Ese día Robert Capa moría en Indochina tras pisar una bomba mientras acompañaba a una patrulla de soldados franceses cerca de la frontera de Laos. Y ese mismo día llegaba a Nueva York la noticia de la muerte de Werner Bischof en un accidente de coche en los Andes peruanos.

En el momento de su muerte, Capa, de 40 años, era ya una leyenda viva del fotoperiodismo. Bischof, de 38, estaba considerado uno de los mejores fotógrafos del momento.

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Werner Bischof en Perú, pocos días antes de su muerte en 1954

John G. Morris, primer director de la agencia Magnum, amigo personal de ambos fotógrafos y editor gráfico de Life y de The New York Times, entre otros, cuenta en su autobiografía ¡Consigue la foto! Una historia personal del fotoperiodismo cómo vivió en primera persona aquel fatídico día:

Yo había acordado pasar una semana de mis vacaciones impartiendo clases en el sexto taller de fotografía de la Universidad de Missouri. La mañana posterior al día de cierre del curso me despertó una llamada de Inge Bondi, de la oficina de Magnum en Nueva York. Estaba llorando. “John, tengo una noticia terrible. Werner ha muerto. ¡Muerto! Se despeñó en coche por un precipicio en Perú, lo acaban de encontrar. Acaban de llamar del consulado suizo”. De inmediato pensé en Rosellina, su mujer, que estaría en Zurich, a punto de dar a luz a su segundo hijo.

Volví apresuradamente a Nueva York. El viaje se me hizo interminable. Me abrumaban los recuerdos, alegres y tristes, que compartía con Werner y Rosellina.

Mi mujer Dèle y los niños me recogieron en el aeropuerto de La Guardia esa noche. Cuando entramos en casa, en Armonk, sonaba el teléfono.  Era una documentalista de la sección internacional de la revista Life. “¿Se ha enterado de la terrible noticia?” “Sí”, respondí pensando en Werner. Ella continuó preguntando. “¿Le importa si le hago unas cuantas preguntas sobre Robert Capa?” “¿Capa?”, pregunté confundido. Se hizo un breve silencio. “Oh, lo siento”, respondió. “Pensé que lo sabía. Bob Capa ha muerto hoy en Indochina. Ha pisado una mina y ha muerto en el acto”. Era demasiado para el mismo día. Era 25 de mayo en Hanói y también en Zurich, donde el mismo día nació Daniel Werner Bischop.

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Werner y Rosellina Bischof en Nueva York, 1954.

La noticia de la muerte de Werner Bischof había tardado nueve días en llegar a Nueva York. Sucedió el 16 de mayo, cuando el vehículo en el que viajaba con otras dos personas cayó unos 500 metros por un barranco.  Ninguno sobrevivió.

El interés por el ser humano y los más desfavorecidos fue lo que llevó a Bischof hasta Perú. Sus comienzos habían sido muy diferentes, en Suiza, donde abrió un estudio y se dedicó a la fotografía de moda y a la publicidad. Pero una visita a la Alemania de posguerra, un país en ruinas, muchos de cuyos habitantes, niños incluidos, malvivían hambrientos en las calles, cambió para siempre su vida. Su vida y su fotografía.

Cuando llegó la guerra, con ella vino la destrucción de mi torre de marfil. A partir de ahí mi atención se centraría en el sufrimiento humano, algo que vi mil veces en la frontera suizo-austriaca… niños abandonados y ancianos, detrás de ellos explotaban las granadas y acechaban los tanques.

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Alemania. Foto: Werner Bischof.

De su etapa anterior como fotógrafo comercial le quedó su manejo audaz de la composición y un dominio magistral de la luz. Eso y su compromiso, empatía y genuino interés por la condición y el sufrimiento humanos hicieron de Werner Bischof un fotógrafo sobresaliente. Sus imágenes tienen ese ‘algo’ especial que muchos persiguen pero que muy pocos consiguen.

A la larga, no creo que nadie pueda pasar por alto estas imágenes sobre el hambre, ni que la gente pueda ignorar todas mis fotos. No, definitivamente no. Incluso si solo queda una vaga impresión de ellas, con el tiempo crearán una base que ayudará a las personas a distinguir entre lo que es bueno y lo que es inaceptable.

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India. Foto: Werner Bischof.

Las fotos que hizo en el Berlín de posguerra le abrieron las puertas de la agencia Magnum, donde entró de la mano de su amigo Ernst Haas y de María Eisner, y se convirtió en el protegido de Robert Capa. El húngaro quedó maravillado al revisar su portfolio.

Los aclamados reportajes de Bischof en Inglaterra, Italia, India, Japón o Corea son el prolegómeno de su viaje a América Latina, donde visita México, Panamá y Chile antes de recalar en Perú. Allí muere en un fatal accidente de coche el 16 de mayo de 1954.

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De camino a Cuzco, 1954. Foto: Werner Bischof.

Días después de la muerte de Werner Bischof, Robert Capa fallecía en Indochina. Capa ni siquiera tenía que estar allí. Ray Mackland, de la revista Life, aprovechó que el fotógrafo estaba en Japón para pedirle que sustituyese durante cuatro semanas a Howard Sochurek, fotógrafo en nómina de Life que estaba cubriendo la guerra entre los franceses y los Viet Minh. Y Capa aceptó.

John G.Morris, amigo de Capa, le llamó por teléfono a Tokio para intentar quitarle la idea de la cabeza. «¡Bob!, grité. ¡No tienes que ir, no es nuestra guerra!» «No te preocupes», respondió también gritando, «son solo cuatro semanas».

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Robert Capa. Copyright: Magnum Photos.

Al día siguiente, 1 de mayo, Capa escribió a Morris desde la oficina de Time & Life en Tokio:

Siento que la llamada telefónica fuese tan corta, pero es que las conferencias de larga distancia siempre me asustan. Aprecio tu llamada, pero ten por seguro que no acepté el trabajo por sentido del deber, sino, más bien, por el del placer. Hacer fotografías me divierte mucho en este momento y posiblemente me divierta aún más hacerlas sobre un asunto complicado, pero que tiene mucho que ver conmigo. Sé que Indochina quizá no depare más que puras frustraciones, pero de algún modo se podrá sacar un reportaje. Así que para allá voy; estaré de vuelta en cuatro semanas. Y a mediados de junio volaré a París, a menos que decenas de ofertas irresistibles me lo impidan. Me alegró mucho escuchar tu alegre voz y hablar contigo de todo en general.

Para Morris, al aceptar ese trabajo, Capa estaba rompiendo su regla de oro; aquella en la que decía que para soportar una guerra había que odiar a un bando o amar a otro. Pero el húngaro estaba decidido, y ya no había vuelta atrás.

Morris recibiría aún otro mensaje más de Capa, una carta sin fechar: “Querido John, acabo de regresar de Laos. Quiero hacer otro reportaje más”. Sería el último.

La mañana del 25 de mayo, Robert Capa partió de la aldea de Nam Dih, en el delta del río Rojo. “Esta va a ser una bonita historia y hoy voy a portarme bien. No voy a insultar a mis colegas y no hablaré ni una sola vez de lo excelente que es mi trabajo”, bromeó antes de salir.

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Indochina. Foto: Robert Capa.

Unas horas después, a unos 30 kilómetros, Capa estaba patrullando a pie con un contingente de soldados franceses en la frontera de Laos. Durante el camino fotografió soldados, aldeas incendiadas y saqueadas y cadáveres que habían quedado sin enterrar. Cinco minutos antes de las tres de la tarde, y a pesar de las advertencias del jefe de la unidad, Capa decidió subir a una pequeña colina para hacer unas cuantas fotos. Mientras subía pisó una mina terrestre. Algunos dicen que murió en el acto; otros, que aún estaba vivo cuando lo encontraron con la pierna izquierda destrozada y una gran herida en el pecho.

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La última foto de Robert Capa

Werner Bischof se sentía obligado a “explorar la verdadera cara del mundo. Llevar una vida llena de satisfacción nos ha cegado a muchos de nosotros ante las inmensas adversidades más allá de nuestras fronteras», dijo una vez. Robert Capa, por su parte, afirmó en más de una ocasión que lo mejor que le podía pasar al mundo es que los reporteros de guerra estuvieran “en paro de por vida”.

Amigos y compañeros de profesión, ambos querían mostrar al mundo aquellas situaciones ante las que habitualmente se cierran los ojos, y hacerlo a través de sus cámaras. Capa documentaba los horrores de la guerra en Indochina; Bischof, la cultura y las duras condiciones de vida de las comunidades indígenas en Perú. Murieron a miles de kilómetros de distancia el uno del otro, con sólo nueve días de diferencia.

Escucha, viejo, el hoy no importa y el mañana tampoco. Es el final del juego lo que cuenta y la cantidad de fichas que tienes en el bolsillo… si es que todavía sigues jugando. (Robert Capa).

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