Los ángeles y la muerte han marcado la vida personal y profesional de la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942). Ambas figuras van de la mano en la existencia de Iturbide, como dos caras de una misma moneda. La muerte fue la primera en golpear con el prematuro y traumático fallecimiento de su hija menor, Claudia, a los seis años de edad. Aquel fatídico día, Claudia dejó de ser niña para convertirse en «angelito», nombre que se les da en México a los niños fallecidos, ya que se cree que, al estar libres de pecado, suben inmediatamente al cielo.

Otro ángel, mucho menos terrible que el anterior, se cruzaría en su camino, también de repente, algunos años después, y lo hizo en la figura de una mujer del pueblo Seri que, como una aparición, se cruzó en su camino en pleno desierto de Sonora.

 

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‘Mujer Ángel’. Foto: Graciela Iturbide.

 

El primer ángel, su hija Claudia, hizo que buscara consuelo a su pérdida en la fotografía. También la amistad y la influencia de un gran fotógrafo, Manuel Álvarez Bravo, que guió su mirada a través de la poesía, la música y la pintura. El segundo ángel, el que se materializó a través de su cámara, le dio a Iturbide un «regalo» en forma de imagen icónica que es, además, la favorita de la fotógrafa mexicana. Así habla ella de cómo tomó la foto y del significado que esta tiene:

Mi foto favorita es la ‘Mujer Ángel’, se trata de una mujer que camina en el desierto con un magnetofón. ¿Sabes por qué me gusta? Porque nunca me di cuenta de que la hice hasta que vi los contactos. El editor que estaba conmigo me dijo: «Y esta foto… ¿por qué no la incluimos?» Yo no recordaba haberla sacado. Es una foto que siento que el desierto me regaló.

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La foto la hice en el desierto de Sonora, en México, en 1979. Estaba trabajando en un proyecto sobre el pueblo Seri para el archivo etnográfico del Instituto Nacional Indigenista. Estaba en Punta Chueca, cerca de la frontera con Arizona, y llevaba allí mes y medio. En aquella época, la comunidad indígena era apenas de 500 individuos, y, al ser tan pocos, tenía que contar con su consentimiento para hacerles retratos. Al principio fue muy difícil, pero no pasó mucho tiempo hasta que llegamos a conocernos bien.

 

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Graciela Iturbide. Autorretrato.

 

Los Seris son antiguos nómadas. Para mí, esta fotografía representa la transición entre su forma tradicional de vida y los cambios que el capitalismo ha introducido en ella. Por ejemplo, ellos construían ya sus casas con ladrillos en lugar de hacerlo con ramas. Me gustaba que fueran autónomos y que no perdieran sus tradiciones aun habiendo adoptado lo que necesitaban de la cultura norteamericana. Creían que el dinero promovía la desigualdad y el individualismo, y ni querían convertirse en una sociedad dividida.

El día en que saqué esta foto, fui con un grupo a una cueva en la que había pinturas indígenas. Saqué una sola foto de la mujer en todo el camino. La llamo la ‘Mujer Ángel’, porque parece como si volara sobre el desierto. Llevaba con ella un magnetofón, que es algo que los Seris consiguen de los norteamericanos a cambio de cestas y esculturas, y así pueden escuchar música mexicana.

 

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Detalle del magnetófono

 

Cuando volví de Punta Chueca, revelé mis carretes y examiné las hojas de contactos, pero no me fijé en esta foto hasta que mi editor me preguntó por ella. No es algo que me pase habitualmente, ya que siempre sé qué es lo que he fotografiado. Por eso es mi foto favorita, porque es un regalo sorpresa del desierto.

Recuerdo haber vuelto a Punta Chueca para exponer las fotos que hice allí. A los Seris no les impresionaron las fotos porque eran en blanco y negro, y ellos estaban acostumbrados a ser fotografiados por los norteamericanos en Polaroids. Pero al final se llevaron sus retratos a casa, así que supongo que les gustaron.

 

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‘Nuestra señora de las iguanas’. Foto: Graciela Iturbide.

 

‘Mujer Ángel’ es una de sus dos fotos más conocidas (la otra es la icónica ‘Nuestra señora de las iguanas‘, de 1979) y puede que la que mejor resume el México de Graciela Iturbide.

En la imagen vemos a una mujer indígena de espaldas, de larga cabellera negra, vestida de forma tradicional, que avanza por un paraje inhóspito. Parece dirigirse hacia una extensa llanura en cuyo horizonte se adivinan unas montañas. Pero hay un detalle en especial que hace que la foto sea diferente y que atrape nuestra atención: la mujer lleva en su mano derecha un magnetófono. Nos descoloca, nos hace detenernos ante la foto y volver a mirarla; nos suscita, en definitiva, una pregunta. O más.

 

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Silueta de la ‘Mujer Ángel’. Foto: Graciela Iturbide.

 

‘Mujer Ángel’ contiene el México tradicional (la imagen de la mujer), la incursión de la modernización (el magnetófono), y la grandeza y dureza (metafórica y física) del país. Pero la fotografía tiene más lecturas. La mujer casi parece volar sobre el territorio, parece un ángel o, mejor dicho, mitad ángel mitad demonio. La parte superior de su cuerpo es oscura, el rostro oculto, y la otra mitad, de cintura para abajo, está cubierta por una falta de un color blanco brillante. Pureza y oscuridad, luz y sombra, vida y muerte, viaje y búsqueda, soledad y misterio se adivinan en una figura que parece más un pájaro que un ser humano.

Ciertamente, la muerte, la vida y los pájaros son una constante en el trabajo de Graciela Iturbide.

 

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Graciela Iturbide. Autorretrato con serpientes.

 

Yo tuve el infortunio de perder una hija de seis años, y mi terapia, o así lo pienso, era salir a los cementerios a fotografiar a los angelitos. En México llamamos así a los niños que mueren y a los que ponemos en cajitas con papel de china, flores, incluso su comida, y los llevan a los cementerios.

Un día, en una ciudad llamada Dolores Hidalgo, me encontré a un señor y a su familia con el angelito. Me acerqué, les pedí permiso para fotografiarlo y seguirlo al cementerio (…). Seguí al señor caminando por el cementerio, y de repente le vi voltearse como asustado. En el medio del camino estaba la muerte: un hombre mitad calavera y mitad vestido. Algo muy raro, en medio del cementerio. Entonces, sentí que la muerte me estaba diciendo: «Ya, Graciela, basta. Hasta aquí». Y sí, hasta ahí llegué. Me dije: «Es verdad, estoy loca, por qué sigo fotografiando esto». Era como una terapia, pero como una terapia dolorosa. Y ya nunca más fotografié la muerte. De los pájaros de la muerte pasé a los pájaros de la libertad. Fue como una liberación.

 

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Foto: Graciela Iturbide.

 

La foto del cadáver en el cementerio, medio comido por lo buitres, es dura, pero bajo la mirada de Graciela Iturbide tiene también cierto toque surrealista. Con Iturbide, la muerte conserva su misterio y un punto de dignidad. Quizá por eso no le gusta que tilden su trabajo de surrealista, algo que sucede no pocas veces. La forma en que los otros ven sus imágenes sorprende en ocasiones a la propia fotógrafa.

En el post anterior hablaba sobre el fotolibro ‘Ravens’ de Masahisa Fukase, de cómo el dolor llevó al fotógrafo japonés a obsesionarse con los cuervos. Es curioso descubrir cómo Graciela Iturbide, también tras un largo y profundo duelo, sintió en su momento (y sigue sintiendo) fascinación por las aves (en su caso, por los pájaros en general y por toda la simbología que los acompaña).

 

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Foto: Graciela Iturbide.

 

Si Fukase dedicó 10 años de su vida a fotografiar cuervos, Graciela lleva más de tres décadas fotografiando aves. «Todos los pájaros me emocionan», dice cuando le pregunta el motivo de esta obsesión. Una obsesión que se adivina también en ‘Mujer Ángel’, en la que la postura y el cuerpo de la mujer se confunden fácilmente con la silueta de un gran pájaro a punto de iniciar el vuelo rumbo al horizonte.

Ave o ser humano, la ‘Mujer Ángel’ de Graciela Iturbide fusiona el alma compleja de México con las inquietudes de la fotógrafa. Una imagen que atrapa lo visible y lo invisible y, lo que es casi o tan importante como eso, atrapa a quien la mira.

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