En una cultura como la nuestra en la que el suicidio es tabú, llama la atención que la fotografía de una joven suicida en Nueva York se haya «colado» entre las imágenes más icónicas de la historia. Y que incluso se publicara a página entera en una revista como Life. Pero no es casualidad porque esta, a pesar de la tragedia que encierra, es una imagen «amable»: no hay nada desgarrador en ella, nada que nos perturbe, no hay sangre, ni vísceras, ni cuerpos desnudos y violentados.  Nada hace que se nos revuelva el estómago (o la conciencia) cuando la miramos. Sólo hay belleza y una aparente serenidad. Es el aberrante encanto de un cadáver hermoso.

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Foto: Robert Wiles

Hace ahora 170 años, en 1846, Edgar Allan Poe dijo que «la muerte de una mujer hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo». Justo un siglo después, en 1947, una joven llamada Evelyn McHale protagonizaba la fotografía que mejor ha representado la máxima del poeta estadounidense. Se publicó a principios de mayo de ese año, en la revista Life, y ocupó una página entera. Fue «la foto de la semana» en la edición del 12 de mayo, acompañada del siguiente texto: «A los pies del Empire State Building, el cuerpo de Evelyn McHale reposa en calma sobre un ataúd grotesco, incrustado en el techo de un coche».

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La fotografía es extraordinaria, se mire por donde se mire. Su autor, un estudiante de fotografía llamado Robert Wiles, escuchó un tremendo ruido cuando estaba en la calle (el cuerpo de Evelyn cayendo sobre el coche, una limusina de las Naciones Unidas) y se acercó, asustado, al igual que otros transeúntes. Sacó su cámara y tomó la foto cuatro minutos después de la caída.

En aquel momento, nada le hizo sospechar que esa imagen tendría un hueco en la historia. No sólo eso, sino que 70 años después, la foto de Wiles captó la atención de Andy Warhol, que se apropió de ella para crear una serie llamada Suicide (Fallen Body), en 1962. Más recientemente, ha inspirado portadas de albums musicales e incluso un videoclip de la cantante Taylor Swift.

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Suicide (Fallen Body), de Andy Warhol

Pero, ¿quién era Evelyn McHale y qué hace que esta foto atrape a todo el que la mira?

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La verdad es que poco se sabe de esta californiana de 23 años, y menos aún de los motivos que la llevaron a saltar desde el mirador del piso 86 del Empire State.  Evelyn vivía en Nueva York y se había prometido recientemente con Barry Rhodes, un exsoldado que estudiaba en Pensilvania. La boda estaba prevista para un mes después, en junio de 1947.

Según parece, el 30 de abril visitó a su prometido para celebrar el 24 cumpleaños de él y al día siguiente cogió el tren de las 7 de la mañana para volver a Nueva York.  Su novio declaró después que cuando se despidió de ella parecía contenta y tan normal como cualquier otra chica a punto de casarse. No se sabe lo que pasó por su cabeza en los 66 minutos que duraba el viaje en tren a Nueva York, pero cuando llegó fue al hotel Governor Clinton y allí escribió una nota de suicidio. Poco después, sobre las 10:30 de la mañana, compró un billete para subir al mirador del Empire State. Y saltó. La nota de suicidio la encontraron en el mismo mirador, junto a su abrigo, una cajita de maquillaje y su bolso.

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Mirador del Empire State Building desde el que saltó Evelyn McHale

Lo que Evelyn escribió no aclaraba mucho sobre los motivos de su suicidio y, curiosamente, las tres frases en las que habla de su prometido y su boda estaban tachadas: «No quiero que nadie, sea o no de mi familia, vea mi cuerpo, ¿podríais incinerarlo? Os ruego que no organicéis ningún funeral o acto en mi memoria. Mi prometido me pidió que nos casásemos en junio. No creo que yo pueda ser una buena esposa para nadie. Estará mucho mejor sin mí. Tengo muchas de las tendencias que tenía mi madre, preguntadle si no a mi padre».

De sus palabras puede deducirse que sufría de algún tipo de depresión clínica o enfermedad mental que también afectó a su madre. Pero solo son conjeturas.

La familia cumplió los deseos de la fallecida; no hubo funeral y su cuerpo fue incinerado, por lo que tampoco hay ninguna tumba.

Para la posteridad ha quedado la imagen de su muerte, una fotografía cautivadora y hermosa. La belleza y la aparente placidez del cadáver, ese dejarse ir, recuerdan mucho a la Ofelia de John Everett Millais, quizá porque Evelyn no parece estar muerta ni incrustada en un amasijo de cristales rotos y hierros retorcidos. Parece haber sido colocada así de forma deliberada. Nada en la posición de su cuerpo parece trágico ni violento; la mano enguantada agarrando el collar, los pies cruzados a la altura de los tobillos, su expresión facial aparentemente relajada… Es como si se hubiera echado un rato a descansar.

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Ofelia, de John Everett Millais (1852)

Pero esa aparente calma y la entereza de su cuerpo no eran más que una frágil fachada.  Cuando los operarios de la morgue movieron a Evelyn, el cuerpo de la joven se descompuso; sus entrañas estaban deshechas por el golpe. Fue su hermana quien se ocupó de identificarla y de cumplir sus últimas voluntades.

La de Evelyn McHale fue la única fotografía que publicó Robert Wiles.

En su anhelo por desaparecer, McHale consiguió todo lo contrario. No sabemos si vivió deprisa, pero cumplió, al menos en parte, la famosa máxima de James Dean: murió joven y dejó un bonito cadáver. Y lo hizo, además, de la forma más teatral posible. En aquella época sin móviles con cámara, su muerte y su imagen tenían todos los boletos para, con el tiempo, caer en el olvido. Pero la casualidad quiso que un estudiante de fotografía pasara con su cámara a unos pocos metros de donde ella cayó. La portada de la revista Life y nuestra fascinación por la muerte, la juventud y la tragedia hicieron el resto.

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