En 1845, Edgar Allan Poe escribió el que sin duda es su poema más famoso: ‘El Cuervo‘ (The Raven). En él narra el descenso a los infiernos de la locura de un hombre que ha perdido a la mujer a la que ama y al que una noche visita un extraño y solitario cuervo. El animal, mezcla de ángel y demonio, fascina y atrapa al protagonista, al que parece rescatar momentáneamente de la desesperación para hundirlo después en la penumbra de la locura.
Ese poema al que Poe debe su fama internacional bien podría ser el prólogo a la intensa, atormentada y trágica vida del fotógrafo japonés Masahisa Fukase. La obsesión por una mujer y la presencia del «vagabundo en la tiniebla», como Poe se refiere al cuervo de su poema, marcaron la vida y la obra más famosa de Fukase: ‘Ravens‘ (Cuervos).
Considerados en muchos lugares del mundo como aves o pájaros de mal agüero, en Japón, concretamente, se dice que hay que evitar cruzar la mirada con uno de ellos o, de lo contrario, la desgracia caerá sobre aquel que se haya atrevido a hacerlo.
Fukase desafió esa creencia no una sino miles de veces, ya que fotografió cientos y cientos de estas aves durante 10 años. El fotógrafo japonés dedicó una década de su vida a seguir y fotografiar cuervos, presa de una obsesión que apenas le dejaba hacer otra cosa. No fue la primera fijación de un hombre obsesivo por naturaleza; los gatos y segunda mujer fueron las primeras víctimas de ese apego llevado al extremo, de esa necesidad de control y de capturarlo todo con su cámara. Cada gesto, cada movimiento; cada minuto, cada segundo.
Su complicada personalidad, marcada por sucesivas depresiones y largos períodos del alcoholismo marcaron la práctica totalidad de su vida adulta. Pero aún hoy hay quien dice, entre susurros, que fueron los cuervos los causantes de su terrible final. Así, Fukase ha pasado a la historia como el magnífico fotógrafo incapaz de escapar de sus propias obsesiones, ni, por supuesto, de la maldición de cuervo.
La chispa que prende el comienzo de lo que será uno de los fotolibros más famosos, venerados y deseados de la historia salta en 1976, cuando su mujer, Yoko Wanibe, lo abandona tras 13 años de matrimonio. Yoko ha sido su segunda mujer, su enésima obsesión, la persona a la que ha fotografiado de manera compulsiva durante toda su convivencia. Ella, cansada, tira la toalla y se marcha, tal y como hizo su primera mujer, a la que también dedicó un libro.
Durante todo el tiempo que estuvimos juntos, solo me vio a través de la cámara. Hasta que me di cuenta de que, en realidad, no me fotografiaba a mí, sino a sí mismo.
Desolado, Fukase coge un tren en Tokio que le llevará a la isla de Hokkaido, su lugar de nacimiento. Por el camino, mientras observa por la ventana, ve un cuervo y queda prendado por el animal. Es ahí cuando comienza a fotografiarlos de manera compulsiva, ahí cuando «el vagabundo en la tiniebla» entra en su vida, en una perfecta metáfora del poema de Poe:
La ventana abrí—y con rítmico aleteo y garbo extraño
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fué a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa,
fué y posóse—¡y nada más!
Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
viejo, infausto cuervo obscuro, vagabundo en la tiniebla…
Díme:—«¿Cuál tu nombre, cuál
en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?…»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»
En el caso de Fukase no será un cuervo, sino cientos, miles de ellos los que alimenten su recién estrenada obsesión. La oscuridad que en su alma deja el abandono de Yoko se convierte en el hábitat perfecto para la más negra y oscura de las aves.
El japonés fotografía a los cuervos de muy diferentes maneras, en grupo, solos, volando o quietos, acechantes, sobre ramas, postes, cables eléctricos o vallas. Los capta lejanos, borrosos, granulados, con ojos extrañamente brillantes… Y también muertos e inmóviles.
Su obsesión es tal que, aunque no están presentes en las 62 imágenes que forman el libro, la figura del cuervo se adivina y se siente en todas y cada una de ellas. Desde los oscuros paisajes urbanos hasta en las olas del mar o en la forma que toman los mechones de pelo al viento de una colegiala de larga melena. Uno de los grandes atractivos de este libro es que no hay una sola foto que no provoque una emoción, una pregunta o una reacción en el espectador.
Aunque en casi la mitad de las fotos no se ve un solo cuervo, Fukase los retrata en todas ellas en la medida en que, al igual que hiciera con su mujer, en ‘Ravens’ está también retratándose a sí mismo. Masahisa los mira, como decíamos, a los ojos, pese al mal augurio, llevado por una extrema necesidad y una curiosidad insaciable. Persiguiéndolos a ellos, persigue el alma de la huida Yoko. En ellos está, o tiene que estar, para Fukase, la respuesta y el alivio a su dolor.
Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
mi sillón rodé hasta el frente al ave, al busto, a la cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: «¡Nunca jamás!»
«Eh, profeta—dije—o duende,
mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo—ya te envíe
la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa,
desolado
pero intrépido a este hogar
por los males devastado,
dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamas a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»
La primera edición de ‘Ravens’ se publica a mediados de los 80, bajo el título ‘The Solitude of Ravens’ (La soledad de los cuervos), palabras que no dejan de resultar paradójicas, ya que se trata de aves que viven en grupo y que son sociales por naturaleza. Pero lo que Fukase reconoce en los cuervos es algo diferente, una otredad y una alteridad que le resultan irresistiblemente atractivas y que le ayudan a buscarse y reconocerse a sí mismo.
‘The Solitud of Ravens’ se convirtió en un libro de culto, una obra que hizo pedazos las nociones tradicionales de géneros como el documentalismo y el retrato. Masahisa Fukase fue reconocido como uno de los fotógrafos más innovadores de su época. El libro se agotó en poco tiempo y pasó a ser codiciado objeto de deseo. Durante años, fue imposible encontrar un ejemplar de segunda mano por menos de 1.000 euros. Hasta que en 2017 se publicó de nuevo bajo el título ‘Ravens’ (Cuervos).
El libro sigue teniendo una enorme personalidad. Desde su portada, negra, en la que la figura de un cuervo descansa de perfil, en relieve, hasta que comenzamos a pasar y disfrutar de sus páginas. La manera en que las imágenes construyen la narrativa es magnífica: la primera imagen es la de un cuervo negro, de perfil, sobre un fondo blanco. Casi parece el perfil de un retrato policial, el perfil con el que se nos presenta Fukase en el libro. La última página es totalmente diferente, un indigente avanza por una calle con una manta sucia a sus espaldas. Parece cargar con un gran peso, es un hombre derrotado. Fukase vuelve a su forma humana. Ya no vuela, se arrastra en su dolor.
Uno de los secretos de ‘Ravens’ es su estilo impresionista, esa atmósfera tan personal en la que no solo vislumbramos el alma de Fukase y sus tormentas internas. También se respira aún el omnipresente pesimismo del Japón de posguerra.
Y es que en el libro de Fukase, como ya comentábamos, no solo hay cuervos, hay mucho más: siluetas humanas borrosas, paisajes urbanos y naturales, siempre oscuros y borrosos, una mujer desnuda, un gato… No son sino el inventario de las propias obsesiones del fotógrafo. Fotografía personas de forma que parezcan cuervos, paisajes que parecen vistos a través de la mirada del pájaro, una mujer desnuda con gesto aburrido pero en actitud complaciente, como Yoko, que siempre posó para él, y el gato, como Sasuke, el felino al que fotografió también de forma compulsiva durante años y sobre el que llegó a publicar un libro.
Pero aquí, y como no podía ser de otra forma, el gato se impregna de la sensación amenazadora y de desasosiego que impregna el libro. Parece enfermo, enfadado. No es un animal al que apetezca acariciar. Y el avión, el enorme avión que fotografía desde abajo. Su aspecto es también amenazador, oscuro… en otro contexto podría parecer la silueta de un gran tiburón, pero aquí no, aquí Fukase lo ha convertido en un gigantesco cuervo, en el rey de un cielo tenebroso.
A punto de terminar de fotografiar ‘Ravens’ el artista nipón escribe en su diario: «Me he convertido en un cuervo». Fukase construye, en definitiva, un libro denso, expresivo y muy poético.
En 1982 se casa por tercera vez y, exhausto, deja de fotografiar cuervos. El duelo por Yoko parece haber acabado, los cuervos lo han consumido, y nada indica que hayan dado respuesta a su sufrimiento. Fukase sigue siendo un hombre depresivo y alcohólico, y ‘el vagabundo en la tiniebla’ jamás lo abandonará. Otra vez, como en el poema de Poe.
«¡Oh, Profeta—dije—o diablo—Por ese ancho combo velo
de zafir que nos cobija, por el mismo Dios del Cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
sí jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»
«Esa voz,
oh cuervo, sea
la señal
de la partida.
grité alzándome:—¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma!…
de tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! De mi umbral tu forma aleja…»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»
Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura…
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral,
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota…¡nunca
se alzará… nunca jamás!
Tras ‘Ravens’, Fukase parece querer reinventarse. No tiene miedo a experimentar. Abandona el blanco y negro y el grano exagerado y se lanza a producir imágenes en color, muchas de ellas autorretratos, muchas de ellas… salpicadas con la silueta del cuervo. Su crisis emocional y 10 años dedicados por entero a estas aves no son fáciles de olvidar. Acaba aceptando que los cuervos son parte de él y los incluye también en sus trabajos posteriores. Como ya dijo en su diario, Fukase es un cuervo, karasu en japonés, y no puede huir de sí mismo.
La fatalidad que legendariamente acompaña a estas aves también se ceba con el fotógrafo. En 1992, Masahisa Fukase sale borracho de un bar y se cae por las escaleras, golpeándose en la cabeza. Pasará los siguientes 20 años en coma, hasta que muere en 2012 a la edad de 78 años. Su exmujer Yoko, su musa en la luz y en la sombra, lo visita todos los meses. A todo el que le pregunta por qué lo hace le contesta lo mismo: «Él sigue siendo parte de mí».
Un sobrino se hace cargo del trabajo de su tío y la obra de Fukase resurge del limbo al que había estado confinada durante los 20 años que estuvo en coma. En 2010, ‘Ravens’ fue elegido el mejor fotolibro de los últimos 25 años, agrandando su fama y la curiosidad por la obra y la persona de su autor. Muchos jamás habían oído hablar de él, y menos de su libro. Tampoco conocían su trágica historia: ¿Quién era aquel hombre que persiguió cuervos durante 10 años? ¿Quién era aquel al que el abandono de una mujer hizo caer en una espiral de obsesión y autodestrucción? ¿Quién era y por qué estaba detrás de la oscura poética del mítico ‘Ravens’? Sin duda alguna, la mejor respuesta la dio él mismo:
Fotografío para detenerlo todo. En ese sentido, mi obra es una especie de venganza contra el drama de vivir.
La fotografía fue el «nunca más» que Masahisa Fukase le gritó a la vida y ‘Ravens’ el libro que le ayudó a enfrentarse a sus dos grandes temores: el abandono y el olvido. Fukase ganó la batalla: años después de su muerte, sigue siendo un autor de culto y un referente indiscutible.
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Hola. Me encanta tu blog y me lo estoy devorando todo poco a poco.
Esta última entrada me ha recordado una exposición que vi hace unos años. Era de un fotógrafo que, según parece, durante los últimos años de su vida se obsesionó con las nubes y solo fotografiaba nubes. No me acuerdo de quién era y por más que lo he buscado nunca he vuelto a encontrarlo. ¿No sabrás quién podía ser?
Pues nada, muchas gracias por lo que escribes. ¡No lo dejes, por favor!
Hola, Javier! Muchísimas gracias por tus palabras, de verdad, me alegro un montón de que disfrutes del blog. Lo del tema de las nubes que me comentas… Se me ocurre que puede tratarse de Alfred Stieglitz y sus «equivalencias» (equivalents, en inglés). Llamó así a las fotografías de nubes que hizo entre 1925 y 1934. No sé si habré acertado, pero échales un vistazo, te gustarán, seguro. 🙂
Buenas Leire, ya veo que al final ha caído en tu poder el libro de Fukase, me alegro. Me ha gustado mucho como lo has descrito, felicidades por el articulo, todas sus fotografías están hechas con el corazón.
Por cierto que otro libro que recomendaste en tu blog ya esta en mis manos, el de «Let me fall again», una joya, y como curiosidad comentarte que le pedí a Julia el libro con el número de edición 239.
Cómo sigas recomendando tan buenos libros me vas a acabar arruinando… 😉
¡Un abrazo!
Hola, Javier! Bueno, me alegro de no ser la única que se arruina comprando fotolibros…. Es un consuelo! Y el de Borissova… muy buena compra, me alegro de que te guste porque a mí me encanta. Lo guardo con mucho cariño y lo hojeo de vez en cuando. Y cada vez me gusta más. Ah, y gracias por tus palabras sobre el artículo de Fukase. Por cierto, el libro merece, y mucho, y te juro que no cobro comisión de nadie. 😉
Maravilloso tu blog, junto con el de Óscar Colorado y dentro del habla hispana, creo que son las dos fuentes más importantes para el crecimiento fotográfico . Felicitaciones
Óscar Colorado es un auténtico sabio y un referente… me abruma que me cites junto a su blog. Muchas gracias, Javier!