Hamburgo y Hans comenzó a actuar en un club nocturno. Hacía todo el show cabeza abajo, caminando sobre sus manos y apoyado en unos largos palos, incluso subía y bajaba escaleras. Era increíble.

Saqué esta foto en 1948, cuando tenía 17 años y trabajaba como aprendiz en la Agencia de Prensa Alemana. Fui al club para fotografiar a Hans como un favor.

 En aquellos días, era difícil conseguir flashes, así que usé una sartén impregnada de polvo de flash. Levanté mi cámara y di fuego al polvo. Hubo un gran destello y la gente del club se puso a gritar. Un espeso humo negro llenaba toda la estancia. Encima de mí había un balcón lleno de gente: sus rostros estaban cubiertos de hollín. Después de aquello, me echaron a la calle.

Pero había hecho la foto, y pude conseguir una buena imagen de la actuación de Hans. A cambio, le pedí que posara para mí en la iglesia de St Michaelis, un famoso monumento de Hamburgo. Estaba encantado. Subimos juntos y él se puso directamente sobre sus manos. No había mucho espacio para parar una posible caída, solo una pequeña repisa de medio metro de ancho. Pero él no estaba preocupado, estaba acostumbrado a hacer este tipo de cosas apoyando las manos en palos, por lo que no había peligro de que perdiera el equilibrio. Se le vía muy fuerte y seguro de sí mismo.

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La iglesia había sobrevivido a la guerra. Desde su torre mayor se podían ver grandes áreas de Hamburgo que aún estaban en ruinas, bien porque habían sido bombardeadas o bien porque habían sido quemadas. Era un típico día lluvioso. Hamburgo tiene un clima terrible: la lluvia es particularmente fría y nunca se detiene, incluso en verano.

Hans finalmente se unió al circo y trabajó en toda Europa y el Oriente Medio. Murió hace ya unos años. Su hija vino a una exposición que hice en Hamburgo, esta foto estaba allí expuesta y ella se sintió muy orgullosa.

La vida era difícil en la época en que hice la foto de Hans. Como aprendiz, no me pagaban nada y a menudo no tenía ni qué comer. Pero yo era joven y me divertía, aunque hice muchas cosas estúpidas. Casi me ahogué en el mar después de fotografiar el yate de Hermann Göring en un pequeño bote de remos. Habían sacado el yate porque iban a subastarlo.

Un día, el jefe de la agencia me llamó y me dijo: «Oye, suelo verte en el bar pero lo único que haces es beber agua. Estás muy delgado«. Le dije que no tenía dinero y me propuso fotografiar partidos de fútbol los fines de semana. Si usaban una foto mía, me pagarían 20 marcos, suficiente para una comida. Fue muy amable por su parte, pero todo aquel tiempo que tuve que pasar de pie bajo el frío helado de Hamburgo hizo que me apartara del fútbol de por vida.

Cuando era un niño que crecía en Berlín, le decía a mi madre: «¿Quién es este hombre de la radio que siempre está gritando y parece tan enfadado? ¿De qué se trata todo esto?» Ella me dijo que me callara o que nos meteríamos en problemas. Era un ambiente muy desagradable para crecer y, después de la guerra, todavía había muchos nazis. El ambiente era malo. Necesitaba irme, así que fui a Sudáfrica.

Esto terminó siendo como ir de Guatemala a Guatepeor porque en Sudáfrica justo estaba comenzando el Apartheid. Nadie creía que aquello fuera a durar.

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Mandela, en su bufete de abogados. Foto: Jürgen Schadeberg.

Schadeberg llegó a Sudáfrica en 1950, huyendo de la posguerra. Dos años después fotografió a Nelson Mandela por primera vez. Mandela era entonces un joven abogado que acababa de poner en marcha el único bufete de abogados negros del país.

Su amistad duró décadas, un tiempo en el que el fotógrafo alemán fue testigo excepcional del cruento desarrollo del régimen, lo que le valió para trabajar como fotoperiodista para diversos medios como ‘The Sunday Times’, ‘Life’ o ‘Stern’. También fue detenido varias veces, e incluso tuvo que salir del país durante una temporada.

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Mandela, en 1958, a la salida de un juicio. Foto: Jürgen Schadeberg.

Retrató a personas y grupos que cambiarían el curso de la historia, pero la foto que siempre llevó en su mente, y aún hoy lo hace, es la del joven Prignitz desafiando a la gravedad con la ciudad de Hamburgo como testigo de excepción.

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