Es lo que parece decir, parafraseando el comienzo del famoso monólogo de la película Blade Runner, el protagonista de la portada del libro ‘The Climbers‘, de Jim Herrington. Bradford Washburn nos observa, implacable, con una intensidad que parece llegar a lo más recóndito de nuestro interior. En esos ojos parece estar la pregunta y la respuesta a todo. Ojos que han visto y mirado mucho, y desde muy alto. Washburn fue montañero, explorador, cartógrafo… Y fotógrafo. Protagonista de no pocas hazañas de las que poco o nada se supo durante años, Washburn dejó también un impresionante legado de 15.000 fotografías que no fue descubierto hasta 1990. Herrington no pudo elegir mejor protagonista para la portada de su libro.
Para mí ‘The Climbers’ es un proyecto de retrato documental. Podría tratar tanto de los antiguos trabajadores del alcantarillado de París como de escaladores. Hay mucho texto en mi libro, pero si hablamos estrictamente de las imágenes, lo que quiero es que las fotos atraigan al espectador y enciendan la curiosidad por descubrir qué historias hay detrás de esas caras.
Lógicamente, presto mucha atención al estilo de la fotografía. En este caso, trato de mostrar a estas personas de una manera que genere alguna emoción en quien los mire. Es difícil explicarlo, pero supongo que si ves una de mis fotografías y no sientes curiosidad por saber quién es la persona que aparece en ella o por lo que hizo, entonces, de alguna manera, creo que he fracasado en mi propósito.
Cuando era pequeño, tuve la suerte de encontrar tres aficiones que me han acompañado durante toda mi vida: la música, la fotografía y la montaña, lo que normalmente, en mi caso, significa escalar.
Jim Herrington es conocido principalmente por su labor de fotógrafo de grandes músicos y artistas. Sus retratos de Willie Nelson, Dolly Parton o Morgan Freeman son algunos de sus trabajos más conocidos, junto con las portadas de varios discos.
Fotografía y música ocupaban gran parte de su tiempo y la escalada no era más que un hobby que practicaba desde que era apenas un adolescente.
Mi primera vez fue en Carolina del Norte, a los 13 años. Me gustó más de lo que me había imaginado. Desde el principio, me encantó escalar y mi impaciencia por probar, ahora satisfecha, me llevó a tener otro gran deseo: subir montañas más altas.
Me mudé a California y tras escalar Stoney Point, Tahquitz y Joshua Tree, dirigí mi atención hacia cimas más altas, al lugar con el que había estado soñando: la cordillera de Sierra Nevada. Decir que me gustó sería quedarse corto. He vuelto allí una y otra vez y jamás he sentido ni un ápice de aburrimiento.
Y en 1998 surgió la semilla que derivaría en el libro ‘The Climbers’. El cambio de protagonistas (escaladores y alpinistas en lugar de músicos) no le resultó nada traumático.
Los músicos y los montañeros no son tan diferentes, sobre todo aquellos a los que yo he fotografiado, que son los que estaban en activo en la década de los 40, 50 y 60. Son personas que vivían al margen de las normas sociales. Los rockeros de los 50 no encajaban con el resto de la gente normal, por así decirlo, y con los montañeros pasaba un poco lo mismo. Se trataba de dos grupos de personas que estaban en la periferia social.
A mediados de los 90 decidí empezar a fotografiar a los montañeros de la zona de Sierra Nevada, en California. Sabía que algunos de 1920 aún vivían allí y fui en su busca. Sucedió que Glen Dawson y Jules Eichorn aún andaban por allí y que tenían contacto directo con otro histórico de la escalada, Norman Clyde. Glen, Jules y Norman protagonizaron juntos la primera ascensión al Monte Whitney por la cara este en 1931. Pude fotografiarlos a los tres, pero… ¿para qué?
Por aquel entonces no tenía muy claro cuál era el objetivo, pero ahora, dos décadas y más de 100.000 kilómetros después, 60 retratos de hombres y mujeres que practicaron la escalada en la primera mitad del siglo XX han dado lugar al que es mi primer libro.
Se trata de personas que han pasado gran parte de su vida obsesionadas con algo, al igual que me ha pasado a mí con este proyecto, así que, con el tiempo, el tema fue cogiendo ciertas connotaciones filosóficas. Ves a personas que han dejado atrás sus mejores momentos, que están, por así decirlo, «al otro lado». Viven una etapa más reflexiva y eso me hace cuestionarme mi propio tiempo y lo que hago en el presente.
Es difícil elegir una foto favorita de entre todas las del libro. Al italiano Riccardo Cassin lo fotografié cuando ya había cumplido 100 años. Toda su familia (nietos, bisnietos, tataranietos) estaba en casa… No hablaban inglés y mi italiano no es muy bueno, así que fue delicado y a la vez tierno meterme en su casa para fotografiarlo y rendirle mi pequeño homenaje al mismo tiempo. Se sentó en una silla que estaba frente a una ventana abierta y desde donde podía ver las altas montañas que había comenzado a escalar a finales de los años veinte. Siete días después, murió.
La alpinista Gwen Moffat me fascinó. Ella conducía un camión del ejército al final de la gran guerra en Inglaterra. Un día, recogió a un atractivo autoestopista y le preguntó a dónde se dirigía. Él le dijo que iba a escalar y ahí fue cuando acabó la carrera militar de Gwen. Acabó escalando en los Alpes y se convirtió en la primera mujer británica en ser guía de montaña. Era una feminista bohemia que no seguía a los hombres, lo hacía todo a su manera.
Crecí viendo fotos de estas personas mientras escalaban, mientras estaban en su medio, en lo mejor de su vida, pero ya no son así, no son jóvenes y fuertes. Algunos, como Cassin, tenían ya 100 años y se estaban muriendo cuando los contacté, así que no podía escalar con ellos y hacerles una foto. Pero en este proyecto y en estas fotos también hay algo que tiene mucho que ver con mostrarlos como seres humanos reales.
Yo también soy escalador, pero no estaba interesado en mis contemporáneos, quería profundizar en una época que fuese anterior a la mía.
Me centré en los escaladores que estuvieron activos entre los años 20 y 70 del siglo pasado, cuando el alpinismo era una actividad clandestina, desconocida para la mayoría del público en general. No había patrocinadores ni nada parecido y el equipo que se utilizaba era muy rudimentario.
Hice todo el proyecto solo. Lo hacía cuando tenía algo de dinero y podía viajar. Casi todos aceptaban colaborar con más o menos entusiasmo. A algunos no pude encontrarlos y hubo un par de ellos que no quisieron participar.
Fue un proceso laborioso. Cuando comencé a montar el libro, vi que tenía que replantearme algunas fotos que hace años me parecieron tomas finales. Los tres criterios principales para la edición del libro fueron: En primer lugar, ¿qué intentas transmitir con el retrato? ¿Cómo quieres representar a esta persona? En segundo lugar, están las consideraciones puramente fotográficas y la mecánica de la imagen final. En otras palabras, cómo se asienta la pintura sobre el lienzo. En tercer lugar, quería que las fotos funcionaran juntas como un cuerpo de trabajo. Pensé mucho sobre el ritmo y la continuidad a lo largo del libro, en cómo encajaba todo para formar un conjunto.
Herrington comenzó su proyecto fotografiando en blanco y negro, en eso no tuvo dudas.
El color puede ser una distracción. El blanco y negro, sin embargo, siempre deja un lugar a la imaginación.
El fotógrafo se mantuvo fiel al analógico aún cuando el digital parecía imponerse de forma irreversible. Una decisión que posibilita que todas las imágenes mantengan una coherencia visual pese a haberse tomado durando un período de 20 años. Se mantienen frescas, actuales, unidas en un todo, pese a que algunas se hayan tomado valiéndose solo de la luz natural y en otras se haya recurrido al flash.
Una Leica M6 y su Rolleiflex de 1957 han sido sus inseparables compañeras en este proyecto que, con el tiempo, fue tomando una dimensión mayor y más profunda que la esperada.
Me llevó un tiempo descubrirlo, pero me di cuenta de que ser escalador era mucho más que escalar. Estas son personas, muchas de las cuales estaban ya al final de sus vidas, que habían encontrado un talento, una pasión y una obsesión, y que, debido al paso del tiempo, miraban sus logros desde la distancia.
Cuando eres joven, tienes energía y resistencia, pero la juventud no es un momento para la introspección, ni debería serlo. Estas personas dejaron de lado muchas cosas para poder perfeccionar una actividad; en el camino quedaron dificultades matrimoniales y económicas. Supongo que, en mi caso, y tras comprometerme con un proyecto de 20 años como este, es difícil no pensar en mis propias obsesiones, compromisos y en la forma en la que he elegido invertir mi tiempo.
Los protagonistas del libro tuvieron muy claro en qué invertir el suyo e hicieron de la escalada, y de la montaña, no su medio sino su forma de vida. Más que nunca, exploraron los límites y con sus ascensiones dieron forma a la escalada y al alpinismo tal y como hoy lo entendemos.
Son leyendas de pleno derecho, un título ganado a pulso, pero Herrington evita presentarlos como ídolos o héroes y los retrata centrándose en su humanidad, con la inherente fragilidad del ser humano que afronta la última etapa de su vida, pero con la enorme fuerza, dignidad y determinación que los guió en la montaña y que los hizo volver una y otra vez, explorando nuevos caminos, haciendo frente a innumerables dificultades. Lo hicieron, además, ante la incomprensión de muchos.
«¿Por qué hacéis esto? Es sin duda la pregunta más repetida en charlas y conferencias, aunque, curiosamente, es una pregunta que sólo formulan los adultos, nunca los niños. Hay gente que no entiende que abandonemos nuestro confort, seguridad y dinero, para venir a hacer algo tan inútil como escalar el K2. La verdad es que, aunque pudiera dar una respuesta medio coherente, ellos nunca lo entenderían. Sólo sé que no estamos locos, y que allá arriba es la vida precisamente lo que buscamos.»
Es la respuesta de Iñaki Ochoa de Olza, alpinista navarro fallecido en el Annapurna en 2008. Aunque la más famosa (y la más corta) sea la de otro alpinista, el británico George Mallory (1886-1924): «¿Que por qué subo montañas? Porque están ahí». No hay respuesta más contundente, tampoco en el caso de los fotógrafos cuando nos preguntan por qué hacemos fotos o, en el caso de Herrington, por qué retrata escaladores: porque están ahí.
NOTA: ‘The Climbers’ consta de 60 retratos en blanco y negro. El prólogo es del escalador estadounidense Alex Honnold y los retratos van acompañados por textos del escalador y escritor australiano Greg Child. Su autor, Jim Herrington, será uno de los protagonistas del Bilbao Mendifilm Festival 2018, que se celebra entre el 7 y el 16 de diciembre.
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Nuevamente un texto apasionante y que no puedes parar de leer de una sentada!
Y, por supuesto, las fotos de Herrington espectaculares!!!
Gracias, Jesús! El libro de Jim Herrington es una maravilla y tenemos la suerte de que lo presentará en Bilbao el próximo 12 de diciembre 🙂
Fantástico, lástima no estar un poco más cerca!!!
Muy bueno el texto, de una gran humanidad
Gracias!