Hoy es 8 de marzo de 2018. Han pasado más de 80 años desde que falleciste mientras cubrías la Guerra Civil española. Fuiste una pionera en el reporterismo de guerra y la primera en morir en el frente. Sin embargo, tu nombre sale pocas veces cuando se habla de fotografía en general y de reporterismo de guerra en particular, y cuando sale va acompañado de la coletilla «la novia de Robert Capa».

Fuiste invisibilizada entonces y lo sigues siendo hoy día, salvo momentos muy puntuales. Hace unas semanas saltaste a la palestra inesperadamente, no por tu trabajo, sino por la aparición de una fotografía en la que un joven médico limpiaba la sangre de tu rostro el día de tu muerte. La fascinación (o el morbo) que en general sentimos por la muerte y la tragedia te recuperó del limbo de los olvidados en pleno siglo XXI. 80 años después. Quién te lo iba a decir.

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Se escribieron artículos y más artículos recordando que tú también eras Robert Capa, el fotorreportero norteamericano intrépido y aventurero que creaste en tu mente y al que diste forma humana en la persona de Endre Friedmann, ese chico húngaro del que te enamoraste en París. Ambos hacíais las fotos que se vendían con la firma de Capa, y así, con el halo de estar hechas por un valiente fotógrafo americano, conseguíais venderlas tres veces más caras que si las firmaseis con vuestros verdaderos nombres. Jamás conseguirías huir de esa firma, aunque todo indica que lo intentaste, ya que en las últimas semanas empezaste a firmar algunas de tus fotos como «Taro Photo».

La invención de Robert Capa fue todo un éxito y vuestro trabajo (el de los dos, el de Endre y el tuyo, no me cansaré de repetirlo) comenzó a ser conocido en todo el mundo. Pero tu temprana muerte, el machismo de la época (y, no lo olvidemos, de la profesión) y la determinación de Friedmann por seguir manteniendo el mito, aún a costa de dejarte de lado, hicieron que él se lo quedara todo: el nombre, la fama, la leyenda, el prestigio… Y las fotos. Todas, incluyendo las tuyas.

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Gerda Taro y Endre Friedmann, la pareja tras el nombre de Robert Capa.

Dicen que tras tu muerte jamás volvió a hablar de ti, que no te mencionaba nunca. Su silencio acalló tu voz y te condenó a ser poco más que una anécdota en la historia, protagonista de un par de párrafos, en los que tu horrible forma de morir (aplastada por un tanque) y tu papel como novia del mito suelen llevarse todo el protagonismo. Eres otra olvidada más, Gerda, como tantas otras mujeres.

Las crónicas de la época, dicen que entre las filas republicanas, bando al que acompañabas y con el que te identificabas, te llamaban «el pequeño zorro rojo», quizá con cierto tono paternalista. De ti decían que eras «tan hermosa que hubiera podido ser modelo», que fumabas, que llevabas el pelo corto como el de un chico e, incluso, que moriste en el frente «jugando» a ser fotorreportera. «La adorábamos, era pequeña y bella como un niño», dijo de ti un miembro del bando republicano en su libro de memorias.

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Gerda Taro en el frente de Córdoba. Septiembre de 1936.

Y aquí estamos, 80 años después, luchando contra los mismos enemigos: la falta de reconocimiento de nuestro trabajo, de igualdad de oportunidades, el puñetero paternalismo, la condescendencia… Todas esas cosas, las mismas, que hace ocho décadas sepultaron tu leyenda y la redujeron a una anécdota.

Es curioso, a la vez que revelador, que tu nombre se omitiera incluso en la anotación que aparece en el reverso de la foto recién descubierta de tu cuerpo inerte. Una nota manuscrita  te identifica como «Mrs Frank Capa» (señora de Frank Capa).  Lo de menos es que confundieran a tu ‘Robert Capa’ con el director de cine Frank Capra; lo verdaderamente significativo es que no se te identifique por tu nombre, Gerda Taro, sino por ser «la señora de…».

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Reverso de la foto del cadáver de Gerda Taro

Me gusta la foto que he elegido para el post. La hizo Endre pocos meses antes de tu muerte. Pareces tan cansada… A veces la miro y pareces dormir plácidamente; otras, te veo exhausta después de correr de un lado a otro, de moverte en un mundo de hombres, de tener que hacer todo el doble y el doble de bien que el resto con la esperanza de que te tomen en serio. Y de tener que firmar tus fotos como si fueras un hombre ¿Fue por eso por lo que empezaste a firmar ‘Photo Taro’? ¿Te cansaste de tener que simular ser un hombre para que te pagaran un precio justo por tu trabajo?

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Gerda Taro, descansando, en 1936. Foto: Endre Friedmann (Robert Capa)

«Me esfuerzo por ser perfecta para sentirme invulnerable», dijiste una vez. Intento imaginar cuántas veces te sentiste así, vulnerable, por el mero hecho de ser mujer en un mundo de hombres. 80 años después, seguimos siendo mujeres en un mundo de hombres. Hemos avanzado en muchas cosas, pero queda tanto por hacer… Hay mujeres que son conductoras de autobús o camioneras, entrenadoras de fútbol, árbitras… Pioneras en pleno siglo XXI. Pero las esferas de poder político y sobre todo económico siguen siendo cosa de hombres. ¿Y reporteras de guerra? Hay muy pocas, podríamos contarlas con los dedos de una mano.

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Foto: Gerda Taro.

Y en el día a día seguimos sintiéndonos vulnerables, demasiadas veces: cuando volvemos a casa de noche o caminamos por un sitio solitario y nos cruzamos con algún hombre o creemos oír algún ruido a nuestras espaldas. Nos repetimos una y otra vez «no pasa nada, no pasa nada, son imaginaciones tuyas» mientras apretamos el paso y agachamos la cabeza, porque nos enseñaron que así, agachando la cabeza, lo malo se desvanece o se hace menos malo. Pero ha habido veces, demasiadas, en las que el «no pasa nada» ha sido un «sí que pasa», un «no me pegues», «no me hagas daño», «suelta» o «déjame ir». Y eso lo llevamos grabado a fuego en el alma y en ese rinconcito del cerebro en el que, pese a miles de años de evolución, aún late ese instinto animal que nos permite «oler» el peligro, que nos pone en guardia. Pero a veces, oler y presentir no es suficiente. No hay «intuición femenina» que valga. No ante una sociedad y un sistema que llevan años y décadas mirando hacia otro lado.

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Gerda Taro. Foto: Endre Friedmann (Robert Capa).

Y nos matan, Gerda, nos siguen matando, en guerras domésticas, esas que se dan de puertas para adentro, esas en las que el frente de guerra está en el salón, la cocina y el dormitorio; guerras en las que el cuarto de baño es muchas veces la única trinchera en la que buscar refugio. Nos matan, y no dejarán de hacerlo, hasta que dejen de vernos como una posesión o un saco en el que descargar frustraciones.

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Mujer miliciana, Barcelona (1936). Foto: Gerda Taro.

Por eso y por muchas razones, demasiadas si tenemos en cuenta que estamos ya en 2018, seguimos reivindicando nuestros derechos, la igualdad plena y sin excusas, que se nos valore por lo que hacemos y no por lo que tenemos en la entrepierna. Que no tengamos que elegir entre familia y trabajo, porque poder elegir es una victoria, sí, pero tener que elegir… eso es una derrota, una renuncia impuesta. Por eso protestamos y luchamos, por el poder, no por la renuncia, y mucho menos por la derrota. Por poder firmar nuestros logros, nuestro trabajo y la historia de nuestra vida con nombres y apellidos, pero nombres y apellidos de mujer, como el tuyo y como el de tantas otras que han sido y son silenciadas. No queremos tener que ser perfectas para sentirnos invulnerables.

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