Fue el hombre que creó a las top models, el que fotografió a las actrices más famosas de cerca y con la cara lavada, el que elegía siempre el blanco y negro porque la verdadera belleza no necesita el color, el que dijo ‘no’ a la todopoderosa Vogue y consiguió que le dieran la libertad de fotografiar lo que quisiera y como quisiera, y el que, en un guiño inverso a la leyenda de Sansón y Dalila, propuso cortar la melena de una hasta entonces casi desconocida Linda Evangelista, una decisión que no dejó sin fuerza a la modelo, como sucedió con Sansón, sino que, al contrario, la catapultó al estrellato.

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Imagen del anuncio en Instagram de la muerte de Peter Lindbergh

Este martes 4 de septiembre, una imagen de su estudio vacío en Instagram anunciaba la muerte de Peter Lindbergh, el que ha sido, sin duda, uno de los grandes fotógrafos del mundo de la moda y la publicidad.

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No muy amigo de aparecer en los medios y muy reacio a hablar de su vida y facetas más personales, Lindbergh es casi un desconocido para muchos. Pero su obra, y sus palabras, nos muestran a uno de los mejores fotógrafos de la historia.

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                                                                             Julianne Moore. Foto: Peter Lindbergh

La maestría de Lindbergh para producir imágenes icónicas de supermodelos se puede atribuir, en parte, a una mezcla de instinto, buena suerte y la capacidad de saber cuándo, cómo y a quién disparar la cámara. Pero también tiene mucho que ver con su forma de captar a las mujeres. Y es que su secreto era cómo las miraba a través de la cámara, no como a modelos o superestrellas, sino a lo que realmente son: mujeres.

Las fotografías de Lindberg tienen algo especial, diferente al resto. Hay una claridad y una franqueza emocional en ellas, que van más allá de la moda y las acercan al documentalismo. La belleza que muestran es diferente al de resto de fotógrafos del medio. La suya no es una belleza instantánea y fruto de un momento concreto, inalcanzable en el tiempo, sino una belleza perenne que va mucho más allá de todo artificio.

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                                                                       Uma Thurman. Foto: Peter Lindbergh

El retrato es el gran eje sobre el que descansa su obra: la expresividad de las miradas y la contundente presencia del sujeto son lo que sostiene y da su particular fuerza a sus fotos. El espectador acaba atrapado por los ojos, la expresión facial y el lenguaje corporal de la modelo, no por su ropa ni el lugar en el que se encuentra. Quizá eso no gustara mucho a las grandes marcas, que normalmente buscaban el protagonismo absoluto del producto, pero se lo callaban y contrataban a Lindbergh, porque él era diferente, y hacía más por la imagen de marca que los propios productos o la fama de la modelo. Su mirada lo impregnaba todo, y lo hacía personal, genuino, auténtico. En definitiva, todo aquello que una marca comercial busca transmitir.

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                                        Christy Turlington, para Calvin Klein. Foto: Peter Lindbergh

Habrá a quien le resulte extraño que se hable de Lindbergh como de un innovador a la hora de representar fotográficamente la belleza. Es cierto que sus retratos se ajustan los cánones de la moda, pero lo hacen sin plegarse completamente a ellos y elaborando un estilo propio. Es algo difícil de explicar cuando no se conoce su trabajo. No discute ni combate la belleza, lo que hace es reivindicarla en su forma más natural, sin artificios ni ideales inalcanzables. La retrata, además, de forma intemporal: sus retratos son eternos, se ven igual de modernos ahora que hace 20 años, y se seguirán viendo modernos dentro de otros 20.

Robin

                                                                                  Robin Wright. Foto: Peter Lindbergh

Por eso sus sujetos siguen siendo insultantemente bellos, con un toque único de elegancia y veracidad. No hay artificios, no hay diosas inalcanzables, no hay rostros hipermaquillados ni cuerpos con estilismos recargados. La ostentación y el exceso no ensalzan la belleza, la matan. Pero los suyos, y esto es importante, son también retratos íntimos. De ellos emana una sensación de cercanía física y emocional que atrapan al espectador. Lindbergh fue capaz de crear, fotografiar y de transmitir la relación íntima entre sujeto y fotógrafo.  

Por eso, por ejemplo, cuando vemos el retrato de la actriz australiana Nicole Kidman para el calendario Pirelli 2017, tenemos la sensación de estar mirando a la mujer, y no a la gran estrella de Hollywood. Su rostro natural, sin maquillaje, el uso de la luz, su pose, esa especie de languidez, de calma, de confianza y respeto hacia quien la mira (Lindbergh, y por extensión, nosotros) son los elementos que obran el pequeño gran milagro oculto tras los retratos de Peter Lindbergh.

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                                                                                 Nicole Kidman. Foto: Peter Lindbergh

Sin embargo, para el gran público, Peter Lindbergh ha pasado a la historia como «el fotógrafo de las top models». Es la etiqueta que se ha repetido una y otra vez en la mayoría de artículos que se han escrito y publicado tras su muerte. Pero esa etiqueta es totalmente injusta, y lo es por dos motivos: por reduccionista (el valor, el legado y la trascendencia de Lindbergh van mucho más allá de las top models) y por engañosa, ya que da a entender que Lindbergh comulgaba con la forma en que se imponía y representaba el ideal de belleza femenino. Y no era así. La icónica foto de las supermodelos era una ruptura, no una reafirmación.

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La legendaria foto de las supermodelos: Naomi Campbell, Linda Evangelista, Tatjana Patitz, Christy Turlington y Cindy Crawford. Foto: Peter Lindbergh

El propio Lindbergh contó una vez cómo y en qué circunstancias se gestó aquella imagen:

La edición americana de la revista Vogue me llamaba y me pedía que trabajara con ellos, pero yo me negaba. Echando la vista atrás, me doy cuenta de que decir «no» a Alexander Liberman fue una decisión algo atrevida, pero entonces no me importó porque el estereotipo de mujer que la moda perpetuaba en aquella época no me interesaba. Era un Olimpo salpicado de limusinas y mujeres perfectas y hermosas caminando por la Quinta Avenida con sus perros. Eso era todo. Luego, cuando Anna Wintour se convirtió en la nueva editora en jefe de Vogue y me encargó las primeras portadas, vi que una puerta se abría. Sentí que era importante para la fotografía de moda cambiar su estilo. Era hora de cuestionar ese estereotipo y avanzar hacia un tipo de belleza más vinculada a la personalidad de la mujer que al símbolo de estatus.

El señor Liberman era el jefe creativo de Condé Nast en ese momento, y Grace Mirabella era la editora de Vogue. Carlyne Cerf de Dudzeele, la estilista francesa, también estaba allí. Los editores de American Vogue me habían pedido que hiciera fotos para la revista, y desde les dije: «Oh, no. No puedo». Era terrible decirles que no, pero era lo que pensaba en ese momento. Vogue mostraba un tipo muy concreto de mujer: elegante, perfecta y rica. Entonces me llamaron desde la oficina del Sr. Liberman y me dijeron: «¿Puedes venir a verlo? Quiere hablar contigo en Nueva York «. Así que vine a Nueva York y fui a su oficina, sin saber nada, y me dijo:» Mis editores me dicen que no quieres trabajar para Vogue. ¿Estás loco? ¿Tienes alguna idea de lo que estás rechazando? ¿Por qué no quieres trabajar para American Vogue? «Y le dije:» No puedo trabajar ese tipo de mujer que estás fotografiando en la revista «. Al principio, se sorprendió, pero luego dijo:» Bueno. ¿Por qué no coges a uno de mis editores gráficos, a quien quieras, y luego vas a donde quieras y haces fotos a lo que tú quieras, a tu tipo de mujer?»

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                                      Una de las fotos de Lindbergh que fue rechazada por Vogue USA en 1988

Entonces le dije: «¿Puedo llevarme a Carlyne?» Se lo pedí porque ya la conocía de antes. Él dijo: «Puedes llevarte a cualquiera». Así que llevé a Carlyne conmigo y nos fuimos a Los Ángeles. Le dije: «Carlyne, esto, en realidad, no se trata de moda». A ella le encantaban los Rolex dorados, las joyas y todas esas cosas. Así que le avisé: «Solo he cogido algunas camisas blancas». Luego elegí a las chicas que realmente me gustaban en aquel momento, incluidas Christy (Turlington) Linda (Evangelista) y Tatjana (Patitz), que eran jóvenes y poco conocidas en aquel entonces. Fuimos a Los Ángeles e hicimos las fotos con las camisas blancas en la playa. Luego volví a Nueva York con las fotos y se las mostré a Grace Mirabella y al Sr. Liberman en su oficina. Recuerdo que yo estaba muy orgulloso cuando puse mis fotos sobre la mesa (risas). Ellos se miraron, se cruzaron de brazos y dijeron: «¿Qué deberíamos hacer con esto?». Dije: «Me pediste que te mostrara el tipo de mujer que me gusta «. Y dijeron:» Oh … Bueno, muchas gracias «. Y luego las metieron en un cajón.

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                              Una de las fotos de Lindbergh que fue rechazada por Vogue USA en 1988

Fue el primer cambio significativo en la forma de representar la feminidad. Hoy día miro la foto y me doy cuenta de que mi estilo no ha cambiado. De hecho, volvería a hacer la foto exactamente igual. No hay nada que añadir. Cuando una mujer es ella misma, no necesitas nada más.

Ese mismo año, Anna Wintour reemplazó a Grace Mirabella como editora jefe. Su primer número como máxima responsable fue el de noviembre de 1988. Anna entró y vio las fotos, y cuando le conté lo que había pasado con ellas, me dijo: «Yo te hubiera dado la portada y 20 páginas más».

Lo curioso es que todos señalan la portada de Vogue británica de 1990, con las cinco chicas, como el momento en que comenzó la era de las supermodelos, pero en realidad eso ya sucedió dos años antes, cuando hicimos las fotos de camisa blanca para American Vogue.

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Peter Lindbergh posa con las modelos el día que tomó la famosa foto del Vogue británico

En el caso de British Vogue, la editora Liz Tilberis me llamó y me dijo: «Quiero que hagas la portada de enero de 1990 y que hagas algo que muestre lo que crees que van a ser los años 90». Así que elegí a cinco modelos y las fotografié todas juntas. Eran Linda Evangelista, Christy Turlington, Tatjana Patitz, Naomi Campbell y Cindy Crawford. Elegí a cinco porque no creía que pudiera mostrar lo que para mí iban a ser los años 90 fotografiando a una sola mujer. Aquella foto eso se convirtió en el certificado de nacimiento de las supermodelos. Aquella portada del Vogue británico fue el sello oficial de toda una época.

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                                                       La histórica portada del Vogue británico publicada en 1990

En 2015, y coincidiendo con el 25 aniversario de la histórica portada, Peter Lindbergh reunió a algunas de aquellas supermodelos (allí estuvieron Cindy Crawford y Tatjana Patitz) junto a otras grandes de la misma época (Eva Herzigova, Nadja Auermann, Helena Christensen y Karen Alexander) para hacer una sesión fotográfica a la vieja usanza, muy parecida a la que hizo 25 años atrás.

Aquel momento quedó recogido en un vídeo llamado ‘The Reunion’, una especie de pequeño fashion film patrocinado por la revista Vogue:

Aquella portada del Vogue de 1990 influyó también, y de forma evidente, en otros grandes fotógrafos de moda de la época. Se imitó hasta la saciedad, tanto que otra famosa imagen en la que cinco supermodelos aparecen desnudas se atribuye habitualmente a Lindbergh, cuando su autor es Herb Ritts. Lindbergh se refirió una vez a esta famosa imagen:

Ritts hizo aquella foto poco después de que yo hiciera la mía. Herb era genial. Éramos amigos, y recuerdo que él dijo en una entrevista: «Lo mejor de Peter es que si él trabaja con una modelo, yo ni siquiera tengo que mirarla. Si él ha trabajado con ella, yo la contrato«. Creo que es uno de los mejores piropos que me pueden decir.

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                                                       Varias supermodelos posan desnudas para Herb Ritts

 

Un dato curioso es que Lindbergh comenzó en la fotografía bastante tarde, cumplidos ya los 30 años. Había estudiado arte, ejercido como pintor y artista y también fue escaparatista. Pero nada de aquello acabó de convencerle.

Procedo de Duisberg, una pequeña ciudad industrial alemana en la que yo no tenía futuro. Crecí allí con mi padre y mi hermano porque mi madre murió cuando yo era pequeño. Vivíamos en una casa pequeña con techos bajos y pocas expectativas.

Mi padre era un hombre muy bueno, pero no le interesaba el arte. De hecho, en nuestra sala de estar había una estantería con solo cinco libros: eran enciclopedias que llegaban por correo una vez al año. Mi padre nos decía que las leyéramos porque ahí encontraríamos todo lo que necesitábamos saber.

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                                                                           Autorretrato de Peter Lindbergh

Cuando crecí me fui a Suiza y empecé a trabajar como escaparatista. Pero eso no duró mucho. Después me mudé a Berlín, sin saber qué significaría realmente vivir en esa ciudad. Para mantenerme, comencé a trabajar en una fábrica por la noche y durante el día traté de descubrir lo que quería hacer con mi vida. Me apunté a unas clases de arte porque me di cuenta de que quería ser artista, y lo que más me sorprendió fue lo anticuados que eran todos los programas escolares. Todas las técnicas pictóricas y fotográficas se enseñaban de una manera estandarizada y antigua.

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                                                                            Peter Lindbergh, con Julianne Moore

Mi trabajo como pintor era bueno, pero no me sentía identificado con lo que hacía. Así que me di un respiro. Me tomé entre seis y ocho meses pensar en ello, y luego, un amigo de un amigo me dijo que conocía a un fotógrafo que necesitaba asistente. Y me vino bien, porque tampoco era plan de pasarme el tiempo pensando sin hacer nada.

Yo no tenía idea de técnica fotográfica. ¡Iba a necesitar un asistente del asistente! Recuerdo que el fotógrafo me mostró sus flashes y le dije: «¿Para qué es eso?» Y él me dijo: «¡Para la luz!» Y yo pensaba: “Pero si ya hay luz, está aquí; es la luz del día”. Pero me di cuenta muy rápido de que aquel era un instrumento increíble.

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                                                Peter Lindberg, fotografiando a la actriz Charlotte Rampling

Sus referentes fueron los más grandes del género, pero Lindbergh no se dedicó a copiarles. Es cierto que en sus retratos pueden verse trazas de Richard Avedon e Irving Penn, pero el fotógrafo alemán quiso desde muy pronto crear un estilo propio y reivindicar su propia forma de retratar a la mujer y la belleza.

Vi fotos de (Irving) Penn y (Richard) Avedon y (Martin) Munkácsi y lo que me llamó la atención, más que otra cosa, fue la libertad con la que estaban hechas, aquello era más que hacer publicidad. Después me fui a París para seguir trabajando en esa dirección. Todo fue muy rápido.

Hay muchas cosas que me inspiran. Cuando era niño descubrí a Van Gogh y me enamoró. Amo el baile, amo el arte. Pero, a menudo, también me inspiran las cosas que no me gustan. A decir verdad, no sé por qué hago la mayoría de las cosas que hago. Siento la necesidad de hacer las fotos que hago, pero no hay una razón real para hacerlo. La verdad es que lo que me inspira no son las fotos de moda, sino todo lo demás.

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                                                                          Charlotte Rampling. Foto: Peter Lindbergh

En este sentido, Lindbergh ejercía su ‘rebeldía’ a través de su cámara, era así como combatía la exageración de algunos de los estereotipos impuestos. Él fue quien propuso a Linda Evangelista, una de las mejores supermodelos de todos los tiempos, que se cortara su larga melena para así poder triunfar en la moda. Todo un atrevimiento en una época en la que, como dijo Cindy Crawford, otra supermodelo compañera de Evangelista, «lo que se buscaba es que tuviéramos pechos firmes y melena larga».

El corte de pelo convirtió a Linda Evangelista en la más aclamada de todas las supermodelos. El corte acentuó unos rasgos ya privilegiados, y le dio también una personalidad y una imagen muy marcada, distinta al del resto de las modelos. Había nacido en un icono.

El fotógrafo alemán siempre reivindicó la libertad del fotógrafo a la hora de crear su obra. Le gustaba fotografiar a personas famosas y mostrarlos de una manera más natural. Lo hizo con Anna-Nicole Smith, la exconejita de PlayBoy y doble de Marilyn Monroe a la que despojó de su imagen excesiva y sexualizada para fotografiar a la persona que se escondía tras el personaje. Y lo consiguió.

Con Christy Turlington, una de sus modelos favoritas, creó una de los estilos que marcarían toda una época: la del minimalismo en los anuncios de perfumes. Sus fotos para ‘Eternity’ de Calvin Klein, y los anuncios para televisión con diálogos susurrados y el suave y acompasado sonido del mar de fondo , rompieron todos los estándares de finales de los 80 y principios de los 90.

Libertad, minimalismo e inspiración son tres de los conceptos que marcan el estilo de Peter Lindbergh, y que lo han convertido en un fotógrafo único.

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                                      Imagen de la campaña de ‘Eternity’, de Calvin Klein. Foto: Peter Lindbergh

Como de pequeño no tuve mucho acceso a la cultura, cuando nacieron mis hijos me prometí a mí mismo que los llevaría por todo el mundo, a museos y espectáculos, para que se inspiraran. ¿Pero sabes qué pasó? Que no sirvió para nada y eso sucedió, porque es extremadamente difícil forzar la inspiración o el descubrimiento de una vocación. Al final, lo que nos hace sentir bien y lo que nos completa lo absorbemos por nuestra cuenta.

La historia del arte nos muestra que los artistas nunca han sido totalmente libres, siempre están condicionados por el dinero. Incluso si eres un fotógrafo muy famoso, alguien (el director, el editor) vendrá y te dirá que hagas lo que él o ella quiere. Hubo un tiempo en el que era el fotógrafo el que debía tener ideas y no limitarse solo a hacer clic en el obturador.

Hoy en día, la fuerza de un fotógrafo está en resistir. Los fotógrafos deben satisfacer al cliente, pero al mismo tiempo, deben transmitir el mensaje de que son profesionales. Eso significa que el director y el editor deben confiar en la experiencia del fotógrafo.

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                                                         Richard Gere. Foto: Peter Lindbergh

En el pasado, cuando nadie tenía ninguna idea, acudían a Helmut Newton para resolver sus problemas. Hoy el problema es el contrario: todos tienen ideas. El resultado es que lo más extraordinario que un fotógrafo/artista puede hacer hoy es seguir trabajando sin perder su propio estilo personal. Al final, es esencial seguir siendo fotógrafos y no ser meros empleados.

En primer lugar, es importante poder elegir a la modelo. Eso ya, hoy en día, no siempre es el caso. Los editores vienen a la sesión de fotos con otras fotos y te dicen: «Mira, esta es la sensación que quiero. ¿Por qué no hacemos algo así? «.  Y tú solo puedes decir:» ¡Vete a la mierda! (Risas). ¿Por qué no te vas a hacer fotos con los tipos que han hecho estas fotos?».

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La mayoría de los fotógrafos de hoy no eligen realmente a sus modelos, porque todo se trata de la ropa y el look, y de que ella sea alta y así y así. Y eso nos estandariza a todos. Por eso es tan importante saber por qué le haces fotos a alguien. No creo que la gente lo sepa; simplemente les hacen fotos porque su aspecto es el mismo que el de todos los demás.

Tienes que darle un toque personal a lo que haces, de lo contrario, terminas con Barbies por todas partes. Y luego, una vez hecha la foto, el tema se agrava con el retoque. No queda nada: ni rastro de una mirada personal, ni rastro de la persona a la que has fotografiado. Los retocadores ven una imagen y piensan que tienen autoridad para hacer cambios, y ese no debería ser el caso. En la foto de las supermodelos no hubo retoques. Eso lo mata todo.

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                                                                                     Kate Moss. Foto: Peter Lindbergh

La fotografía se ha democratizado tanto que todos dan su opinión. Antes, si querías fotos de Helmut Newton, acudías a Helmut Newton. Si querías fotos de Guy Bourdin, acudías a Guy Bourdin. Hoy acuden a cualquiera. Y no importa, porque es el editor el que lo decide todo, y luego, el retocador de la revista se lleva todo por delante. Todo el mundo quiere meter baza. Pero, entonces… ¿por qué me contrataste? Contrata a cualquiera y dile qué hacer. Será más fácil. ¡Y más barato!

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                                                                                   Jeanne Moureau. Foto: Peter Lindbergh

Respecto al papel y a la imagen de la mujer que se fomentaba en los editoriales de moda, Lindbergh fue muy crítico hasta el último día. No le gustaba el exceso de maquillaje, porque enmascaraba a la persona y convertía la piel en un mero envoltorio estandarizado y artificial. Para él, retratar era otra cosa: era descubrir, indagar y penetrar, todo lo contrario a lo que imperaba en la industria de la moda, que era disfrazar, adornar y crear figuras vacías e inalcanzables, ‘meras perchas de riqueza y ostentación’.

El Calendario Pirelli de 2017 fue la biblia de lo que él propugnaba a la hora de fotografiar modelos y actrices. Un año antes, en 2016, Annie Leibovitz sorprendió con un almanaque en el que no había modelos, sino mujeres fuertes, poderosas e influyentes. Lindbergh optó, como siempre, por otra línea, una distinta y más personal. Fotografió 14 actrices famosas sin maquillaje ni retoques, vestidas de forma neutra. Es decir, fotografió personas, no iconos. Y fue todo un éxito. Además, se permitió la licencia de incluir a una desconocida, Anastasia Ignatova, una profesora de Teoría Política de la Universidad de Moscú, a la que conoció por casualidad y que llamó su atención por su belleza y magnetismo.

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                                                                      Anastasia Ignatova. Foto: Peter Lindbergh

Si los fotógrafos somos responsables de crear o reflejar una imagen de la mujer en la sociedad, entonces, debo decir que solo hay una forma de mirar al futuro, y es mostrar a las mujeres como fuertes e independientes. Esta debería ser la gran responsabilidad de los fotógrafos de hoy: liberar a las mujeres, y a todos en general, de la terrorífica dictadura de la juventud y la perfección.

Para mí, cada fotografía es un retrato; la ropa es solo un vehículo para expresar lo que quiero decir. Lo que de verdad estás haciendo es fotografiar la relación que estableces con la persona a la que haces fotos; hay un intercambio, y esa es la imagen.

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                                                                               Alicia Vikander. Foto: Peter Lindbergh

La fotografía de moda debería decir algo sobre cómo es el tiempo en el que vives o qué tipo de mujer te gusta. Lo más interesante no es lo que llevan puesto, sino quiénes son.

Muchos fotógrafos convencionales parecen no pensar en lo que están haciendo o no sienten ninguna responsabilidad hacia nada. Cuando terminan su trabajo, no queda ni rastro de la modelo o de la persona que ha posado para ellos. Esto de parecer joven sin arrugas ni expresión es realmente muy aburrido.

Lo cierto es que hay algo más que hace que una mujer sea interesante, algo más que ser joven o ser viejo. Y yo voy a averiguar qué es esa cosa antes de morir, o eso espero.

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                                                                                  Helen Mirren. Foto: Peter Lindbergh

Lo que siempre tuvo claro Lindbergh es que la verdadera mujer, la realmente bella, no estaba en las pasarelas de moda porque las maniquíes carecían de singularidad. No veía nada femenino, y puede que nada humano, en la uniformización que tanto gusta a los grandes diseñadores.

No me gustan los cuerpos de las modelos. Desde hace unos años muchas de las maniquíes de pasarela ya no tienen ni pechos, todas se parecen. Y para mí eso es lo contrario a la personalidad. Eso no quiere decir que yo sea feminista, solo que me gustan más las mujeres que a las firmas de moda.

NOTAS:

*Las declaraciones de Peter Lindbergh están sacadas de varias entrevistas y vídeos disponibles online.

ENLACES DE INTERÉS:

*La película ‘Models’ que Peter Lindbergh hizo con las supermodelos de los 90

*Así se hizo el Calendario Pirelli de 2017 firmado por Peter Lindbergh

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