Era el año 1965 y yo vivía en París. Un día, mientras me dirigía a un lugar llamado Pictorial Service para revelar mis fotos, me fijé en un tipo con el que coincidí en el ascensor. Había algo especial y extrañamente transparente en él. Pensé: «Este debe ser Henri Cartier-Bresson«. Era conocido por su capacidad de fotografiar personas sin que ellas se dieran cuenta. Más tarde, cuando me uní a la agencia Magnum, llegamos a conocernos bien. Era un hombre nervioso pero ocurrente, nunca se tomaba a sí mismo demasiado en serio. No quería ser un héroe ni ser ‘el gran hombre’; odiaba todo eso.

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Foto: Henri Cartier-Bresson

También odiaba que se le pidiera usar el color para un encargo concreto.  Para Henri, el color tenía que ver con la pintura. Él era un experto en pintura. A veces,  iba a museos con él y veía lo mucho que le emocionaba. Podía quedarse mirando un cuadro durante unos 20 minutos o más. Bonnard, Matisse, Rembrandt, Goya… Cualquier pintor que se te ocurra, eran muy importantes para él.

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Foto: Henri Cartier-Bresson

Creo que Henri tal vez hubiera estado más interesado en usar el color si en aquel entonces hubiera sido posible jugar y experimentar con él de la manera en que podemos hacerlo hoy en día, pero en aquellos años sus posibilidades eran limitadas. No se podían hacer copias como ahora. Entonces, cuando Henri disparaba en color, tenía muy poco control sobre el resultado. Le obligaron a hacer algo de color para las revistas, no le gustó. El resultado final no era satisfactorio porque la impresión no era buena. Además, en Magnum, en ese momento, las personas que disparaban en color lo hacían por razones comerciales y a Henri eso no le gustaba.

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Fotografías en color de Henri Cartier-Bresson

Una vez, cuando vino a ver una exposición de mi trabajo en color en Marruecos y mientras miraba mis fotos decía cosas como ‘esto no está mal, pero esta parte no es del todo correcta…’ Después ponía trozos de papel de diferentes colores sobre mis fotos y decía cosas como ‘quizás sería mejor así …’

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Foto: Harry Gruyaert

Me envió un libro de André Lhote, que fue su profesor de pintura, y cuando me llamó para ver si lo había leído, me dijo que me iba a enviar una caja de pinturas para que colorease alguna de sus fotos. Me negué. Le dije: «Henri, no soy pintor».  Me di cuenta de que había algo en mi forma de utilizar el color que le llamaba la atención. Es una historia rara pero descubrí que le interesaban los matices del color.

Supongo que  había algo que le había llamado la atención de mi trabajo y solo sentía curiosidad por ver cómo quedaría.

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Foto: Harry Gruyaert

Su reticencia a usar el color no me detuvo. En aquel entonces, muchos fotógrafos solo lo usaban cuando las revistas les pedían que lo hicieran, lo que demuestra que aún no se habían explorado todas sus posibilidades creativas. Pero para mí el objeto y su color son una misma cosa; con el color te ves inmediatamente afectado por las diferentes tonalidades que definen una situación.

BELGIUM. Flanders region. Town of Antwerpen. 1988. Launderette.

Foto: Harry Gruyaert

Mis principales influencias en la fotografía son el cine, la pintura y Henri Cartier-Bresson. Cartier-Bresson lo es por su momento decisivo, cuando las cosas se unen de esta manera milagrosa, cuando la composición es perfecta y tiene sentido. Tal y como él dijo: «Se trata de poner la cabeza, el ojo y el corazón en la misma línea de visión, es una forma de vida».

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Foto: Henri Cartier-Bresson

A lo largo de la década de 1970 y 80, fotografié innumerables festivales y desfiles en Bélgica, que eran ocasiones en las que se daban muchos excesos alcohólicos. La siguiente imagen, tomada en el verano de 1988 en la ciudad de Boom, muestra a unas personas que esperan al desfile del carnaval. Es parte de una serie que hice sobre mi país natal. Tuve una relación complicada con Bélgica debido a mi estricta educación católica. Es difícil trabajar en el lugar de donde eres, es complicado encontrar la inspiración. Pero como hacía tiempo que ya no vivía allí, pude trabajar.

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Foto: Harry Gruyaert

Anteriormente, había usado el color en Marruecos e India, aquellos lugares tan vibrantes que parecían exigirlo. Antes de aquello, todo lo que había en Bélgica me había parecido gris. Pero fue cuando descubrí la belleza de la banalidad cuando pude fotografiar Bélgica en color.

Esa foto, la del desfile, funciona por el movimiento de las personas, por  la forma en que están ocultas tras los globos y, por supuesto, por el color.

Para mí el color es primordial. Es mi instrumento de trabajo.

 

*Las palabras de Harry Gruyaert están tomadas de diferentes entrevistas y citas extraídas de The Guardian, Phaidon y El Confidencial.

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