He hecho tantas fotografías… Normalmente no sé qué hacer con ellas, así que las guardo. No es tanto una profesión, es una vida. Por eso hago tantas fotos. Y la mayoría de ellas son muy malas. En serio, muy-muy malas. Siempre ha sido así. La mayoría de las fotos que hago no me gustan.

Mi trabajo es una forma de enfrentarme a mis miedos. Soy muy miedoso, tengo miedo de todo, siempre. Pero no tengo miedo de tener miedo.

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Anders Petersen

En realidad, quiero que cada imagen sea una especie de autorretrato. Si tomo una foto de esa manzana que está sobre la mesa, eso puede ser un autorretrato. Lo hago utilizando todo lo necesario para ser sincero conmigo mismo: la luz, la oscuridad, el hambre que tengo y la inocencia. No pienso en nada, intento ser lo más primitivo y lo más crudo posible, lo más horrible posible. Usando mi nervio, mi corazón y mis tripas. Solo después de haber hecho las fotos utilizaré mi cerebro, y lo haré para seleccionar y editar las imágenes. Esto es lo bello y lo fantástico de la fotografía.

Uno tiene que ser tan inocente, infantil y curioso como le sea posible. Eso te mantiene joven. No es que crea que es así, es que sé que es así.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Mi primer recuerdo es estar sentado en el cerezo de mi abuela con su ropa interior de color rosa. Tenía cuatro años. Nadie podía verme detrás de las hojas, pero yo podía ver todo el jardín bajo mis pies, había manzanos y, a lo lejos, un gato corría por la calle. Era mi paraíso.

Crecí en una familia privilegiada, burguesa. Vivíamos en el campo, rodeados de bosques y pasé mucho tiempo allí. Creo que fui una decepción para ellos. Mis padres se separaron y yo pasé mucho tiempo con mi abuela. Después de graduarme me trasladé a Hamburgo en un intento de deshacerme de todo aquel estilo de vida burgués y de su forma de ver la vida.

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Foto: Anders Petersen. ‘Gröna Lund’.

En Hamburgo me enamoré de una chica que me rompió el corazón y decidí volver a Suecia. Había intentado estudiar pintura, pero era un arte muy solitario y yo soy una persona muy social. También probé la escritura, pero aquello me pareció aún más solitario. Vi cómo vivían los fotógrafos de moda, rodeados de chicas guapas y asistiendo a grandes fiestas y opté por ese camino. Fue una decisión de lo más frívola.

Poco después vi una foto que me impresionó: la de un cementerio nevado en el que varias huellas de pisadas rodeaban las tumbas. Recuerdo haber pensado que el fotógrafo habría madrugado mucho para poder captar cómo los muertos se reunían allí durante la noche…

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Foto: Christer Strömholm

Para mí, ver esa foto fue fantástico. Tanto que decidí que no quería ser fotógrafo de moda. Aquella era una forma  simbólica y literaria de usar la fotografía. No sabía quién la había hecho, años después descubrí que su autor era Christer Strömholm.

Conocí a Strömholm cuando me pilló usando ilegalmente el laboratorio de fotografía que había en su escuela. Lo había estado haciendo durante muchos meses, cometiendo muchos errores de impresión y revelado. Una noche, a las 3 de la mañana, apareció en la puerta y me pilló. Todo a mi alrededor estaba hecho un desastre pero él pidió ver mis fotos. Me dijo que fuera a verlo al día siguiente y en ese momento pensé que seguramente acabaría en la cárcel. Pero él en cambio me preguntó si quería unirme a la escuela. Strömholm se convirtió en mi maestro y en un buen amigo. Le echo mucho de menos.

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Foto: Foto: Christer Strömholm

Recuerdo lo que solía decirme: “¡Busca lo que es importante para ti, Anders! ¡Sé personal! ¡Sé humilde! ¡Trabaja más! ¡No te des nunca por satisfecho! ¡Sé un ladrón de ideas, pero hazlas tuyas!”. Esa era su forma de ser. No era muy hablador, dar explicaciones y hacer largos análisis no iba con él, pero con su manera de trabajar te enseñaba muchísimo. Fue como un padre para mí.

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Foto: Christer Strömholm

Café Lehmitz fue la primera cosa seria que hice. Me llenó totalmente. Me identifiqué plenamente con aquellas personas y con su situación, estaba excluidos de la sociedad. Yo los respetaba y les tenía cariño. 

Allí había una sensación fantástica de pertenencia a algo, perteneciente a la gente que estaba fotografiando, al estado de ánimo y a la atmósfera. Podías sentarte allí y sentirte absolutamente solo. Por otro lado, te aceptaban tal y como eras. Y eso era un alivio.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Desde la década de 1970, he soñado con hacer un ‘Álbum de la familia Lehmitz’. Cuando estaba haciendo fotos allí sentí que era una familia grande y cálida. Espero poder llevar a cabo ese álbum con una versión revisada de Café Lehmitz. Es un deseo de devolver algo a aquellos a quienes fotografié.

Había visitado Alemanía por primera vez cuando era un adolescente, en 1962, y cinco años después, con 20 y siendo ya estudiante de fotografía en Estocolmo, volví para reencontrarme con mis amigos de Sankt Pauli. Quería volver a verlos y hacerles unas fotos pero la gente me dijo que estaban casi todos muertos.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Impactado por todo aquello, acabé en un bar donde me encontré a una vieja amiga llamada Gertrud. Al principio no quería ayudarme a fotografiar a la gente del barrio, pero después de tres cervezas cambió de opinión y me dijo que nos veríamos al día siguiente en un lugar llamado Café Lehmitz.

Y allí estaba yo al día siguiente. Encontré un sitio libre en la esquina de una mesa y me senté con mi cámara. Empecé a hablar con algunos clientes y no me di cuenta de que otros habían cogido mi cámara y se la estaban pasando unos a otros para hacerse fotos.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Me devolvieron la cámara, la cogí y empecé a sacar fotos. Gertrud apareció dos horas tarde y me dijo: “¡Mira! ¡Funciona! Quédate aquí y sigue sacando fotos”. Al final, el proyecto me llevó tres años.

Trabajaba a gusto; tenía una luz constante, casi todas las personas venían todos los días. Y si estableces un tipo de comunicación con la gente es aún más fácil. Pero después de un tiempo también es más difícil, porque te repites. He jugado mucho en ambientes cerrados de cuatro paredes. Ahora siento que tengo que ser más libre. No más límites, o mejor dicho, solo mis propias limitaciones.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Ahora, cuando han pasado tantos años, miro las fotos de Café Lehmitz y veo que es una especie de álbum de familia. No se trata tanto de las fotos, de trata de la gente. Voy pasando las páginas y digo ¡mira, esta es Marlene! ¡Este es Lothar! ¡Y mira, aquí está Lily! En una foto se ve a una mujer con un hombre que lleva un gran sombrero. Él no la está tratando bien. Fue una situación horrible e incómoda. Recuerdo haberme preguntado si debía publicar aquella foto, pero me di cuenta de que debía mostrar también aquella parte del café, no sólo la parte romántica.

En otra foto aparece una mujer llamada Uschi. Era muy amable, simpática y generosa. La habían violado con 14 años, ella dijo que había sido su primo y su familia le echó la culpa a ella. Así que se marchó de casa y empezó a ganarse el dinero de esa forma que todos sabemos.

Tuve una relación muy estrecha con todos ellos. Muchos han muerto, se han ido casi todos. Vivieron una vida brutal y dulce al mismo tiempo, una vida que yo no he vivido jamás pero que cambió mi forma de ver el mundo. Fue toda una lección para mí, un joven y respetable estudiante de Estocolmo, una lección de vida.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Cuando estaba fotografiando Café Lehmitz, aprendí que la fotografía no trata de fotografía. Y que ser fuerte no te va a ayudar mucho. Pero ser lo suficientemente débil, en cambio, te abre a una presencia. Es cuando empiezas a entender que pertenecemos a una gran familia.

La intolerancia me causa mucho temor, siento una profunda emoción por la diversidad de personas y culturas. Extraño profundamente un mundo construido sobre la igualdad y la justicia.

Cuando fotografío, busco gente que tenga presencia, puede ser cualquier cosa. Es un proceso de identificación, sin la mediación de la cámara, se trata de intuición y emoción, no es nada cerebral. Puede que ayude ser un tipo un poco tonto y confuso como yo. Dar con un momento crudo y contundente puede ser un buen principio.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Suelo decir que mis fotografías son primitivas. No puedo decir que me considere un fotógrafo documental, si por documental entiendes una aproximación objetiva a las cosas. Decir que lo soy sería a la vez falso y pretencioso. Mis intereses tienen que ver más con el día a día, son egoístas… Una vez definí mi trabajo como “documentalismo privado”.

No se trata de tener un estilo, se trata más del enfoque que les das a los temas, de tu forma de acercarte a las cosas. Eso es lo más distintivo en mí, no son tanto anécdotas y atmósferas como luces y sombras.

Estoy interesado en acercarme a los temas de forma clara y definida. No se trata de explicar nada, no hay respuestas, pero sí muchas preguntas. Y mientras más preguntas y anhelos haya en una imagen, mejor. Si eres lo suficientemente curioso y paciente, eso te aportará mucho. Puedes abrir una puerta y la cámara funciona como una llave. No soy partidario de fotografiar con el cerebro, de la fotografía basada en una idea, a pesar de que siempre necesitamos alguna idea, algún fundamento que la apoye. Soy más un fotógrafo intuitivo, usando mi estómago y mi corazón. Quiero que mi trabajo sea orgánico, que el resultado sea orgánico. Esto es importante para mí.

 

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Para mí lo importante en fotografía son las condiciones de vida y las personas, eso es mucho más interesante que hablar de técnicas, lentes y cámaras. Se supone que no somos esclavos de nuestras herramientas, sino que estas tienen que ayudarnos y ser tan pequeñas y discretas como sea posible para que no perturben la comunicación. Eso es lo que siento cuando tomo mis fotos.

El consejo que suelo dar a los jóvenes fotógrafos es que no sean fotógrafos, sino que sean seres humanos. Se trata de ti; de tus emociones, tus experiencias y tu conocimiento. La cámara es solo una herramienta. Así que busca un lenguaje que tenga tu olor distintivo.

El fracaso debe ser parte de todo. Si tienes la suerte de sobrevivir a un error o a una pérdida, serás más fuerte. Y esa nueva confianza en ti mismo hace, de repente, que lo imposible sea más posible. Siempre hablamos de ser lo suficientemente fuertes, pero creo que es importante ser lo suficientemente débil para estar conectado con tus emociones y tu intuición.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Particularmente, me interesa ver lo que está oculto; lo que no podemos ver. Eso explica en parte por qué pasé tantos años fotografiando en instituciones cerradas, como una prisión, un hospital psiquiátrico y un hogar para ancianos. Tenía cuatro paredes y mi tiempo. Podía centrarme en las personas y conocer sus personalidades, sus sueños, secretos y vulnerabilidades, sus anhelos más íntimos.

Conocer gente, gente nueva. Siempre gente. Me gusta la gente. Soy una persona de distancias cortas, las necesito para sentirme vivo, para saber que existo. Y no solo cuando estoy haciendo fotos. A menudo se trata de abordar una realidad que está ahí pero de la que no soy consciente. Este comportamiento tiene muchos nombres; uno de ellos podría ‘curiosidad’.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Tras Café Lehmitz, volví a Estocolmo y comencé una trilogía que me llevó a pasar largos períodos de tiempo en una prisión (Prison, 1984), una residencia de ancianos (On the line of love, 1991) y un hospital psiquiátrico (No one has seen it all, 1995).

El proyecto sobre la vida en prisión lo tuve claro desde el principio. No me interesaba la prisión en sí, lo que me interesaba era el sentimiento de estar encerrado. La verdad es que me llevó mi tiempo que me aceptaran.

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Foto: Anders Petersen. ‘Prison’.

Allí descubrí que no hay libertad, que la palabra libertad y lo que representa es un farol. La única forma de relacionarse con la palabra libertad es cuando estás encerrado: la libertad nunca es tan grande como cuando estás encerrado. Pero cuando estás fuera en el llamado mundo libre, no hay libertad. Todo está conectado con los anhelos, al igual que sucede con la fotografía.

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Foto: Anders Petersen. ‘Prison’.

El siguiente proyecto, el de la residencia de ancianos, me hizo sentir muy vivo. Estar cerca de la muerte es una forma de sentirse vivo. Mucha gente murió mientras yo estaba allí; creo que unas veinte o veinticinco personas.

Por aquel entonces estaba empezando a pensar en términos más existenciales. Me hice preguntas como quién soy y por qué, y qué estoy haciendo con mi vida… Una cosa se me hizo obvia: el tiempo corre; no debes sentarte en el sofá a esperar.

 Si tienes una meta, entonces será mejor que te des prisa. Tú decides si actúas o no; no puedes culpar a nadie si no lo haces. Piensas en esto cuando caminas por esos pasillos, cuando te sientas con estas personas mayores. En aquel tiempo se me hicieron muy presentes los sueños, los secretos y los anhelos que tenían estos ancianos. Fue como volver a casa y encontrarme con una familia de niños. Eran tan inocentes, tan vulnerables.

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Foto: Anders Petersen.

En el hospital psiquiátrico el comienzo fue muy duro. Me colapsé. Todo lo que hice fue muy malo. Decidí mantenerme alejado del psiquiátrico por un tiempo, pero finalmente me di cuenta de que tenía que hacer todo lo contrario: tenía que vivir allí, dormir allí, junto con los pacientes y los trabajadores. Y me dejaron hacerlo porque me habían visto allí durante un período bastante largo, y vieron cómo estaba trabajando, regalando fotografías y demás, siempre lo hago.

Vivir y dormir allí cambió mi forma de abordar el tema. Me acerqué más. En el hospital, muchas cosas suceden por la noche. La gente se comunica más; puedes hablar mucho con la gente. Ves muchas cosas y, por supuesto, a veces también puedes hacer fotos. Pero muchas de las fotografías que tomé allí fueron censuradas por los parientes de los pacientes y demás. Cuando tomas fotos en un hospital psiquiátrico, el resultado es siempre solo la punta del iceberg del trabajo que realmente hiciste allí.

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Foto: Anders Petersen. ‘Mental’

Ahora fotografío en circunstancias más libres. En mi trabajo más reciente no tengo esa limitación espacial. Si tuviera que permanecer entre cuatro paredes, como he hecho tantas veces en el pasado, solo me repetiría. No me atrae repetirme. Pero la gente todavía me interesa.

No hay una gran diferencia entre la vida y sacar fotos. Así es como yo lo veo. La respuesta se basa en eso. Pero las preguntas me interesan más que las respuestas. Estás en mitad de la vida, estás viviendo, haciendo el amor, comiendo, durmiendo, y la fotografía es parte de eso. Y no digo esto porque sea un romántico, lo digo porque es así.

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Foto: Anders Petersen. ‘Café Lehmitz’.

Cuando creces tienes que concentrarte. Tienes que decirte a ti mismo: esta vida es interesante, estas personas son interesantes. Tienes que quedarte y ver qué está pasando. A veces debes dominar la situación y dejar claro que eres fotógrafo. Esta es una forma de dirigirte a ti mismo. Las imágenes, como los pájaros, nunca vienen a ti; tienes que mover tu culo para conseguirlas. No puedes quedarte parado y decir: «Disculpa, soy fotógrafo». Debes participar y ser parte de ello.

Algunos me preguntan si al hacerme mayor tengo intención de bajar el ritmo. Hacer fotos es como saltar en un trampolín… Me divierto mucho. Me permite conocer a un montón de gente. En realidad, me gustaría hacer aún más de lo que hago.

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