Le sucedió a Martine Franck con Henri Cartier-Bresson, a Gerda Taro con Robert Capa y también a June Leaf con Robert Frank: las tres quedaron eclipsadas por la enorme e infinita sombra de sus legendarias parejas. El caso de June Leaf, sin embargo, es algo diferente al de Franck y Taro, Leaf no fue fotógrafa, sino pintora y escultora, y desde que se casara con el famoso autor de ‘Los Americanos’, vio cómo la gente se refería a ella y a su obra no por su nombre y apellido, sino como «la mujer de Robert Frank».
Leaf, además, no era una artista del montón, su obra gozaba de prestigio en el mundillo artístico y, de hecho, algunas de sus creaciones forman parte de las colecciones privadas de instituciones como el Moma, el Smithsonian o el Art Institute of Chicago.
Sin embargo, su nombre cobró mayor relevancia gracias a una fotografía, un retrato de más de tres metros colgado en una galería y que formaba parte de una gran exposición de uno de los más famosos y laureados fotógrafos de todos los tiempos. Un hombre que llegó a referirse a June como «la mujer más bella a la que he fotografiado» y que no respondía, como muchos pensarán, al nombre de Robert Frank. Aquel fotógrafo era Richard Avedon.
El neoyorquino, uno de los mejores fotógrafos de moda y retratistas de la historia, consiguió además otra cosa nada fácil: hacerle un retrato al propio Robert Frank, un alérgico confeso e incorregible a posar ante una cámara.
Lo que no consiguió Richard Avedon fue librarse de tener que escuchar en persona, en un acto público y con la prensa como testigo, la opinión que sobre el retrato tenía la madre de Leaf, una de cuyas frases hizo, además, que el fotógrafo huyese ofendido.
Pero me estoy adelantando demasiado. La historia del retrato que Richard Avedon hizo a June Leaf comienza cuando el fotógrafo comienza con la visita que Avedon hizo al matrimonio acompañado de su hijo, en 1973. La propia June lo cuenta así en «Avedon, something personal«, la biografía del fotógrafo escrita por Norma Stevens, la que fuera su ayudante durante más de 30 años.
Avedon nos visitó por primera vez en 1973, acompañado de su hijo, y lo hizo, según dijo, para celebrar el cumpleaños de éste. Trajo comida de Zabar’s (tienda de comestibles neoyorquina considerada por muchos ‘un paraíso del buen comer’ con precios bastante caros). Debió de pensar que a su hijo le impresionaría viajar a Nueva Escocia y comer algunas delicatessen con Robert Frank. No era asunto mío que trajese a su hijo para impresionarle. No me siento muy cómoda cuando la gente se queda anonadada y con la boca abierta ante Robert, sabes, ni siquiera siento interés por conocerlos.
Es verdad que por aquella época yo estaba acostumbrada a que la gente viniera a conocer a mi marido, la gente se siente profundamente conmovida por su trabajo. Me gusta presentarle a la gente. Pero cuando estás casada con semejante icono, sucede que las personas no se dan cuenta de que estás ahí. Es lo que pasa conmigo, y no me importa, porque soy perfectamente capaz de mantenerme en un segundo plano. En realidad, soy mucho más interesante que Robert. Un amigo nuestro comparó una vez nuestra situación con la de Frida Kahlo y Diego Rivera, y a mí me gustó que nos comparara con ellos.
Durante la visita de Avedon yo me mantuve al margen, me limité a servir el té. Recuerdo que llevaba una sudadera con la capucha puesta. Él también mantuvo las distancias conmigo y lo cierto es que yo no le presté más atención de la que él me prestó a mí. La verdad es que yo no sabía mucho sobre él, solo lo que cualquier chica americana: que Avedon fotografiaba a las modelos más hermosas del mundo.
Un par de veranos después de aquella primera visita, Avedon nos preguntó si podía venir de nuevo. Nos dijo que estaba preparando una gran exposición en la galería Marlborough para septiembre y que quería hacerle un retrato a Robert. Sin embargo, esta vez Dick me cayó bien nada más verlo porque de repente me di cuenta de que me recordaba a un amigo que acababa de fallecer, un artista y empresario de Chicago llamado Don Braum. Con ninguno de los dos podías percibir si había algo realmente sexual en el ambiente. Ambos tenían un estilo muy parecido; delicado y solitario. Dick mencionó que había tenido algunos problemas de corazón y eso me hizo sentir pena por él, aunque quizá no quede muy bien decirlo.
Robert quería que nuestro perro pastor mestizo, Sport, saliera en la foto. Avedon fotografió a Robert posando frente a nuestra casa, y al día siguiente hizo lo mismo. Es una imagen maravillosa: Robert está sin afeitar y despeinado mientras extiende una mano hacia Sport, que le devuelve el gesto con su patita.
Después de la sesión, llevé a Dick a dar un paseo por la playa. Nos pasamos horas coleccionando piedras y ahí es cuando sentí que realmente había conectado con él. Cuando volvimos, Robert dijo: «¿Por qué no le enseñas a Dick tu nuevo estudio?». Estaba en un edificio separado de nuestra granja y yo acababa de vaciarlo para pintar el interior. Recuerdo que pensé “bien, como lo acabo de vaciar, solo tendré que enseñarle el edificio”, que era algo de lo que me sentía orgullosa. Pero una vez que estuvimos dentro, Dick me preguntó muy educadamente: «¿Puedo ver tu trabajo?» Odio cuando la gente hace eso, porque no sé si están realmente interesados en verlo. Puede que yo despreciara su interés en mí desde el principio porque sabía que él solo había venido a fotografiar a Robert. Y aquello me parecía bien, yo no estaba allí para presentarme ante él.
El invierno anterior, Andrea, la hija de Robert, había muerto en un accidente de avión y estábamos pasando una época dura. Yo me sentía mejor cuando pintaba y comencé a hacer retratos de nuestros vecinos (pescadores, granjeros…) Así que pensé que bastaba con enseñar esos retratos a Dick. Saqué uno, y luego otro, y otro, mientras él seguía diciéndome «¡¡quiero ver más!». Los retratos de nuestros vecinos se acabaron enseguida, tenía solo una decena, y ahí fue cuando todo se descontroló: para cuando me di cuenta, ya había sacado todo mi trabajo, unas doscientas pinturas. Lo cierto es que, de todas formas, necesitaba revisar mi trabajo. Avedon estaba allí sentado y me observaba, y, por primera vez, sentí que me veía.
Y, de repente, dijo: «Voy a fotografiarte mañana». Aquello me sorprendió totalmente, pero no me lo tomé en serio porque su forma de vida y su trabajo estaban ligados a gente famosa y, aunque sentía que yo era una persona que valía la pena fotografiar, sabía que yo no era material para Richard Avedon, sobre todo porque no era famosa por mí misma ni tenía una gran carrera.
La mañana siguiente Dick vino y justo cuando él y su asistente japonesa, creo que se llamaba Kaz, estaban a punto de marcharse, me dijo: «No creas que se me ha olvidado». Entonces salimos fuera, colocó un fondo blanco, y la sesión fue rapidísima.
Dos días después de aquello llamó a Robert por teléfono: y le dijo: «Voy a incluir la foto de June en la exposición de la Galería Marlborough, es el retrato más maravilloso que he hecho a una mujer«. Yo pensé, de nuevo, que solo estaba siendo amable, no creí lo que decía. Pero luego alguien me dijo que habían leído lo mismo en la revista Newsweek, y entonces me di cuenta de que él creía de verdad lo que había dicho.
Lo cierto es que aquella no era una buena foto mía. No lo era porque mis ojos salen oscuros y porque no estoy muy recta. Y mis pechos aparecen muy caídos, ¡aunque no tanto como lo están ahora! ¿Y dónde estaba mi sonrisa? Como mi madre solía decir: «June tiene una sonrisa muy bonita», que es lo que le dijo ella misma cuando lo conoció.
Robert nunca me dijo lo que pensaba de aquel retrato, pero debió sentirse celoso de lo famoso que se volvió, porque después de aquello él me hizo uno por primera vez.
Todos aquellos años, leí en varias ocasiones cómo Richard Avedon decía que yo era la mujer más hermosa que había fotografiado. Yo creía que era por aquel paseo que dimos en la playa, porque hablamos, y porque yo soy una mujer que suelo prestar toda mi atención a la persona con la que estoy.
Eso sí, me parece una tontería que la gente se vuelva loca por una fotografía. Es decir, Richard Avedon no me creó, ¿entiendes? Él solo hizo la foto. Los pintores son diferentes, a veces crean obras como quien crea personas. Una pintura es un ser en sí, algo creado de la nada. En cambio, una fotografía es parte de alguien o algo que ya existía con anterioridad. Por eso no amo las fotografías de la misma manera que amo las pinturas. Para mí, la forma en que la gente habla de la foto que Dick me hizo es como el cuento del emperador que camina desnudo.
Mi madre, que era una persona maravillosa, vivía en Chicago y tenía la costumbre de escribirme una carta cada dos semanas. Lo hizo hasta que murió a los 95 años. Y con todas sus cartas me enviaba un billete de cinco o diez dólares. Las he llamado cartas, pero normalmente no pasaban de una página. Me escribía mientras estaba en el salón de belleza, y siempre empezaba diciendo “aquí estoy, sentada bajo el secador de pelo”.
Un día, encontré en nuestro buzón de Nueva Escocia una carta suya que era más larga de lo habitual. Constaba de una única e interminable frase:
«Hola Junie estoy cortándome el pelo y he pensado en escribirte para decirte que oí que Richard Avedon iba a firmar unos libros en la librería Max Siegel y se me ocurrió acercarme y presentarme y cuando lo hice él me preguntó inmediatamente qué le parece la foto que le hice a su hija y yo le dije bueno no me parece que salga muy bien creo que su pelo se ve aplastado y no me gusta que no se lo haya lavado y creo que tiene una sonrisa más bonita que esa y prefiero mucho más las fotos que le hace mi yerno y a mi lado había un señor que dijo que escribía para un periódico y estaba tomando nota de lo que yo decía y Richard Avedon no me ofreció en ningún momento un libro gratis».
En su siguiente carta incluía el artículo del periodista junto con un billete de diez dólares. El artículo en cuestión terminaba con la frase: «Y Richard Avedon se dio la vuelta y se alejó de la mujer«. Puedo entender que Dick se sintiera ofendido cuando mi madre le dijo que prefería las fotos que Robert me hacía.
Fui a la exposición de Avedon en el Metropolitan por un solo motivo: hacer una foto de mi foto colgada en el museo y enviársela a mi madre. Y después convencí a un amigo para que fuese y sacase una foto de los visitantes que miraban mi foto porque… ¡era una foto de más de tres metros! Quería demostrar a mi madre que yo era algo verdaderamente grande.
June Leaf fue la segunda mujer de Robert Frank. Se casaron en 1971 y permanecieron juntos hasta la muerte de él, el 9 de septiembre de 2019, a los 94 años de edad.
Lo curioso de esta relación es que June y Robert se conocieron gracias a Mary, la primera mujer de Frank, una artista visual inglesa que pidió ayuda a June para encontrar una nueva galería. Poco después la invitaron a la inauguración de la casa de Andrea, la hija de ambos, y ahí fue cuando June Leaf y Robert Frank se encontraron por primera vez:
Lo miré y pensé: «Ah, ahí está. Es más harapiento de lo que me imaginaba, y más arrogante de lo que pensé que sería. Está casado y estoy muy feliz de que lo esté porque se ve que es un hombre muy difícil «. Me alejé de él. Trató de hablar conmigo. Simplemente no me gustó la forma en que se acercaba a mí como mujer.
Frank finalmente se divorció y June y él se trasladaron de Nueva Yodk para irse a vivir al campo, a Nueva Escocia. Frank había dejado la fotografía de lado para centrar su interés en el cine. Pero seguía siendo una leyenda, el autor de ‘Los Americanos’, uno de los libros más importantes de la historia de la fotografía. Y la gente siguió reverenciándolo hasta su muerte.
Un día estábamos sentados en la calle, tras haber acudido a una exposición y la gente se nos acercaba y prácticamente se arrodillaba ante Robert. Y lo entiendo. Creo que entiendo esa reacción mejor que nadie. Es como cuando inventaron la imprenta. De repente, la gente podía leer libros y no tenían que escuchar lo que decían los sacerdotes. Todo era accesible para las personas. Bueno, pues con la fotografía es la misma revolución. De repente, sienten que la fotografía les da poder y la necesitan, de la misma manera que necesitaban los libros. Y Robert es el que elevó ese proceso creativo al nivel del arte.
Una de las cosas más curiosas de esta historia, es que Avedon parecía estar muchísimo más orgulloso del retrato que le hizo a June Leaf que del que le hizo a Robert Frank. Ambas imágenes, sin embargo, tienen mucho en común. Tal y como hizo con los retratos que formaron parte de su famosísimo libro ‘In the american west’, los retratados parecen aislados del mundo, envueltos en un fondo blanco que acentúa su soledad y su personalidad, y que les hace parecer abandonados, lo que facilita también esa sensación tan atractiva (y difícil de conseguir) de abandono ante la cámara.
La postura de June en la foto, con abrazándose a sí misma ante la cámara, y la expresión de su rostro, acrecientan la fuerza de la imagen. No hay sonrisa, muy a pesar de su madre, como tampoco la hay en Frank (un tipo hosco y extremadamente reservado ante y tras la cámara) ni en el resto de retratos de la serie de Avedon. Para el fotógrafo neoyorquino, la sonrisa era «una máscara» que ocultaba a la persona retratada.
No fue el único gran fotógrafo en fotografiar al matrimonio Frank en su granja de Nueva Escocia. Walker Evans también tomó fotos de June y Robert, pero ninguna como el retrato de Avedon. La vulnerabilidad de Leaf y la mirada de Avedon crearon una imagen sencilla en apariencia, pero que desvela su enorme poder de atracción cuando posamos nuestra mirada en ella. Es, sin duda, la obra de uno de los más grandes retratistas que ha habido jamás.
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como siempre excelente articulo¡¡
Muchas gracias, Elías!
Muy interesante, Leyre.
Ups!! Leire, quise decir…
jajajaja, no pasa nada!
Gracias!
Magnífico articulo de nuevo!
Me alegro de que te guste, Antolín. Gracias!
Magnifico artículo. Gracias por compertirlo
De nada, un placer!
Maravillosa historia, muy bien contada, con unos extraordinarios personajes…..Felicitaciones y gracias….
Gracias a ti, Rolando!
Es un relato delicioso, que desconocía.
Desgraciadamente es demasiado habitual que la fama del hombre eclipse la valía de la mujer. Cuando leía tu texto, me acordé de Man Ray y Lee Miller. Hasta que Lee no voló sola, no fue conocida y valorada.
Gracias Leire.
Gracias a ti, Pepe!
Probablemente Avedon es el fotografo, que más me ha influemciado. Y leo todo lo que puedo sobre el y su trabajo. Y no tengo ni uno solo de sus libros, por eso cuando leo tus artículos sobre su trabajo me alegran tanto.
Pues tengo otro post sobre Avedon en mente, pero dejaré que pasen unas semanas antes de publicarlo o tendré que quitar el nombre de Cartier-Bresson del nombre de este blog y buscar un buen juego de palabras con el nombre de Avedon 😉
Impaciente me encuentro. Deja el nombre que es genial
jajaja, gracias!
Vengo a través de un enlace en fotogasteiz, leyendo un artículo sobre Richard Avedon. Me he alegrado de llegar de nuevo a cartierbressonnoesunreloj y releer este artículo.
De paso, quería hacerte una pregunta y a la vez una petición, ¿para cuando un nuevo artículo de los tuyos, de los de leer con calma, con un café en la mano, mientras aprendemos fotografía?
Ya he visto que te prodigas por otros medios, pero no nos puedes dejar sin nuestros artículos… 🙂 Aunque supongo que llevan mucho trabajo tras ellos.
Un saludo Leire.
Hola, Juan Luis!
Pues tienes razón, yo también echo en falta publicar más a menudo en el blog y deleitarme con uno de esos post en profundidad. De hecho, tengo un par de ellos medio hechos, pero no acabo de sacar tiempo para cerrarlos bien y quedarme satisfecha, es el problema de prodigarme también en otros medios como Twitch, Isntagram, TikTok… Pero los publicaré, eso seguro!
Un abrazo!
Leire