Lamentablemente, no puedo decir que la fotografía haya sido una presencia constante y determinante en mi vida desde que era pequeña, sencillamente porque no es verdad. Hace apenas cinco años que empecé a tomármela en serio, a vivir mi afición, a formarme, a curiosear, a buscar, a descubrir y, sobre todo, a disfrutar.  

De pequeña, las fotografías eran meros recuerdos atrapados en papel; las protagonistas de los pases de diapositivas familiares que mi padre organizaba aprovechando alguna aburrida tarde de lluvia y frío. También eran imágenes escondidas en aquellos gruesos álbumes de fotos que olían a pegamento seco y papel viejo. Pero hacer fotos no me enamoró. Es más, me ponía nerviosa tener la responsabilidad de que la foto saliera bien o de que nadie apareciese con los ojos cerrados. Me frustraba enormemente, además, que la cámara no reflejara las cosas como yo las veía.

Fotografía de Leire Etxazarra en 1979, a los 3 años de edad, en Bedia, Bizkaia, tomada por José María Etxazarra.
Así era yo en 1979, a los 3 años de edad. Fotografía del álbum familiar.

Sin embargo, cuando crecí elegí una profesión que, al menos en mi caso, ha estado siempre muy ligada a la imagen. Acabé trabajando en televisión, contando historias en palabras, pero también en imágenes. Y ahí descubrí lo diferentes que se veían las cosas dependiendo de la perspectiva o del ángulo desde que se miraran, y no solo de una forma metafórica. Aprendí que una misma imagen, tomada desde un lugar diferente, con un encuadre y una luz distintas, contaba no una historia, sino muchas, y que estas podían ser, incluso, contradictorias. En definitiva; que, tal y como sucede con las palabras, aquellas que decimos y escribimos, en una imagen y en una mirada también hay una intencionalidad, una historia, una emoción. Y que el hecho de que esta imagen sea una fotografía, es decir, que sea estática, no le resta valor ni entidad, sino que le añade misterio, y por qué no, También magia cuando está bien hecha y es capaz de prender la chispa de la complicidad en quien la mira.

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Imagen de dos personas en una exposición de fotografía. Foto de Rafael Guerra.
Una compañera de uno de mis primeros cursos de fotografía y yo (en el centro), visitando una exposición de fotografía. Foto: Rafa Guerra.

Por eso, y tras meses buscando, decidí sacudirme de una vez la pereza que los temas técnicos suelen causarme y apuntarme a un curso de fotografía. ¿Para qué? Pues para algo tan básico y tan necesario como perder el miedo a la cámara y salir de una vez del aburrido, plano y minúsculo mundo del modo automático.

Así, en 2015 empecé un viaje en el que he pasado por diferentes cursos y talleres, he conocido a personas increíbles (algunos grandes profesionales y otros aficionados, también grandes, como yo) y, sobre todo, en el que he aprendido mucho (y sigo aprendiendo).

Con mis compañeros de clase del Máster de Fotografía Documental. Foto: CFC Bilbao.

Pero, ¿qué es lo más importante que he descubierto en este tiempo? ¿Cuáles son los consejos que mi ‘yo’ de ahora, el del 2020 recién estrenado, le daría al ‘yo’ hace cinco años asistía a su primera clase de fotografía? Pues serían, sin duda, estos diez:

  1. Que no se trata de la cámara, sino del fotógrafo

Si algo he aprendido en este tiempo es que la cámara y el equipo que utilices, y más si eres aficionado, es totalmente secundario. Tus fotos no serán mejores cuanto más cara o moderna sea tu cámara. Piensa una cosa: las cámaras que utilizamos hoy en día son, en su mayoría, mejores y con más prestaciones que las que en su día usaron Cartier-Bresson, Robert Frank o Vivian Maier, por citar tres ejemplos. ¿Y son nuestras fotos mejores que las de ellos? Pues mucho me temo que no.

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Quizá el mejor ejemplo para ilustrar esto sea el del fotógrafo Miroslav Tichý, un hombre que vivió años en la indigencia y que utilizaba una cámara construida por él mismo con materiales de deshecho como cartones y latas que encontraba por la calle. A modo de objetivo utilizaba trozos de tubería. Fue descubierto por un crítico de arte y durante 15 años expuso en algunas de las salas más importantes del mundo. Moraleja: la cámara no hace al fotógrafo, ni mucho menos.

Esto me recuerda un post cortito y cargado de humor que escribí al respecto cuando apenas llevaba un mes con este blog: ‘La mejor respuesta a quien piense que haces buenas fotos porque tu cámara también lo es‘.

2. Que no hay que obsesionarse con la técnica, porque lo esencial es el contenido

Una vez asistí a un taller con uno de los mejores fotógrafos editoriales y de moda de este país y me llamó poderosamente la atención que lo único que le preguntaron una parte importante de los asistentes era qué cámara y qué objetivo había utilizado para hacer cada una de las fotos que nos mostraba. Al final, él mismo fue quien puso fin a esas cuestiones subrayando que las miradas y las poses de los retratos, es decir, su contenido, no eran consecuencia de la cámara ni del objetivo utilizados, sino del trabajo que él mismo, el fotógrafo, hacía con el modelo (actriz, actor, cantante) antes y durante la sesión de fotos. En ese sentido, los pequeños trucos que nos enseñó para lograr que una persona se sienta cómoda ante la cámara, se abra o se muestre vulnerable fueron el auténtico tesoro de aquel taller.

Así es como se explica que una fotografía pueda ser técnicamente perfecta, pero no transmitir ni decir absolutamente nada, y viceversa. Dominar la técnica fotográfica es básico, pero eso no quiere decir que sea un juego de niños. Tampoco es excesivamente complicado, pero requiere su tiempo. «Descuidar» ciertos aspectos técnicos como la nitidez, la luminosidad, etc. no siempre es señal de ignorancia o falta de pericia. Cuando se hace de forma deliberada, y desde el conocimiento, puede ser un recurso a la hora de construir un estilo y un lenguaje propios, o de dotar de una estética determinada a un proyecto. En estos casos, la técnica es parte importante del contenido porque contribuye a estructurar un discurso fotográfico. Un ejemplo de esto son los horizontes torcidos y las fotos oscuras y trepidadas que Robert Frank convirtió en uno de los sellos de su famoso ‘Los Americanos’ (y que fue, en parte, el motivo del rechazo y la incomprensión que generó el libro en sus primeros años).

Foto Elevator, Miami Beach, 1965, la ascensorista del libro Los Americanos' de Robert Frank
Elevator, Miami Beach, 1955. Foto: Robert Frank en ‘Los Americanos’

3. Que está muy bien ser autodidacta, pero también conviene formarse

En fotografía, todos somos, en mayor o menor medida, autodidactas, y lo somos en el sentido de que todos acabamos (o empezamos) «cacharreando» con la cámara de fotos. La práctica constante y los ejercicios de prueba-error son indispensables para avanzar, y una consecuencia lógica de la curiosidad y las ganas de aprender, independientemente de que estemos asistiendo a un curso o no.

Así que no tengas miedo a experimentar, improvisar y hacer pequeñas «locuras» con tu cámara. Diviértete mientras aprendes, rompe las reglas, siéntete libre… Nunca sabes dónde y cómo puede prender la chispa de la inspiración. Cualquier lugar y momento es bueno, y no olvides que siempre llevas una cámara encima: sí, la del móvil. La secuencia que ves a continuación la hice un día pasada ya la medianoche, mientras bajaba por las escaleras mecánicas de mi lugar de trabajo. Vi la luz y mi silueta y se me ocurrió hacer ésto, que no es nada del otro mundo, ni pretendía que lo fuera, pero semanas después, revisando mi móvil, ver estas imágenes me dio una idea para un proyecto que tenía entre manos.

4. Que hay que ser tremendamente exigente a la hora de elegir a tus profesores

La fotografía no es una afición barata. Y no hablo solo de los materiales (cámara, objetivos, etc.) sino también, y especialmente, de los cursos y talleres a los que puedes optar. La oferta varía mucho de una ciudad a otra, pero, vivas donde vivas, no dejes de ser extremadamente exigente con aquello por lo que pagas.

No es fácil orientarse cuando eres principiante y/o no conoces a gente que se mueva en el mundillo. Mi consejo en estos casos es que optes por centros que lleven años abiertos. Ten en cuenta también que no hay un centro que sea ideal para todo el mundo: hay lugares que son mejores para principiantes y para aquellos que les interesa dominar la técnica fotográfica y otros que son mucho más aconsejables cuando lo que quieres es dar un paso más y profundizar en tu lenguaje y personalidad como fotógrafo.

También es aconsejable investigar un poco, acceder a sus páginas web y de Facebook y preguntar a algunos de sus alumnos a ver qué es lo que te cuentan. No tienes que engañar a nadie, diles qué buscas y qué es lo que te interesa para que ellos puedan aconsejarte basándose en su experiencia.

En cuanto a los profesores y a la gente que imparte talleres…. Mucho cuidado porque hay oportunistas y advenedizos, como en todos los sitios. Investígalos en Internet. Fíjate primero en cuál es su trayectoria laboral, no tanto como profesores, que también, sino sobre todo como fotógrafos. Elige gente que haya ejercido o ejerza como tal, siempre es un plus muy a tener en cuenta que tenga publicaciones propias y trabajo personal. Mira su estilo e intereses y elige aquellos cuyo trabajo más se acerque a lo que tú quieras hacer.

5. Que hay que tener cuidado con quién edita tu trabajo

Si tienes un trabajo o un proyecto personal y quieres darle forma, presentarlo a concursos o becas o darle una salida en forma de fotolibro o exposición, busca a alguien que te lo edite y que lo haga, ojo, con seriedad y con fundamento. Una cosa es pedir opinión a amigos, conocidos o compañeros de clase, y otra que te lo editen.

Si realmente crees en tu trabajo y te lo tomas en serio, empieza por respetarlo tú mismo y no dejarlo en manos de cualquiera. Que a alguien le guste mucho la fotografía no significa que sepa editar un trabajo.  

A mí, por ejemplo, varias personas me han pedido que les dé mi opinión sobre sus trabajos o proyectos fotográficos e incluso que se los edite. No evito dar mi opinión, pero siempre dejo claro que no es la de una profesional y que, como tal, mi opinión es totalmente personal, subjetiva y sincera. Pero jamás edito trabajos, y no lo hago porque no soy editora gráfica ni tengo experiencia como tal. Sí que escribo textos para proyectos a quienes así me lo piden, pero porque escribir sí es mi profesión y llevo 20 años viviendo de ello.

Alumnos en el taller de Laia Abril en el CFC Bilbao. Foto de Mauro Saravia.
La fotógrafa y editora gráfica Laia Abril revisando el trabajo de los alumnos de un taller al que asistí. Foto: Mauro Saravia, CFC Bilbao.

Otra cosa. Profesor y editor no son lo mismo, así que, cuidado. Si tu trabajo es importante para ti y va a ser tu carta de presentación en un concurso, una beca, un libro, etc, busca a ser posible alguien que tenga experiencia como editor gráfico. Lo digo por experiencia. He visto, de primera mano, cómo editores experimentados se echaban las manos a la cabeza ante ediciones supuestamente «profesionales».  

Muchos diréis, y con razón, que no es fácil tener acceso a un editor con experiencia ni que accedan, sin conocerte, a editar tu trabajo. Pero eso tiene solución: muchos de ellos dan talleres en los que se revisan los trabajos de los asistentes. Aprovéchalos. Además, es bastante habitual que, después de conocerte en persona y ver tu trabajo, no tengan problema en editarte el trabajo si les dices que necesitas que alguien «con ojo» y conocimientos te eche una mano. No están obligados a hacerlo, es verdad, pero la mayoría son gente cercana y muy maja y no es raro que acepten encantados.

Por cierto, aunque te lo hagan como un favor, exige también seriedad en todo momento. Y si pagas, aún con más razón. Constantes demoras en la edición de tu trabajo, sea cual sea la excusa, indican poca implicación y ningún respeto. Es mejor que sean sinceros y te digan que no pueden hacerlo a que te tengan en suspenso durante semanas con continuos retrasos.

Imagen unos pantalones colgados  a secar en una caña, foto de Leire Etxazarra en el proyecto Amamaren Etxea

6. Que copiar no es malo; es más, ¡es necesario!

Cada uno de nosotros tiene una mirada que es única y personal y, con mucho trabajo, empeño y algo de suerte, puede que con el tiempo seamos capaces de desarrollar una voz y un estilo propios. En definitiva, lo que se dice ser originales y diferentes. Pero eso no quiere decir que no podamos copiar a los fotógrafos que más nos gusten sin avergonzarnos por ello.

Es copiando o intentado imitar aquello que más nos gusta como realmente avanzaremos en el dominio que tenemos de la cámara, la luz y la composición, y como realmente sabremos con qué tipo de imágenes y en qué género nos sentimos más a gusto. El gran reto, y un signo de nuestra madurez como fotógrafos, será «independizarnos» de esos «padres y madres» a los que intentamos parecernos para buscar nuestro lenguaje y desarrollar nuestra personalidad como fotógrafos. Eso sí, descubrirás que, en mayor o menor medida, siempre hay una huella de esos referentes en tus fotos, incluso puede que descubras que tu trabajo es un híbrido dos o más de ellos.

En mi caso, por ejemplo, no he sido del todo consciente de la gran influencia que algunos fotógrafos han tenido en mí hasta que he revisado mi archivo en busca de fotos para ilustrar este post. Ha sido divertido ver algunas fotos y que los sombres de Francesca Woodman, Ray K. Metzker o Minor White acudieran a mi cabeza al primer golpe de vista.

Ah, y otra cosa importante: no te obsesiones con sorprender al mundo fotografiando algo que nadie ha fotografiado. Mucho me temo que eso ya no es posible. El secreto está en fotografiar las cosas como nadie las ha fotografiado, con una mirada propia, singular, única, evocadora y significativa. ¡Casi nada!

7. Que el hecho de que algo sea bueno no significa que tenga que gustarte

Esto, aunque pueda parecer una tontería, es una de las cosas más importantes que he aprendido y qué más me ha ayudado a disfrutar de la fotografía con total libertad.

Cuando empecé en esto, me sentía realmente acomplejada cuando veía que algunas fotos de Cartier-Bresson o el fotolibro ‘Los Americanos‘ de Robert Frank no me emocionaban. Y en realidad era más que eso, porque día sí y día también era consciente de que no me gustaban. Me sentía frustrada y avergonzada porque… ¿cómo decirlo? ¡Se trataba de Henri Cartier-Bresson y Robert Frank! ¡Ni más ni menos!

Ese fue mi pequeño gran trauma hasta que me di cuenta de que hay veces en las que el gusto poco o nada tiene que ver con la calidad. Me explico: en mi caso, tengo una marcada debilidad por las fotos en blanco y negro, fuertemente contrastadas y por las geometrías. De ahí que me sienta atraída por los trabajos de fotógrafos como Ray K. Metzker, Charles Harbutt o los más modernos Gabriele Croppi o Alan Schaller. Mis ojos tienden a buscar ese tipo de imágenes y a recrearse en ellas. Es algo totalmente instintivo y psicológico.

Lo que mis ojos buscan en esas fotos es una determinada estética y organización de los elementos. Unas formas, colores y distribución geométrica y espacial que, de alguna manera, y por una mezcla de instintos primarios y experiencia acumulada, estimulan mi cerebro. (Si os interesa este tema, el de por qué nos sentimos atraídos por determinadas fotografías, el profesor de psicología y fotógrafo Alfredo Oliva Delgado tiene algunos textos al respecto en su blog y en otros medios, como, por ejemplo, ‘Preferencias estéticas o formas de mirar‘ y ‘Psicología y fotografía: cómo cambian las preferencias estéticas‘).

Fijaos que a lo que me estoy refiriendo hasta ahora y en todo momento es al aspecto meramente estético de la fotografía, que es esa primera capa de la imagen que primero atrae nuestra atención. Aún no he hablado del contenido, mensaje o historia de esas fotos.

Y ahí es donde, en mi caso, entra cómo aprender a ver «algo más» en ‘Los Americanos’ o las fotos de Cartier-Bresson que no me «gustan» y no dejarme engañar por el hecho de que su apariencia no sea la que a mí más me atrae o que en un primer vistazo no capten mi atención. Porque las fotos, y esta es otra cosa importantísima que he aprendido con el tiempo, pueden tener lecturas mucho más profundas que van más allá de «la superficie estética». Esto que estoy diciendo puede parecer muy simple, pero es algo que muchas veces olvidamos.

Es con el tiempo, y tras ver mucha fotografía, y muy diferente, como aprendes a ver lo que las fotografías esconden. Algunas no te dirán nada porque son meros ejercicios estéticos o composiciones geométricas que cuyo significado y valor se desvanece o no existe cuando intentas hacer segundas y terceras lecturas. Otras, sin embargo, desvelan una riqueza que permanecía aparentemente oculta: te muestran los trazos de una composición única, una mirada deliberada… Sostienen toda una historia cuando se combinan con otras, como en ‘Los Americanos’, una obra que demuestra que un buen fotolibro no es una sucesión de «fotones» ni imágenes apabullantes, sino una combinación sutil y trabajada de fotografías, algunas con cualidades para convertirse en iconos (la niñera negra sosteniendo un niño blanco), otras que funcionan como potentes metáforas (las dos personas asomadas a dos ventanas, una de ellas tapada por una enorme bandera estadounidense) y otras más banales (la de los transeúntes en Nueva Orleans) que componen un retrato profundo y arrollador de las entrañas de una sociedad. Los horizontes torcidos, las trepidaciones y los encuadres descuidados se convierten en un elemento más del lenguaje fotográfico, algo mucho más eficaz e incisivo que la paleta de colores, el contraste o la espectacularidad de la imagen.

Ser capaz de ver, distinguir y apreciar eso en ‘Los Americanos’ supuso para mí un salto cualitativo enorme a la hora de disfrutar de la fotografía. Este ‘sufrimiento’ particular que me produjo el libro de Robert Frank lo reflejé en este post que escribí para la página web del festival Revela-T: ‘¿Me pasa algo malo si no me gusta ‘Los Americanos’ de Robert Frank?

Portada del libro 'Los Americanos' de Robert Frank
Portada del libro ‘Los Americanos’ de Robert Frank

8. Que es aconsejable estar en redes sociales, pero no dejarse guiar por ellas

En esto no voy a extenderme mucho porque es una idea sencilla y no es ningún secreto: tu práctica fotográfica, tus decisiones y tu valía como fotógrafo no puede ni debe medirse en la cantidad de ‘likes’ que consigas en Facebook, Twitter, Instagram y demás redes sociales.

Nuestro comportamiento en la red está muy mediatizado por factores que poco o nada tienen que ver con una valoración racional de los contenidos con los que interactuamos y a los que les damos ‘like’: si estamos de buen o mal humor, si la persona que lo publica nos cae bien, nuestros propios conocimientos sobre la materia, nuestros gustos, las inercias, la costumbre y, admitámoslo, muchas veces, nuestros intereses.

Lograr muchos ‘likes’ es tan sencillo como publicar una foto de un amanecer, un atardecer, un niño o un cachorro. Está más que demostrado que son las que más y mejor funcionan. Pero eso nada tiene que ver con la calidad, y hay que tenerlo muy claro. Tampoco es lo mismo que le dé ‘like’ un amigo tuyo o alguien que es un profesional del campo y tiene una carrera consolidada como fotógrafo.

Un hombre observa un montón de fotos en blanco y negro. Imagen gratuita no sujeta a derechos de autor
Un fotógrafo revisa las fotos de su archivo. Foto gratuita no sujeta a derechos de autor.

Las redes sociales son un buen escaparate para mostrar tu trabajo, pero no miden tu valía. Tampoco deben servir para que te fustigues comparándote continuamente con los demás, eso solo te causará frustración porque siempre va a haber alguien que lo haga mejor que tú. Con el único que debes compararte es contigo mismo, con el fotógrafo que eras hace un año, o dos, o tres… pero con nadie más. Sí es bueno mirar el trabajo de otros, sin lugar a dudas, siempre que nos sirva para motivarnos y aprender nuevas cosas o, simplemente, para disfrutar con la buena fotografía.

También es aconsejable no publicar muchas fotos de una tacada y no ser un plasta. Y cuida tu imagen, publica fotos que sean realmente buenas, no cualquier cosa, porque al final la gente se hará una idea de tu valía como fotógrafo a través de lo que publicas. Tus fotos en la red son una especie de CV online, así que, si quieres que te tomen en serio, sé serio, cuidadoso y escrupuloso en tus publicaciones.  

Escribí un post al hilo de este tema hace poco más de dos años: ‘Errores más comunes que cometemos los fotógrafos en Facebook‘.

Una persona escribiendo en un ordenador portátil en cuya pantalla se ven varias fotografías. Imagen gratuita no sujeta a derechos de autor.
Las redes sociales pueden ser un gran aliado, pero también un gran enemigo. Imagen gratuita no sujeta a derechos de autor.

9. Que hay que disparar como si lo hiciéramos en analógico, aunque fotografiemos en digital

Las cámaras digitales nos liberaron de estar pensando en el dinero que nos costaría revelar nuestras fotos en aquellos casos en que sufríamos de incontinencia fotográfica y nuestro dedo no paraba de apretar el botón de disparo. Por fin había llegado la tecnología que nos permitía disparar miles de fotos con total libertad sin tener que vernos obligados a revelarlas para poder visionarlas. Qué maravilla, ¿no? Pues no, o al menos, no tanto, porque ¿qué me decís de ese momento en el que te encuentras con 900 fotos en tu tarjeta de memoria y la mayoría de ellas, además, son muy parecidas entre sí? Pues que es un auténtico infierno a la hora de hacer descartes y quedarse con las que realmente valen la pena, ¿a que sí?

Por eso, con el tiempo he aprendido que es mejor, mucho mejor, disparar de una forma calmada, pensando la imagen, porque la fotografía en general, y la buena fotografía en particular, es un ejercicio de reflexión visual. Pensar en lo que hacéis y poner los cinco sentidos en ello os ahorrará muchas horas de tiraros los pelos frente a la pantalla del ordenador, horas que le quitáis a vuestro tiempo libre, de descanso o de estar con la familia y amigos. ¡O tiempo para hacer más fotos!

Imagen de un hombre que se lleva las manos a la cabeza ante un ordenador portátil. Fotografía gratuita no sujeta a derechos de autor.
Pasar horas y horas seleccionando fotos puede ser desesperante y podemos evitarlo. Imagen gratuita no sujeta a derechos de autor.

10. Que no se trata de salir de nuestra zona de confort, sino de ampliarla

Confieso que nunca me ha gustado la tan manida frase, convertida ya en coletilla, de «tienes que salir de tu zona de confort». Tiendo a sospechar que quien la dice en serio es que no tiene zona de confort (o que quiere venderte un curso de ‘puenting’). Ahora en serio; tal y como yo lo veo, tener una zona de confort no es una desgracia, sino una victoria.

Otra cosa es estancarse y no lanzarse a probar cosas nuevas cuando eso es lo que realmente te apetece. No te dejes llevar por modas ni por eslóganes típicos de libro de autoayuda. Si la fotografía es tu pasión y la vives como un hobby haz lo que te dé la real gana. Así de claro. ¿Que lo que te gusta es el retrato, llevas años haciéndolo y te sigue resultando un desafío y una fuente de satisfacciones? Pues sigue con ello. ¿Que hay temporadas que haces paisaje, otras foto de calle y otras bodegón o lo combinas todo? ¡Pues perfecto!

Es tu mente o tu corazón el que te pedirá un cambio cuando lo necesites y estés preparado para ello. Haz la fotografía que quieras hacer, no la que el resto te diga que hagas. Y pasarás por momentos de crisis y te comerán las dudas, claro que sí, como a todo el mundo, pero de todo se aprende. A mí me ha pasado, y fruto de mis crisis y mis ‘neuras’ escribí dos post que han gustado mucho: ‘Confesiones de una fotógrafa agobiada‘ y ‘10 consejos para superar una crisis fotográfica‘.

Si ves que tu motivación va flojeando, ponte nuevos retos, no tienen que ser grandes desafíos (mejor que no lo sean, porque la posibilidad de fracaso es mayor y estás en un momento sensible), basta con ir haciendo pequeños cambios e ir ganando y recuperando confianza, es decir, ampliando tu maravillosa y bien ganada zona de confort. Disfrútala y no te martirices. Ni siquiera si llegas a un punto en el que no haces fotos. No importa y no te agobies. Lee, ve al cine, visita exposiciones o sal a correr por las mañanas, lo que quieras. Alimenta tu vida, vívela, y las ganas volverán. Eso sí, nunca, jamás, dejes de mirar ni de maravillarte con la luz.

Fotografía de una mujer y un hombre caminando en una sala oscura e iluminados por los rayos del sol que entran por un gran ventanal. Foto de Alan Schaller.
Foto: Alan Schaller

OTROS ENLACES DE INTERÉS:

Blog de Alfredo Oliva Delgado

Instagram de Maied Urrutia Parra, excompañera de clase y autora de tres de las fotos que se incluyen en este post.

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