La cámara siempre ha sido para mí una herramienta de investigación, un motivo para viajar, para no ocuparme de mis propios asuntos y, a menudo, para meterme en problemas.
Danny Lyon (Nueva York, 1942) es uno de los fotógrafos que mejor asumieron el lenguaje y las formas de lo que se llamó el Nuevo Periodismo, aquella corriente nacida en los años 60 de la mano de autores como Tom Wolfe y Gay Talese que apostaba por narrar los hechos “desde dentro”, a través de un autor implicado en lo que sucedía, y que involucraba al propio lector con una narración descarnada, cruda e íntima, sin filtros. Lyon hizo todo eso con una cámara en la mano. No se trata ya de hacer poesía con la cámara, sino de contar directamente y experimentar (y hacer experimentar) aquello que se cuenta, exactamente igual que en una novela. Se trata, en definitiva, de utilizar la cámara de fotos como medio para hacer literatura. Y de la buena.
Quería aventuras y quería suciedad, todas las cosas que mis padres no querían. Quería libertad para mí. Tenía un gran sentido de la aventura y quería experimentarlo.
Fue en uno de sus múltiples viajes por Estados Unidos, y por sus historias y conflictos, cuando este fotógrafo que llegó a vivir seis meses con Robert Frank y su familia en Nueva York, se topó con una imagen inesperada que, muchos años después, está entre aquellas que recuerda con más cariño.
Viajé a Knoxville, Tennessee, en 1967 para visitar la casa del fallecido novelista y crítico James Agee. Nadie, hasta quizás Susan Sontag, entendía la fotografía mejor que él. Fui a la cuadra donde creció y encontré que su casa había sido demolida y reemplazada por un bloque de apartamentos, un edificio de ladrillo de dos pisos, extraordinariamente feo, con una entrada de hierro forjado. Un horror arquitectónico.
Vi a estos dos chicos al final de la calle y supe que había encontrado mi tema. Pero no te acercas sin más y tomas una foto, así que comencé a hablar con ellos. Uno de los chicos era mecánico y querían dar una vuelta por la ciudad, pero el coche no arrancaba. Era una máquina hermosa, todo acero pesado y cromo de una época en la que los automóviles estadounidenses eran simplemente asombrosos.
El coche no tenía matrícula, por lo que le habían quitado las placas a otro vehículo, pero se habían quedado sin gasolina. Les di un dólar para que se pusieran en marcha y terminaron dando vueltas por el barrio saludando a la gente con actitud triunfal durante el resto del día. Apenas tenían 15 años.
Es una imagen tremendamente emotiva. El perro parece herido, el chico parece herido, está sucio y el coche no arranca. Pero él no es como los chicos que puedes ver en el trabajo de Dorothea Lange, no quieres ir corriendo a ayudarlo. Nunca me han gustado esas fotos. Esta no es una imagen con un mensaje social. No es una súplica para comprarle jabón a este chico o una campaña de que «los blancos pobres también necesitan ayuda». Es simplemente doloroso. El chico parece herido y el espectador lo siente.
Estaba en mi mejor momento cuando hice esta foto. Comencé en 1962 y, en los siguientes siete años, hice todo por lo que se me reconoce como fotógrafo. Fotografié marchas del movimiento por los derechos civiles en ‘The Movement’, documenté la vida dentro del sistema penitenciario de Texas en ‘Conversations with the Dead’ y la vida en el club de motoristas Chicago Outlaws en ‘The Bikeriders’.
Siempre me ha gustado la gente que vive al margen de la sociedad. La rebeldía siempre ha sido una de las mejores características de Estados Unidos. Por eso hoy día cuento la insurrección que estamos viendo en todo el país, porque es parte de esa historia.
La gente solía preguntarme por qué me atraía la periferia de la sociedad. Pero, ¿qué se suponía que debía fotografiar? ¿Los barrios residenciales? Los encuentro increíblemente aburridos. Cuando era pequeño, todos aquellos hombres de negocios con monótonos trajes de franela y sombreros de ala solo se preocupaban por ganar dinero.
Lo que siempre me ha interesado es la emoción, y lo primero que aprendes cuando entras en el mundo de los ejecutivos es a disimular tus emociones. He estado leyendo a Max Weber, el sociólogo alemán. Capta muy bien cómo funcionan las personas que están «dentro» de una sociedad. La primera generación de empresarios acumula riqueza, pero la gente que los sigue se vuelve como autómatas, repitiendo los mismos procesos de siempre. Hay algo odioso en todo ese mundo.
Me sorprendió leer hace 15 años que la civilización estaba en peligro a causa de los combustibles fósiles. ¿Cómo puedes explicarle a alguien por qué seguimos así? La respuesta siempre es la codicia. Las cosas seguirán funcionando así hasta que la vida desaparezca de la Tierra.
Incluso hoy todavía me siento un outsider y estoy orgulloso de ello. Soy el fotógrafo famoso menos conocido, como alguien me definió una vez. Sigo trabajando, haciendo películas y fotografiando, aunque no al ritmo de mi juventud. La fotografía es poderosa: es prácticamente un lenguaje internacional en la era de Instagram, pero sigo pensando que está separada de otras formas de arte.
Muchos años después de tomar la fotografía de los dos adolescentes, di una conferencia en Nueva York en la que algunos de mis trabajos se proyectaron en una pantalla que estaba detrás de mí. Cuando apareció esta imagen, suspiré. Sin pensarlo, dije: «Hoy nunca podría tomar una foto como esta». Hice esta foto hace más de 50 años, y creo que la persona que yo era entonces se sentía abandonada. No sé por qué; tenía padres, una novia, un hogar…, así que no tiene sentido. Pero creo que ese sentimiento fue fundamental para esa imagen.
Los pintores pueden cambiar y reelaborar sus creaciones, pero una buena fotografía es algo que encuentras. Buscas una visión. Por eso me emocioné tanto en 1967 cuando miré hacia el edificio donde había vivido Agee. Con el instinto de un depredador, supe que había encontrado algo que valía la pena documentar.
Estos días, y hasta el 17 de enero de 2021, PhotoEspaña acoge la exposición de Danny Lyon “La destrucción del Bajo Manhattan”, uno de los ensayos fotográficos más importantes que se han hecho con la ciudad como marco y motivo principal. En él, Danny Lyon y su cámara documentan una herida, tanto física como metafórica, no muy diferente, en el fondo, de la herida de los chicos de su foto: la herida de un barrio neoyorquino que ve como 24 hectáreas son demolidas para hacer sitio a varios proyectos de modernización del centro de la ciudad; entre ellos, el hoy tristemente famoso World Trade Center.
Lyon acaba de mudarse al barrio, y ese proceso de destrucción lo vive día a día, ante sus propios ojos, y así lo cuenta, en ese estilo de Nuevo Periodismo gráfico que tan bien domina. Lyon mira desde dentro y muestra hacia fuera, fotografía en primera persona para hacer llegar al espectador los hechos y las sensaciones de lo que está pasando. No se trata de esa vieja aspiración de cambiar el mundo, sino de relatarlo, comprenderlo y experimentarlo.
Quería cambiar la historia y preservar a la humanidad, pero en ese proceso fui yo el que cambié y fue mi humanidad la que preservé.
NOTA: Las palabras de Danny Lyon están tomadas de un artículo de ‘The Guardian’ y han sido traducidas por mí.
Es una leyenda viva y ademas convivio con otra leyenda(Robert Franck).
Conoci su obra hace años, en el anterior local de Fotocolectania. Creo recordar que en la exposición havia un compendio de su obra. Sobre los que destacaban(para mi) «Bikeriders» y la fotos presidiarias de «Conversations with Dead».
No havia visto antes nada igual.
El resto de su obra es tambien fantastica.
Solo me hace dudar el proyecto de Lower Manhathan(Claro que no lo he visto). No sé, cuando uno es tan bueno relatando vidas, que se ponga a fotografiar zonas, edificios..NNNñe!
Pero lo digo con la boca pequeña pues, ni idea de su contenido.
Un saludo.
Hola, Francesc! Creo que Lyon es uno de los que mejor ejemplifica la idea del fotógrafo viajero, no de aquel que hace fotografías de viaje, sino del que va documentando y captando aquello que se le va cruzando en el camino y le llama la atención. Y lo hace, además, con una gran intuición. Lyon lo hace y también lo hizo, magníficamente, Robert Frank.
El del Lower Manhattan es un trabajo más «estático» en ese sentido (lo hace en el barrio en el que vive) pero también incluye algunos retratos y en ellos la huella de Lyon es muy reconocible. Un gran fotógrafo, sin duda.
Gracias, como siempre, por tu comentario!
Me gustan mucho tus artículos, incluso cuando son temas y fotógrafos que conozco aportas una mirada nueva… me gustan esas fotos que hablan de derrota y, aún así, logran ser hermosas.
Me ha encantado leer lo de que aporto una mirada nueva, siempre intento incluir algo de mi visión personal a mis artículos. Muchísimas gracias por tu comentario. 🙂