¿Color o blanco y negro? ¿Cuántas veces nos hemos hecho esa pregunta y hemos preguntado a otros el porqué de su elección? La cuestión, de tan repetitiva, puede parecer banal, o carente de importancia, pero no lo es en absoluto, ya que condiciona proyectos y carreras enteras. Quizá uno de los casos más claros sea el de Fred Herzog, fotógrafo desconocido si nos atenemos a la enorme importancia de su obra; un fondo fotográfico de gran valor histórico, documental y también, y especialmente, estético.
A la pregunta de blanco y negro o color, Herzog constestó sin dudarlo: color. Pero además lo hizo en 1953, cuando esta era una apuesta arriesgada y complicada, y su decisión provocó que su nombre y su magnífico trabajo no salieran a la luz hasta medio siglo después, cuando tenía ya más de 75 años.
La gente me pregunta si no me duele no haber tenido éxito antes, y yo les digo que no, que me alegro de no haberlo tenido porque ahora que lo tengo me he convertido en una especie de propiedad pública (…). Creo, además, que mi vida hubiera sido mucho menos interesante.
Fred Herzog, fotógrafo alemán nacionalizado canadiense, pasó más de 50 años haciendo fotos en el más absoluto anonimato antes de que una exposición lo descubriera al mundo en 2007. Fue uno de los grandes pioneros del color y, a pesar de ello, estuvo a punto de pasar totalmente desapercibido.
Herzog murió como vivió, sin hacer mucho ruido, el pasado lunes, 9 de septiembre, aunque la noticia de su fallecimiento no se conoció hasta el martes. Para entonces, el mundo de la fotografía lloraba ya a uno de sus grandes maestros, Robert Frank, muerto ese mismo martes a los 94 años, curiosamente también en Canadá.
Ambos fotógrafos tenían mucho en común, aunque en un principio pueda sonar extraño. Los dos eran inmigrantes que fotografiaron profusamente sus países de adopción (Herzog era un alemán emigrado a Canadá, y Frank un suizo emigrado a Estados Unidos). De Frank nos queda su ya legendario ‘The Americans‘, la mirada de un ‘forastero’ a la otra cara del sueño americano. De Herzog, su extensa documentación visual de la clase obrera y los barrios de Vancouver. Pero nos queda, sobre todo, su apuesta por el color en unos años en los que la fotografía ‘de verdad’, la que contaba cosas serias, era en blanco y negro, y el color una especie de exotismo reservado para las revistas y la publicidad. De hecho, el propio Henri Cartier-Bresson despreció públicamente el uso de la fotografía en color, y Walker Evans, uno de los referentes de Herzog, dijo que esta era vulgar. Herzog, sin embargo, convirtió el color en un elemento con entidad propia, un valor en sí mismo, y en parte importante, significativa (y significante) de la fotografía documental. A él dedicó su vida y su mirada, demostrando que podía (y debía) usarse como un recurso expresivo tan válido y contundente como el que más. Huelga decir que Herzog acabó dominando el color de forma magistral.
Tanto es así, que, para muchos, el descubrimiento de Herzog y su obra obligan a reescribir la historia de la fotografía, y sobre todo la de la fotografía en color. El New York Times ya apuntó en esta dirección al referirse a él como «un pionero de la fotografía en color, antes incluso de que tal cosa existiese».
Herzog jamás se presentó a sí mismo como un pionero de la fotografía de calle en color, ese honor, según el canadiense, correspondía a un fotógrafo contemporáneo suyo: el neoyorquino y más poético Saul Leiter. Curiosamente, Leiter fue también un fotógrafo al que el reconocimiento le llegó muy tarde pese a llevar fotografiando en color desde 1948 y haber hecho numerosos encargos para revistas de moda. Herzog no conoció la obra de Leiter hasta 2011.
Sin embargo, no se puede negar que el Herzog fue uno de los primeros en producir miles de imágenes en color junto al mismo Leiter y también a Helen Lewitt, fotógrafa que comenzó a hacer fotos en color en 1959 tras dos décadas fotografiando en blanco y negro. Cuando otros grandes maestros como Stephen Shore o William Eggleston daban sus primeros pasos con el color, Herzog ya les llevaba años de ventaja. Eso sí, en el más absoluto anonimato.
Pero, ¿por qué Herzog y su obra permanecieron ocultos durante tanto tiempo? La explicación es sencilla y tiene mucho que ver con la tecnología.
Herzog apostó tempranamente por el uso de la película en color Kodachrome. Esta decisión tenía sus ventajas y sus desventajas. Las ventajas eran que las imágenes resultantes tenían una alta resolución y parecían más realistas, con colores brillantes y una amplia gama tonal. Las desventajas eran que el revelado y la impresión no las podía hacer el propio fotógrafo, como en el caso del blanco y negro, ya que era un proceso muy complicado que exigía enviar los carretes a los laboratorios de Kodak. Eso, lógicamente, convertía el proceso en algo lento y caro. Como otros muchos, Herzog no podía permitirse semejante gasto, así que optó por una solución intermedia: trabajar con diapositivas. Esa circunstancia le dejó fuera del circuito de las galerías.
Pero, pese a tanto problema, la película Kodachrome contaba con una ventaja ‘extra’ que fue la que de alguna forma ‘salvó’ a Fred Herzog: los carretes tenían una gran vida útil. Esto le permitió guardarlos durante años hasta la aparición de la impresión por láser, un método lo suficientemente moderno y asequible para imprimir sus imágenes. Fue entonces cuando el canadiense desempolvó sus carretes y las puertas de las galerías y del circuito fotográfico comenzaron a abrirse.
A la hora de hacer fotos, Herzog se dejaba llevar por la intuición y capturaba aquello que le llamaba la atención. Lo hacía en color porque el resultado era así más parecido a la realidad, sus imágenes encerraban para él la vida de la ciudad de Vancouver tal cual era, algo que no veía posible con el blanco y negro. Se calcula que hizo un total de 120.000 fotografías.
Mostré el sueño americano que nos vencían los posters y grandes anuncios. Mostré coches viejos, coches nuevos, coches destartalados, a la gente dentro de ellos y el deterioro de los coches, y lo hice más como un fenómeno que como una crítica social. Mi intención siempre fue ser ideológicamente neutro.
El fotógrafo de origen alemán se centró en la clase trabajadora de su ciudad de adopción y en sus barrios, prestando especial atención a objetos como vallas publicitarias, escaparates, viejos automóviles, edificios y barcos en construcción. Tenía una máxima muy clara y contundente que cumplió durante toda su vida:
Los barrios nuevos, seguros y honestos no dan imágenes interesantes.
Sus intereses fotográficos estaban condicionados, en gran medida, por aquello que, como recién llegado al país, más le llamaba la atención. Un punto de partida idéntico al de Frank con ‘Los Americanos’ pero en color y con una intencionalidad y unos objetivos diferentes.
Quería capturar y mostrar cómo era Vancouver en aquellos años, los años 50 y 60, principalmente. Muchas de mis fotos tienen que ver con el lenguaje corporal. Buscaba a la gente que me gustaría que saliera en esas fotos, pero siempre intentaba hacérselas sin que se dieran cuenta y por eso muchas veces disparaba con la cámara a la altura de la cintura. Los gestos desaparecen en un instante y siempre he tenido claro que una imagen posada no parece real. No debes privar a las personas de su lenguaje corporal real. Por eso disparo desde la cadera. No levanto la cámara hasta mi cara. No pido permiso y nunca hablo con ellos antes de hacer la foto.
Descubrí las tiendas de segunda mano. En Alemania, no se compraba nada de segunda mano. Había una necesidad social de comprar todo nuevo y mostrarte como una persona con éxito. Canadá fue un contraste interesante en ese sentido. Había las típicas tiendas de segunda mano americanas con todos aquellos iconos del americanismo formando un revoltijo de lo más pintoresco.
El ya citado Robert Frank y Walker Evans influyeron en la forma de fotografiar de Fred Herzog. La obra de Frank la descubrió en 1959, cuando estaba a punto de cumplir 30 años. Frank le impresionó, y mucho, sobre todo porque sus fotos le enseñaron algo muy importante: que la fotografía podía ser y era una experiencia cotidiana, integrada en el día a día, y una herramienta perfecta para documentar aquellos momentos, escenas y pequeños gestos que articulan la vida de las personas y que caracterizan a toda una sociedad. Con Frank aprendió que fotografía y vida eran dos cosas que iban de la mano.
Sin embargo, fue tres años después, en 1952, cuando se topó con el fotógrafo con el que se identificó de una forma más profunda y reveladora: Walker Evans. De él adoptó su rigor a la hora de documentar y su claridad a la hora de representar y captar lo que le llamaba la atención. Era la mejor forma para evitar caer en lo anecdótico y lo sentimental, de poder ser (o intentar ser) «ideológicamente neutro», de mostrar, como le gustaba repetir, «la realidad tal cual es».
Hay un orden y una intencionalidad cognitiva en las fotos de Walker Evans, de forma que el primer plano habla con el fondo, y el lado izquierdo de la imagen habla con el derecho.
Lógicamente, afirmaciones tales como ser «ideológicamente neutro» o «mostrar la realidad tal cual es» pueden ser y son objeto de mil y una discusiones que nos llevan siempre a la gran pregunta de si existe o no la objetividad. Muchos pensarán que Herzog, al hablar en esos términos, era un iluso, un soñador, algo que ya le achacaron en la escuela cuando solo era un niño y vivía en Alemania.
Mi profesora de primaria solía decirme, «eres un soñador», y lo decía con un tono como si me estuviera diciendo «eres un ladrón» (risas).
La infancia y la propia juventud de Herzog en Alemania propiciaron seguramente esa faceta soñadora.
Fred Herzog nació en Alemania en 1930, tres años antes de la llegada de Adolf Hitler al poder. Tenía 9 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y vivió las condiciones más severas del régimen totalitario nazi. En su casa se respiraba un ambiente enrarecido: mientras su padre era un hombre preocupado por el ascenso del partido nazi y la inevitable guerra, su madre, que murió tras caer enferma en 1941, mostraba cierta simpatía por el régimen.
Un año después de la caída de la Alemania nazi, su padre falleció víctima de un cáncer. Herzog siempre estuvo convencido de que fue el trauma de la guerra lo que acabó con la salud de su progenitor. En este contexto, y en un entorno tan hostil para un joven de su edad (16 años), la imaginación era uno de los mejores refugios.
En los años siguientes, pasó de estar al cuidado de una madrastra que lo despreciaba y maltrataba a trabajar en la ferretería de sus abuelos como aprendiz. Fue en esta época cuando cayó en sus manos su primera cámara de fotos, una Zeiss Tesco que un tío suyo le dejo en herencia. La usó durante un tiempo y después la cambió por una Kodak Retina 1.
El ansia por una vida mejor y por huir de la Alemania de posguerra le hicieron tomar la decisión de emigrar a Canadá, donde llegó con poco más que su equipo fotográfico. La casualidad quiso que en aquellos días conociera a un exsoldado de infantería convertido en fotógrafo médico y que ese encuentro cambiara su vida. Ferro Shelley Marincowitz, así se llamaba el exsoldado, reforzó el entusiasmo de Herzog por la fotografía.
En esos primeros años, sus ansias de aprender le llevaron a hacer un taller con Ansel Adams, pero la experiencia le dejó profundamente decepcionado.
Habló todo el rato de lo espiritual que tenías que ser para hacer una foto. Y eso no iba para nada conmigo.
Espiritual o no, pocos esperaban, puede que ni él mismo, que aquel recién llegado se pasara 50 años de su vida fotografiando la ciudad, y que lo hiciera siempre en color. En 1953, poco después de llegar a Canadá, Fred Herzog ya fotografiaba exclusivamente en color.
Para poder ganarse la vida y seguir recorriendo las calles en sus horas libres, Herzog trabajó durante tres décadas como fotógrafo médico.
Hubo un tiempo en el que se planteó dedicarse profesionalmente al fotoperiodismo y poder vivir de un tipo de fotografía que se acercase más a sus intereses reales, pero acabó desechando la idea.
Necesitaba una forma de ganarme la vida, y no tenía la voluntad necesaria para hacer lo que habían hecho Robert Capa o James Nachtwey. Además, no me gustaba el estilo de revistas como Life, que hacían que el mundo se pareciera a la exposición ‘Family of Man’. Eso era algo totalmente irreal.
Lo que quería era mostrar el mundo tal y como es. Al salir a hacer fotos solo unas pocas horas al día y no todos los días, tuve la libertad de fotografiar lo que me daba la gana.
En el caso de Herzog, es habitual comparar su obra con las de otros fotógrafos de estilo parecido. Pero lo que hay que tener en cuenta es que Herzog realizó su trabajo sin tener ningún referente de la fotografía en color y que, pese a admirar el estilo de los coloridos y llamativos carteles que fotografiaba de forma incansable, aquello con contaminó su mirada y por eso su fotografía no es en absoluto estridente. Si algo es su fotografía es intuitiva y, sobre todo, coherente. Esa coherencia y un sentido documental nada pretencioso son los dos elementos que vertebran toda su obra fotográfica.
Además de la coherencia, las fotos de Herzog muestran una especie de toque íntimo, algo que nace de la espontaneidad de los momentos y de la intuición del propio fotógrafo. No olvidemos que sus ojos son los de un forastero que mira y observa, y que su condición le permite ver cosas que los autóctonos no ven, por habituales, y verlas también de una forma diferente.
En algunas de sus imágenes incluso puede adivinarse cierto humor y cierta ironía. Son posturas o ambivalencias propias del forastero-asimilado.
Ese proceso de asimilación o de integración en su país de adopción es algo que se va acentuando a lo largo de su obra como consecuencia lógica del paso del tiempo. Por eso muchas veces vemos también compasión e identificación en este trabajo, algo que se manifiesta, por ejemplo, en la forma que tiene de capturar y presentar a obreros, viandantes, niños y comerciantes.
Tampoco hay que perder de vista que Herzog optó por fotografiar las zonas menos bellas o idealizadas de su ciudad. Eligió plasmar la realidad de la clase trabajadora en lugar de la ciudad de postal que aparecía en los folletos turísticos. En sus fotos vemos a menudo miembros de minorías, marginados, gente sin apenas recursos… aquellos a los que la ciudad invisibilizaba de cara al exterior.
Los fotografiaba sin que se dieran cuenta, porque cuando la gente te ve, la imagen se evapora siempre. No puedes repetirla. Una vez que la gente se da cuenta de que estás ahí, tienes que rendirte. Eso es todo. Lo has arruinado todo.
Durante años, y ante la imposibilidad de imprimir sus diapositivas, las fotos de Herzog permanecieron guardadas en un cajón.
Con los avances tecnológicos, Herzog encontró una manera de imprimirlas en papel a su entera satisfacción. Esto ayudó a que una galería se ofreciera a representarle (la Galería Equinox de Andy Sylvester) y a que una gran exposición en Vancouver en 2007 lo sacara del anonimato. Herzog tenía ya 77 años.
En una entrevista en 2012, Herzog, de 82 años, hablaba sobre este reconocimiento tardío:
Aún estoy acostumbrándome a que la gente me preste atención. Mi vida ha sido bastante anónima en el pasado, nunca he sido conocido y ahora tengo que acostumbrarme a ello. Lo que no sé es si ser famoso es lo que más necesito ahora (risas).
Aunque es verdad que es maravilloso porque, seamos realistas, nadie quiere vivir oculto debajo de un tronco. De repente, me veo reconocido por algo que he hecho… es gracioso. A los artistas siempre les han gustado mis fotos, pero no han tenido el poder de decir que mis fotos deberían estar en una galería de arte. Ninguno de ellos saltó a la palestra para decir: «Voy a hablar con la gente de la galería de arte, tal vez deberías tener una exposición allí». Porque se podría haber hecho.
Pero nunca estuve amargado por eso. En Estados Unidos, quienes hicieron fotografía parecida a la mía en la década de 1970 como Stephen Shore, Joel Sternfeld, Joel Meyerowitz, William Eggleston … entraron en el MOMA y otros museos similares. Tenían los fondos, las subvenciones y el apoyo económico, y también el espíritu y la convicción de que el color podía usarse como arte. En Canadá, a este respecto, estábamos un poco atrás. Simplemente, no teníamos grandes exposiciones de fotografía en galerías de arte.
Esos avances tecnológicos que posibilitaron la impresión de sus fotos, le hicieron, años más tarde, pasarse a la fotografía digital, aunque puede decirse que esa decisión vino obligada por las circunstancias, y no por el gusto o las preferencias personales.
Aún me gustan las cámaras analógicas, pero no las uso porque hoy en día es muy complicado encontrar un buen servicio de revelado. Si encontrara uno, no fotografiaría en digital. Y, de todos modos, las cámaras digitales están muy mal hechas, eso es porque están hechas por frikis de la tecnología y no por fotógrafos.
Herzog, como muchos otros fotógrafos, daba más importancia a las tecnologías (y resultados) del revelado que a las cámaras de fotos. Las consideraba un mero instrumento al servicio de la pericia técnica y compositiva del propio fotógrafo, algo que se podía desarrollar haciendo muchas fotos en la calle, y al servicio también del bagaje cultural y vital del fotógrafo, algo que consideraba esencial a la hora de saber expresar a través de las imágenes.
Haz fotografías en la calle porque perfecciona tus instintos, tu rapidez y te ayuda a ser rápido componiendo. Pero, sobre todo, es lo que tienes en tu cabeza lo que hace la foto. Si no lees, si no tienes conversaciones con amigos inteligentes, no llegarás a hacer una buena foto. Hay un dicho sobre el acto de ver: solo unas pocas personas pueden ver, pero la mayoría de ni siquiera mira. Y eso me dice mucho. Solo se puede ver si se tiene algo en mente que se sume a lo que ves. La cámara es el complemento menos importante para tus ideas. Tus observaciones, sin embargo, son importantes porque son lo que tú eres. La cámara es solo un dispositivo que puedes llevar en la mano, alrededor del cuello o montar en un trípode.
Así que lo que ponemos en nuestras fotos no es una idea brillante. Lo que ponemos en nuestras fotos es toda nuestra vida y todo nuestro discurso intelectual. Todo lo que sabemos, todo lo que hemos hecho y todo lo que está en nuestra historia queda recogido en cada fotografía que hacemos.
Aunque fuera tarde y con décadas de retraso, las fotografías de Herzog nos dejan el testimonio de un hombre con una enorme sensibilidad en la mirada, un artista cuyo instinto le llevó y le exigió trabajar en color, y que lo hizo porque para él no había forma más veraz y realista de mostrar lo que pasaba en las calles de Vancouver. Nadie más fotografió la ciudad como él, ni lo hizo de forma tan temprana y, por qué no, valiente y comprometida. Ahora, con su muerte, son sus fotos, y sus bellísimos colores Kodachrome, los que nos hablan por él.
Gracias por tu esfuerzo, Leire. Es un verdadero placer leerte, y también escucharte. Me enriquece como fotógrafo. Un saludo. Pablo
Muchísimas gracias por tanto piropo, Pablo! Y sí, Herzog resulta enriquecedor e inspirador para muchos, no solo por la calidad y originalidad de su obra, sino por las circunstancias y el tiempo en que la hizo. Un abrazo!
Excelente artículo y gran fotógrafo , y por sobre todo un ser humano muy pensante.saludos
Gracias, Moxie! 🙂
Creo que ya no queda ninguno de estos fotógrafos pioneros del color vivo… Eggleston y compañía no creo que lo fueran, la verdad. De hecho no tenían el mismo tino que Leiter, Herzog, Haas o Fieger (tres alemanes, curioso).
Es curioso porque el color de las generaciones siguientes quizás fue más perfecto, pero menos auténtico. A menudo tengo la sensación de que seguían haciendo blanco y negro pero con un carrete en color. En cambio no he vuelto a ver fotos como las de Leiter o Haas. Sorprende pero así es.
En todo caso no nos pongamos melancólicos… no lloremos a Herzog. Está en el Parnaso Fotográfico
Tienes tazón, Gerard. La evolución del color en fotografía, su utilización y sus complicaciones (que las tiene, y muchas) son un tema que dan para mucho. Afortunadamente, tenemos a Herzog, Haas y Leiter que, en mi humilde opinión, nunca dejarán de ser grandes y muy válidos referentes, junto a otros muchos como Joel Meyerowitz, por citar solo un ejemplo y no aburrir a nadie. Muchas gracias por tu reflexión!
¡Vaya mes que llevamos de muertes “fotográficas”! Me ha encantado el artículo. Y las fotos. Y me he reído mucho con lo que dice de Ansel Adams y su espiritualidad.
Sí, Javier, está siendo un mes de septiembre muy negro. Un abrazo!
¡MIL GRACIAS!
Ya, no se me ha ocurrido nada más original.
Tenía la necesidad de sentarme 5 minutos a escribir algo para agradecerte las horas que nos has dedicado a los que hemos tenido la suerte de dar con tu magnífico blog.
Hace unos meses un buen amigo me recomendó leer una entrada de un blog que había descubierto sobre fotografía. Y fue empezar…y no parar. No parar pero disfrutando cada entrada cuando tenía un ratito de tranquilidad durante el primer café de la mañana. Qué maravilla!
Ahora que los he terminado (pero no pares, por favor!) es obligado agradecer tu dedicación y habilidad para contarnos historias tan dispares y tan emocionantes. La vida que hay tras las fotos, los fotógrafos. Los dramas y las pasiones. Nos sacas de la pantalla del ordenador y nos explicas lo que pasa ahí fuera, dentro de las cabecitas más brillantes de este mundo tan particular. Imagino que, igual que a mí, a otros muchos les has encendido en el interior como lo hizo algo como lo hizo Munkácsi a Cartier. Y eso es impagable. Probablemente, en mi caso, no hará que mis fotos sean maravillosas pero seguro que me hace disfrutarlas aún más.
Así que, otra vez: gracias!
Jorge… me has emocionado profundamente. Vamos, que no sé ni qué ni cómo contestarte para expresarte lo que me has hecho sentir con tu comentario. La agradecida soy yo por tener lectores como tú, que amáis la fotografía y que tenéis esa curiosidad tan especial por saber más y más sobre lo que hay (y quien hay) detrás de las imágenes. Es como verme a mí misma reflejada en un espejo. Y es muy bonito saber que hay gente con esas inquietudes ahí, al otro lado de la pantalla. Cuando escribo, siempre intento haceros llegar, aunque sea un poquito, lo que yo siento y experimento cuando descubro un fotógrafo, analizo su obra o miro sus fotos. Si algo tengo claro desde que empecé este blog es que la fotografía es mucho, muchísimo más que hacer fotos. Al menos a mí así me lo parece. Y esa es parte de su magia. Por eso, que hagamos o no fotos maravillosas es mucho menos importante.
Un abrazo, y GRACIAS A TI por dedicarme esos 5 minutos de escritura. Me han sabido a gloria! 🙂
Eres grande! Muchas gracias!
Gracias a ti, Patricio! 🙂
Hola ..! estoy seguro que en este blog hay reseñados mas fotilibros de los que aparecen en el sitio. Busco un autor norteamericano ya fallecido, cuya obra es alrededor de los 60,s y apareció un fotolibro enorme en esta página. No recuerdo su nombre pero creo desciende de alemanes. Se radicó en New York y murió de edad avanzada. Lo vi hace cerca de tres meses. Podría por favor ayudarme a localizarlo..??
Un montón de gracias por su amable atención..
Alejandro Toro / fotógrafo
Puede ser, quizá, Erich Hartmann? El fotógrafo de origen alemán que hizo el libro «In the camps» sobre los campos de concentración? Es el único que se me ocurre con las pistas que me has dado… Espero haberte ayudado, Alejandro. Saludos!
Leire, acabo de descubrir tu blog y tu sitio en youtube y me encantaron. Te agradezco tu generosidad al compartir de esta manera tu gusto por la fotografía. Es muy didáctica la forma en que escribes y muestras tus reseñas, si acaso siento que en los videos donde muestras los fotolibros, la cámara en tu mano se mueve un poco y dificulta la apreciación de las imágenes, fuera de ello todo excelente. Un saludo desde México.
Gracias, Marco Antonio! No te imaginas la ilusión que me hace leer mensajes como el tuyo! Y sí, tienes razón, la cámara se me mueve cuando muestro los libros, pero eso me permite también acercarme a los detalles que me interesa destacar. Te mando un fuerte abrazo y espero que sigas disfrutando con el blog.
Leire