Ya lo dijo Martin Parr: «Fotografiamos bodas, pero no funerales». Por eso los tradicionales álbumes de familia suelen limitarse a mostrar escenas idílicas de personas disfrutando de momentos felices: las vacaciones, las bodas, las reuniones familiares, los cumpleaños… Fotos que se hacían principalmente para guardar y conservar recuerdos. Algo muy parecido pasa hoy día con las fotos que se suben a las redes sociales. Elegimos una sucesión de momentos felices y perfectos, y con ellos construimos la vida que queremos mostrar.

En otras palabras, desterramos lo malo, lo triste o lo doloroso, lo ignoramos fotográficamente porque así podemos intentar alejarlo de nuestra mente y hacer como si no hubiera pasado. Somos unos pésimos documentalistas de nuestras vidas.

Pero si las fotografías se utilizan, entre otras cosas, para recuperar recuerdos, o para mantenerlos frescos, ¿qué pasa cuando esos recuerdos desaparecen de nuestra mente? ¿Cómo podemos reconstruir una vida, y una identidad, basándonos solo en momentos felices? ¿Y qué pasa con la vida que queda, por así decirlo, fuera del álbum?

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Imagen promocional del documental de Netflix. Foto: Netflix.

Netflix emite estos días un documental titulado ‘Tell me who I am‘ (Dime quién soy), la historia de un hombre con amnesia a quien su hermano oculta una terrible verdad hablándole de una infancia idílica… y totalmente falsa. Una mentira que se sostiene en la confianza que existe entre ambos hermanos, que son además gemelos, y en otro elemento esencial en este caso: las fotos del álbum familiar.

MARCUS LEWIS

Alex perdió la memoria en un accidente. Y yo la perdí voluntariamente. Y era genial. Yo era libre. De repente tenía una infancia agradable. De repente tenía unos buenos padres. Nada de aquello había pasado. Yo le ayudé a no tener esa infancia, pero también me ayudaba a mí mismo. Y era mágico.

ALEX LEWIS

Empecé a preguntarle a Marcus por mi infancia. Me enseñó una foto de los dos de vacaciones. Era bonita. Éramos los típicos niños jugando en la arena. Asumí que lo hacíamos cada año. Él me enseñó fotos… Y yo até cabos. Marcus me daba una foto y yo me basaba en ella para construir recuerdos de dos niños felices en la playa.

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Fotograma extraído del documental de Netflix

En 1982, Alex Lewis, un joven inglés de 18 años, sufre un accidente de motocicleta que le deja sin memoria. Cuando despierta en el hospital, tiene la mente en blanco, es incapaz de recordar nada. Solo reconoce a una persona: su hermano gemelo Marcus.

«La vida no consiste en detalles significativos, iluminados por un destello, fijados para siempre. Las fotografías, sí», dice Susan Sontag en su célebre ensayo ‘Sobre la fotografía’. Y fueron esos «destellos» los que ayudaron a Marcus a construir una infancia a medida para Alex, un pasado alejado del horror de la verdad y que nunca, jamás, aparece en las fotos que se guardan en el álbum familiar.

El objetivo de Marcus era ahorrarle a su hermano el sufrimiento de lo que les sucedió cuando eran niños. Y las fotos le ayudaron. No porque fueran falsas, sino porque ocultaban perfectamente la verdad. Parte de su infancia, la que les marcaría para siempre, quedaba relegada a las sombras, fuera del álbum.

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Marcus y Alex Lewis

MARCUS

Lo que realmente estaba haciendo era reimplantarle recuerdos, devolverle su infancia desde que era un bebé hasta los 18 años.

ALEX

Cuando no tienes recuerdos y te dan algunos datos, solo unos datos sobre unas vacaciones, eso significaba mucho para mí, porque no tenía nada más. Esos diminutos fragmentos se convirtieron en los cimientos de mi nueva identidad. La vida parecía agradable. La vida que Marcus me mostró y yo recreé era la de una familia acomodada de cerca de Londres, con padres normalísimos y fiestas en el jardín en las que todo era perfecto. Hizo una fotografía idílica de mi vida.

MARCUS

Él me preguntaba por las vacaciones familiares, pero la verdad es que no íbamos de vacaciones. Si íbamos, era con familias de otros, nunca con nuestros padres, pero yo no quería transmitirle eso a mi hermano, porque era deprimente, triste y no muy normal. Así que en vez de decirle «no nos íbamos de vacaciones porque nuestros padres son una mierda», le decía «sí, nos íbamos constantemente. Mira, esto es una foto de nuestras vacaciones en Francia». Conseguí una foto nuestra en la playa. Y pareció convencerle. Yo le daba una foto y su imaginación hacía el resto.

MARCUS

Le regalé un álbum de fotos de recuerdos felices, de momentos felices. Sin nada de lo malo. Intenté no inventar nada. Solo omitía cosas. Si hubiera empezado a preguntarme más cosas, todo se habría desmoronado y se habría dado cuenta de lo que pasaba. Pero había perdido todos sus recuerdos, así que nunca cuestionó nada de lo que le dije. Si le decía que habíamos ido de vacaciones, así era. Punto. No volvía a preguntar. Y lo hice hasta que tuvo 32 años. Tenía una fe ciega en todo lo que le contaba.

ALEX

Esa es la clave de todo esto. La confianza. No tenía motivo para no fiarme ni cuestionarlo.

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Marcus Lewis, ante su hermano Alex. Fotograma extraído del documental de Netflix.

El documental muestra cómo Alex confía plenamente en lo que le cuenta su hermano, y lo hace porque hay fotografías, es decir, pruebas, que parecen concordar con esa infancia de la que habla Marcus. Las fotos certifican esos nuevos recuerdos, son «verdaderas». Allí están ellos sonriendo, jugando en vacaciones, sus padres posando en reuniones familiares, su madre siempre sonriente y en actitud divertida… Nada de eso puede ser falso. ¿O sí?

Joan Fontcuberta, el famoso ensayista, crítico y fotógrafo catalán, es una de las personas que más y mejor han mostrado la capacidad que tiene la fotografía para mentir.

«Toda fotografía es una manipulación en el sentido de que reconstruye la realidad en base a unos parámetros subjetivos», dice en una entrevista concedida a la agencia Efe. Y en otra entrevista, refiriéndose a las imágenes que subimos a las redes sociales, hace otra afirmación que bien puede aplicarse a la selección de imágenes que forman parte de un álbum familiar: «Ese repertorio de imágenes forma parte de la gran ficción, porque no da con la realidad de nuestras vidas, excluye el dolor, la tragedia o la muerte y por lo tanto es una forma de falsear lo que queremos recordar».

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Alex y Marcus, recién nacidos, con su madre.

«Lo que QUEREMOS recordar»… he ahí el quid de la cuestión. Fotografiamos lo que merece la pena recordar, lo que hace que nos sintamos bien, no lo que nos duele o nos causa tristeza. Pero la vida real, la vivida y no la fotografiada, dista mucho de ser una sucesión de alegrías. Esos momentos existen, no son falsos, al menos no en su mayoría, pero son un relato parcial, interesado y sesgado de nuestras vidas.

Marcus, cuando se encuentra ante la perspectiva de reconstruir un relato de los 18 años de la vida familiar a su hermano, tiene dos opciones: contar la verdad, que incluye también lo malo, y en su caso concreto, un terrible secreto que es fuente de un gran sufrimiento, o contar solo lo que se ve en las fotos. Él elige las fotos. Su hermano Alex, sin embargo, no tiene opción; el relato de su hermano es lo único que tiene. Eso, y las fotos que parecen atestiguarlo.

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Alex Lewis, escuchando a su hermano Marcus. Fotograma extraído del documental de Netflix.

MARCUS

Tras el accidente, se volvió un entusiasta de la fotografía porque tenía la paranoia de que iba a perder sus nuevos recuerdos.

ALEX

Le hacía fotos a la gente divirtiéndose. Hacía fotos en las fiestas, a las personas que conocíamos, a los sitios a los que íbamos. Quería capturar cada momento de cada mes de cada año del resto de mi vida.

La fotografía es la muleta que sostiene la memoria de Alex. Y ante el miedo a volver a perderla, el joven recurre a ella para almacenar también esos nuevos recuerdos que se van generando a partir de sus nuevas experiencias vitales. Su identidad se va construyendo en base a las fotografías, las que pertenecen al álbum familiar y las de ese otro álbum que va construyendo él mismo con las fotos que va tomando tras el accidente. Lo último que se le ocurre hacer es poner en duda lo que le muestran esas imágenes porque eso significaría poner en duda su propia identidad y la confianza que tiene en su hermano, la única persona a la que recuerda. Y no puede permitírselo, sería como negarse a sí mismo.

La explicación de este apego que Alex tiene a la imagen y su fe ciega en lo que esta le muestra la expresa muy bien la psicóloga, docente y fotógrafa Amparo Muñoz Morella en un artículo sobre fotografía y memoria: «La conexión con lo emocional se hace más viable a partir de la imagen, ya que el recuerdo, la memoria y su significado se fundamentan en un objeto». La fotografía convierte algo tan etéreo y volátil como la memoria en algo físico, algo que podemos tocar, palpar, guardar o, dado el caso, romper. Algo a lo que podemos aferrarnos y en lo que queremos y podemos confiar. ¿O no?

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Alex y Marcus, con su madre

MARCUS

Él me preguntaba: «¿Nuestra madre es buena madre?» Y yo le decía: «Sí, nuestra madre mola». Y ya no preguntaba más. Archivaba esa imagen en los recuerdos y seguía adelante. Tuve que aferrarme a mi versión porque si no habría tenido que admitir que había inventado una vida que no existía.

Pero es, curiosamente, una foto que no pertenece al álbum familiar de los Lewis la que destapa la mentira, una foto que Alex y Marcus encuentran 12 años después del accidente, justo después del fallecimiento de su madre.

ALEX

Dentro de aquel doble armario había una foto de Marcus y mía con unos 10 años. Estábamos desnudos con la cabeza cortada. Era raro. Demasiado raro. ¿Qué demonios hacía ella con una foto nuestra con la cabeza cortada?

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Fotograma extraído del documental de Netflix

MARCUS

Cuando Alex encontró aquella foto, se sintió confuso. Cuando yo encontré la foto, sentí el horror de lo que me había pasado. No puede ser otra cosa. No puede ser algo que ha pasado sin querer. No nos había cortado la cabeza sin querer. Era algo macabro y perturbador que había que volver a enterrar para no caer en el abismo. 

 

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Imagen de la fotografía tal y como fue hallada. Fotograma extraído del documental de Netflix.

 

Hay tres elementos que se combinan en esa fotografía y que la convierten en inquietante. Uno es la desnudez de los chicos. Pero este hecho, por sí solo, podría no levantar sospechas. Ambos posan en una playa, por lo que la situación puede calificarse de «normal». Pero hay un segundo elemento; la foto está escondida en un cajón secreto cerrado con llave. Y un tercero que acaba por provocar un escalofrío: la foto está rasgada de forma que no se vean las caras de los niños.

Muchas veces pensamos que, hoy en día, viviendo como vivimos, rodeados de miles de imágenes propias y ajenas, y dada la facilidad con la que hacemos, borramos y olvidamos fotos, damos en general muy poco valor a aquellas imágenes en las que aparecemos. ¿Para qué angustiarse por la pérdida o el deterioro de una foto nuestra, cuando podemos hacernos todas las que queramos en el momento en que queramos?

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Alex y Marcus Lewis

Pero nada es tan sencillo ni tan superficial. El desapego hacia nuestra propia imagen es más teórico que práctico. Lo demostró un profesor de una universidad de Barcelona con un sencillo experimento. Pidió a sus alumnos que cogieran un retrato de un familiar y que lo rompieran delante de esa persona, grabando todo con una cámara oculta para registrar las consecuencias de esa acción. El resultado no dejó lugar a dudas: todas y cada una de las personas que veían como sus retratos eran destruidos ante sus narices y sin motivo aparente reaccionaban de forma negativa. Se sentían heridos, insultados y, en algunos casos, agredidos.

Pensémoslo por un momento: ¿Qué haríamos nosotros si encontráramos en un cajón oculto una fotografía nuestra en la que nuestro rostro ha sido eliminado o borrado? ¿Y si en esa foto apareciésemos, además, desnudos? Recordemos eso la próxima vez que estemos tentados de afirmar que la incontinencia, por así decirlo, en la producción y consumo de imágenes provoca desapego hacia las mismas y la banalización de su contenido. No siempre. Y no en todos los casos.

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Alex Lewis. Fotograma extraído del documental de Netflix.

ALEX

Esa foto lo cambió todo para mí.

Mi propio gemelo me había mentido. Estaba solo por primera vez en mi vida.

Lo que lo hizo tan duro fue que yo había construido mi vida en torno a lo que Marcus me había dado. No solo había perdido a Marcus. Me había perdido a mí mismo.

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Alex y Marcus Lewis

 

Había reconstruido mi vida desde los 18 años con nada. Tenía 32 años y había vuelto al principio, a la zona cero. A la nada. Y tenía que volver a empezar por segunda vez, reconstruir mi vida. Otra vez.

Empecé tratando de averiguar quién era mi madre, qué clase de persona era, cómo era esa vida secreta.

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Marcus Lewis. Fotograma extraído del documental de Netflix

 

¿Pero cómo averiguar algo así cuando la persona que puede ayudarte, en este caso tu hermano, se niega a hablar del tema y la única cosa en la que has confiado hasta el momento, las fotografías, no pueden ayudarte? Y no te ayudan porque mientan, sino porque te ocultan parte de la verdad. Lo mismo apoyan una historia verdadera, que sirven para apoyar un relato alternativo en el que las sombras permanecen ocultas, fuera del encuadre.

Ya lo dijo Susan Sontag: «La cámara atomiza, controla y opaca la realidad. Es una visión del mundo que niega la interrelación, la continuidad, pero confiere a cada momento el carácter de un misterio. (…) Las fotografías, que en sí mismas no explican nada, son inagotables invitaciones a la deducción, la especulación y la fantasía».

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Alex, celebrando el cumpleaños de su madre

ALEX

Me dejó terriblemente confuso. ¿Qué era real y qué no? ¿Y si todo es algo inventado? Nada tiene sentido.

Necesito que la mentira acabe y que mi vida sea real. Mi vida no es real, es la que me diste, Marcus. Es lo que tú querías que fuera. Tú has dictado mi vida. Necesito algo. Hacerlo mío.

‘Tell me who I am’ es la historia de la reconciliación de dos hermanos entre sí a través de la revisión, reparación y asunción de su pasado y los terribles hechos que tuvieron lugar durante su infancia. Pero es también un ejemplo más de cómo la fotografía puede construir, mantener y refutar una mentira, y hacerlo sin necesidad de manipular las propias imágenes, basta con acompañarlas de un relato falso.

Las fotografías que Marcus muestra a Álex (ambos disfrutando de pequeños en una playa, su madre en actitudes divertidas, sosteniendo con cariño a sus hijos…) no reproducen escenas falsas, no son montajes, ni se hicieron con la intención de engañar a nadie. Son momentos reales, que reflejan sentimientos y situaciones verdaderas, pero son solo parte de una historia. Hubo otra parte, otros momentos, que no fueron registrados por la cámara.

Y es que la fotografía no solo evoca la memoria, también la construye. Por tanto, también es susceptible de engañar y manipular. Sin embargo, pese a ser conscientes de ello, muchas veces nos exponemos a las imágenes con la guardia bajada. Somos escépticos cuando miramos las fotos que vemos en redes sociales, e incluso, muchas veces, en prensa, pero no cuando vemos las fotos de nuestro álbum familiar. ¿Por qué van a mentirnos o engañarnos unas imágenes tan inofensivas cuyo único objetivo es guardar recuerdos, ser depositarias de nuestra frágil memoria?

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Alex con su madre, ya mayor, antes de descubrir la verdad

Con su aparición en el siglo XIX, la fotografía se hizo con el monopolio y el deber de representar fielmente la realidad, liberando a la pintura de esa carga y posibilitando que los artistas del pincel pudieran explorar nuevos territorios como, por ejemplo, el de la abstracción. Desde entonces, la fotografía se ha presentado durante muchos años como el mejor instrumento para representar la realidad. «La cámara no miente», decían muchos. Pero, aunque hoy en día sabemos que no es así, máximas como «una imagen vale más que mil palabras» conservan aún bastante peso en nuestro inconsciente.

Otra frase se Sontag apoya este argumento. «Objeto antes admirado por su capacidad para verter fielmente la realidad, y también despreciado por su grosera exactitud, la cámara ha terminado por promover enérgicamente el valor de las apariencias». Esas apariencias son, en el caso de los hermanos Lewis, las que ayudan a Marcus a construir una infancia «aparente» o idílica para su hermano, mientras que a él mismo le ayudan a enterrar sus propios recuerdos.

¿Se puede hacer algo contra la «tiranía feliz» o la también llamada «dictadura de la felicidad» del álbum de fotos y de las redes sociales? Artistas como el holandés Erik Kessels, también director de KesselsKrame, una exitosa agencia de publicidad, han hecho algunas propuestas. Kessels apuesta por «el álbum familiar real» y para ello fotografía a su familia no solo en las ocasiones por todos conocidas, sino también en los malos momentos, cuando lloran, se pelean o su casa se inunda.

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Foto: Erik Kessels, Personal family photographs

Lo cierto es que las fotografías llevan el engaño en su ADN. Desde el mismo momento en que evocan un recuerdo (o un sentimiento) son memorias físicas perfectamente maleables a través de palabras o de la propia experiencia cognitiva de la persona que la hace (el fotógrafo) y la persona que la observa.

Cuando terminamos de ver el documental sobre los hermanos Lewis y volvemos a mirar las fotos de su álbum de familia… ¿acaso no nos parece que la mirada de uno de los gemelos es más triste que la del otro? ¿Que, aunque sonría, la de Marcus, el hermano cuyos recuerdos permanecen intactos, no es una sonrisa tan luminosa o auténtica como la Alex, que desconoce su verdadero pasado? ¿O no nos parece ver algo oculto y oscuro en la mirada y los gestos de su madre, y también, por extensión, de su padre? ¿No creemos percibir algo siniestro en todas ellas, algo que antes ni siquiera sospechábamos?

Y es que quizá la clave esté no en negar que lo que capta la fotografía es real, sino en ser consciente de que más que captar la realidad, la reproduce, y que además de reproducirla, como afirma Susan Sontag, «la recicla», es decir, la moldea, reinterpreta o, incluso, como en el caso de los hermanos Lewis, la pervierte, aunque sea por una (aparente) buena causa.

NOTAS

*Las palabras de Alex y Marcus Lewis están tomadas y traducidas del documental ‘Tell me who I am’, producido y emitido por Netflix.

*Las fotografías familiares de los hermanos Lewis son capturas hechas directamente del documental de Netflix.

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