Es un día cualquiera de 1976 en Providence, Rhode Island. Todo transcurre con aparente normalidad hasta que un camión cargado de harina vuelca en una de las calles de la ciudad. Cerca de allí tiene su estudio Francesca Woodman, una habitación sin calefacción en una antigua fábrica de telas llamada Pilgrim Mills.
Francesca lleva un apenas año viviendo ahí, mientras estudia en el RISD (Rode Island School of Design), donde asiste a clases de poesía y tiene a Aaron Siskind como profesor.

Francesca en su estudio de Providence. Foto: Douglas D. Prince.
Como consecuencia del accidente del camión, el cargamento de harina queda esparcido por toda la calle. Un fino manto blanco cubre la acera, varios coches y va esparciéndose más y más con el suave viento y el paso de la gente. Las huellas de los peatones y los neumáticos se convierten en marcas negras que contrastan con el blanco de la harina. Algunas permanecen oscuras e invariables durante varios minutos; otras van blanqueándose de nuevo, poco a poco, a medida que la harina que flota en el aire va posándose en el suelo.
Woodman es testigo de todo ello y esa especie de lienzo viviente en el que se convierte la calle tras el accidente del camión de harina estimula su imaginación.
Francesca cogió un cubo, bajó a la calle, lo llenó de harina y se lo llevó a su estudio, cuenta su padre, George Woodman.

Francesca Woodman y su padre.
Son los años en los que la joven fotógrafa juega una y otra vez con los límites de la fotografía y utiliza el video como parte importante de su lenguaje performativo.
Charlie Woodman, hermano de Francesca: Nuestros padres eran artistas. Mi padre era pintor y fotógrafo y mi madre se dedicaba a la cerámica artística. Crecimos en una familia donde crear arte era lo más importante. Francesca y yo estábamos interesados en crear objetos e imágenes desde una edad muy temprana. No se trataba de cumplir un requisito o una expectativa, sino que, simplemente, nada resultaba tan interesante como crear arte.

Francesca con sus padres y su hermano Charlie. Foto: George y Betty Woodman.
De vuelta en su estudio, Francesca decide plasmar en imágenes las ideas que bullen en su cabeza. Tiene la harina, una silla, un gran ventanal por el que se cuela la luz del sol y tiene su cuerpo. Entonces decide grabar el siguiente video. La calidad de la imagen no es buena pero se trata de un documento de gran valor, ya que es una de las poquísimas ocasiones en las que, además de observar a Francesca trabajar, podemos escuchar su voz:
El video contiene muchas de las claves que caracterizan la obra de Francesca Woodman: al principio, Francesca entra en plano vestida con lo que parece ser un abrigo de piel; le gustaba vestirse con ropas holgadas y superpuestas, con cierto toque decimonónico.
Cuando vivíamos en Italia, recuerda George Woodman, mi mujer y yo íbamos a museos y nos llevábamos a Francesca y a su hermano con nosotros. Solíamos darles un cuaderno para que anduviesen a su aire e hicieran dibujos de lo que veían. Francesca solía dibujar y copiar cuadros de mujeres con vestidos muy lujosos. Hizo un buen número de dibujos muy elaborados de chicas jóvenes vestidas con ropas muy elegantes.
Francesca se quita el abrigo y tapa la silla con él. Está desnuda. Estaba interesada en el acto liberador de desnudarse, afirma su hermano. Su cuerpo es una de sus principales herramientas de trabajo; el desnudo, su manera de explorar la identidad, lo físico y lo material. Es su lienzo preferido y como tal lo usa en el video, embadurnándose de una sustancia de color blanco. Es su forma de transformar su identidad, de romper los tabúes de la desnudez y la autotransformación.
Después se tumba en el suelo, boca arriba, y permanece inmóvil (en estos años experimenta constantemente con las largas exposiciones y las velocidades lentas), hasta que se produce un corte y un salto en la imagen: el abrigo que estaba sobre la silla desaparece, el suelo aparece ahora embadurnado de harina, pero Francesca permanece tumbada en la misma postura. Woodman rompe aquí la continuidad del tiempo, altera ligeramente la escena (el abrigo, la harina) y es la inmovilidad de su cuerpo el que sostiene el continuum de la historia, el que hace de nexo de unión entre el antes y el después.
Acto seguido, se levanta, despacio, por un momento parece el alma que abandona el cuerpo (crea así esa atmósfera un tanto fantasmagórica y onírica que caracteriza muchas de sus imágenes) y observa la huella de su cuerpo en el suelo. Camina y sale de la escena. Entonces escuchamos su voz, emocionada, primero en un susurro contenido: ‘What a wonderful shape! (¡Qué forma tan maravillosa!), dice. Y después exclama, ya de viva voz, ‘Oh, I’m really pleased!’ (¡Oh, estoy muy contenta!).
El video acaba ahí, pero no el acto creativo. De este escenario nacen dos imágenes que están entre las más conocidas de su obra. En la primera de ellas, Francesca aparece sentada en la silla, desnuda, llevando tan solo unos zapatos, justo al lado de la silueta dejada por su cuerpo en el suelo harinoso. Mira directamente a cámara. La autorreferencialidad recorre aquí una triple vía entre la cámara, la silueta de Francesca y la propia Francesca.

Foto: Francesca Woodman.
La magia de la imagen está en que el desnudo de la fotógrafa queda eclipsado por la negrura y la inquietante presencia de la silueta del suelo. La ausencia se impone a la presencia. La mirada directa de Francesca a cámara nos mete de lleno en la fotografía, nos interroga y nos hace parte del misterio.
En la segunda imagen, la parte superior del cuerpo de Francesca queda fuera de plano, desaparece, al igual que la cabeza de su silueta en el suelo. La harina la ha borrado casi por completo. La fragilidad y volatilidad de la identidad, otro de los motivos de su obra, se unen aquí a la dicotomía ausencia-presencia, material-inmaterial, presente ya en la primera fotografía.
¿Estoy en la imagen? ¿Estoy entrando o saliendo? ¿Podría ser un fantasma, un animal o un cadáver y no solo esta chica que está quieta en la esquina…? Escribió una vez en su diario personal.

Foto: Francesca Woodman.
También hay quien ve mucho más en estas fotos, y sin duda lo hay, ya que el universo creativo de Francesca es tan fascinante como complejo. No es en absoluto extraño mirar estas fotos y percibir sentimientos de pérdida, abandono, vulnerabilidad… aunque a veces es difícil no dejarse llevar por el trágico final de Woodman e interpretar toda su obra bajo el prisma de su suicidio. Cinco años después de tomar estas fotos, Francesca se quitó la vida lanzándose al vacío desde un edificio de Nueva York. Tenía 22 años.
Betty Woodman, madre de Francesca: Algunas personas ven lo que ella hace aquí y dicen… Oh, esto trata sobre la pérdida, sobre algo doloroso… Pero yo veo lo que hace. Ella tiene una idea y tiene toda esa harina. Lleva a cabo lo que tiene en mente, funciona y está encantada, satisfecha. Así era Francesca. No se trata de un sentimiento de pérdida, se trata de decir ‘¡Mira lo que he hecho!’ Y eso, tal y como yo lo veo, es hacer arte.
Charlie Woodman: Cuando miras esas fotografías, ves lo seria y reflexiva que era. Hay mucho humor y hay mucha magia en su trabajo. Humor y magia son palabras que no se usan a menudo cuando se habla de su obra y a mí me parece que son elementos importantes.

Francesca Woodman. Autorretrato.
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