Ha pasado mucho tiempo, demasiado, desde que escribí un post para el blog, y es algo que me pesa mucho, más de lo que os imagináis. Por eso me hace tanta ilusión poder publicar este, que nace de los apuntes que tomé para un vídeo de Instagram que he publicado bajo el mismo nombra y contenido.

Fallecida en 1981, con tan solo 22 años, Francesca Woodman sigue siendo una de las fotógrafas más admiradas, replicadas y copiadas de la actualidad, y eso que han pasado ya 43 años desde que saltara al vacío desde lo alto de un edificio en Nueva York. Pero su obra tiene ese algo especial que solo los grandes artistas tienen y es que es eterna, y gracias a ello ha pasado con nota la prueba del más exigente de los jueces que un artista y creador puede tener: la del paso del tiempo.

Una de las cosas que llama la atención de la obra de Francesca es que siguen pareciendo actual, en parte porque sus fotos conservan algo muy importante y que es clave en fotografía: un profundo y genuino misterio. Ese misterio viene alimentado, además, por el hecho de que Francesca no dejó nada escrito en torno a su obra y a su actividad como autora más allá de unos pocos apuntes sueltos (y bastante crípticos) en sus diarios. De ahí los errores de los que voy a hablaros ahora.

SU SUICIDIO NO DETERMINA NI EXPLICA SU OBRA

El del suicidio es un tema que nos inquieta y que nos fascina cuando afecta a grandes artistas y creadores. De hecho, hay todo un mito lleno de clichés y estereotipos en torno a la figura del genio o creador atormentado cuya creatividad y excepcionalidad nace fruto de ese profundo sufrimiento al que solo el arte parece proporcionar salida y alivio.

Por eso, no es para nada extraño, sino todo lo contrario, buscar en las fotos de Francesca señales de ese padecimiento que la llevó al suicidio e interpretar todas y cada una de ellas como una especie de grito de socorro o sublimación de su estado psicológico.

Pero ni hay que interpretarlo todo bajo el prisma de su suicidio, ni tampoco hay que evitarlo por completo. Cualquiera de las dos opciones nos llevará a una interpretación sesgada de su obra. Es más fácil verlo con un ejemplo.

Mirad ahora el siguiente autorretrato de Francesca y su amigo y compañero de estudios George Lange en la que vemos a una Francesca sonriente y relajada.

O este otro autorretrato en el que la imagen de la fotógrafa es más neutra, apenas se adivina un principio de sonrisa.

Ahora volvamos a la imagen inicial, al que muestra a Francesca colgada del marco de la puerta. ¿Qué es lo que vemos? Una chica joven vestida con una especie de camisola, sosteniéndose del marco superior de una puerta, a la vez que oculta su rostro. Frente a ella, y en primer plano, hay una silla sobre la que hay una prenda.

Eso es, como digo, lo que vemos, Pero… ¿qué es lo que interpretamos? En mi caso, la imagen me remite inequívocamente a la crucifixión de Jesús, pero lo percibo más como un recurso impactante para captar la atención del espectador que como un uso metafórico o conceptual de su significado religioso. No percibo nada inquietante en esa fotografía, más allá de lo original de la propia performance de la autora.

Echad un vistazo ahora a este autorretrato realizado entre los años 1979 y 1980, poco antes de su suicidio.

 Aquí vemos a una Francesca, vestida de negro, algo cabizbaja y con mirada desconfiada y nada amistosa que encaja como un guante en el cliché de persona atormentada, inestable y quizá, también, enferma.

Ahora volvamos de nuevo a la foto inicial.

¿No os causa una sensación mucho más siniestra? ¿Incluso premonitoria? ¿No os da la sensación de que Francesca está “avisando” de sus intenciones? ¿No os parece ahora que la presencia de esa silla cobra una mayor importancia y convierte la escena en lago mucho más inquietante, que nos lleva a directamente a la idea del suicidio por ahorcamiento? A mí, al menos, sí.

Me diréis, y con razón, que Francesca no se suicidó ahorcándose, sino tirándose desde lo alto de un edificio, pero esa silla, y la postura de Francesca, nos llevan también a la idea del “salto”. Toda esa reinterpretación de esa foto viene, en mi caso, de tener muy presente en mi mente la idea de su trágico final.

Es un ejemplo bastante simple y evidente, pero creo que muy esclarecedor de cómo el tener tan presente el suicidio de Francesca, y nuestra “fascinación” en torno a la idea del trágico final de una artista joven y enormemente talentosa, condicionan la interpretación de su obra.

EL GENIO Y LA EXCEPCIONALIDAD DE FRANCESCA NO SURGIERON DE LA NADA

Pero Francesca no surgió de la nada. La niña de la siguiente foto que vais a ver es ella, de pequeña, dibujando en su cuaderno las obras de arte de un museo de Verona, Italia, en 1966.

Los Woodman eran una familia en la que el arte se vivía como una religión y todos los esfuerzos se consagraban a él.

Su padre George era pintor y su madre Betty escultora y ceramista. Ambos acostumbraban a trabajar en casa. En verano viajaban a Italia donde visitaban habitualmente museos con Francesca y su hermano mayor Charles, que ya adulto se dedicaría al videoarte. El propio Charles diría años más tarde que en su familia el arte no era una opción, sino una obligación.

En ese contexto, Francesca creció siendo muy consciente de la importancia del arte y los procesos creativos. El arte era, para los Woodman, una actividad diaria tan importante como la de comer, asearse y vestirse. O puede que más.

De ahí que Francesca se exigiera tanto a sí misma, como puede percibirse en algunas notas sueltas de sus diarios.

FRANCESCA TUVO REFERENTES E INFLUENCIAS, COMO TODO EL MUNDO

La obra de Francesca es muy personal y muy original, pero es, como todas, fruto de su tiempo y contexto histórico. Esa experimentación con su propio cuerpo y de la relación de este con el espacio que le rodea está muy ligada a su edad, hizo fotos desde los 13 a los 21 años, y a su propia condición de mujer. También remiten, como es lógico, a un proceso de búsqueda de identidad.

Es imposible no pensar en la fotógrafa francesa Claude Cahun cuando miramos las fotos de Francesca. Cahun trabajó el autorretrato, indagó en el tema de la identidad y tenía una faceta performativa que también vemos en Francesca, sin olvidar su importancia dentro del movimiento surrealista.

Anterior a Cahun es otra fotógrafa a la que también nos remite la obra de Francesca. Su nombre era Anne Brigman y solía autorretratarse desnuda en plena naturaleza. Francesca parece replicar algunas de las imágenes de Brigman en sus comienzos como fotógrafa.

Otra influencia clara es la del fotógrafo Aaron Siskind, que era profesor de la escuela de Rhode Island donde Woodman estudiaba. Los interiores decrépitos y abandonados en los que Francesca hizo muchas de sus fotos recuerdan claramente a muchas de las abstracciones fotográficas de Siskind. Son las texturas, más que la estética o la forma, las que une a Woodman y Siskind.

Las fotos de los saltadores que hizo el fotógrafo norteamericano nos remiten inequívocamente a algunos autorretratos en los que Francesca aparece también saltando. Lo que los une no es el salto en sí mismo, sino ese interés por el cuerpo humanos en relación con el movimiento y el espacio. En un segundo plano, al menos en el caso de Francesca, también se adivina ese interés por ver cómo la cámara refleja ese movimiento y la potencia evocadora del mismo.

Las huellas de otro gran fotógrafo de corte surrealista como Duane Michals pueden percibirse también en el trabajo de Francesca, en especial en las fotos en las que la Woodman explora el movimiento y el desvanecimiento de su propia imagen. Y también, claro está, en la utilización de elementos como espejos y máscaras, muy en consonancia con la práctica artística del Surrealismo.

Ana Mendieta es otra artista a la que podemos hacer referencia al hablar de Francesca. La cubana estuvo activa en la misma época que nuestra protagonista, con una obra en la que también exploró la relación del cuerpo con el espacio que le rodea a través del autorretrato y la performance.

En la siguiente galería, las dos fotos laterales son de Francesca, y la serie central es de Ana Mendieta.

En esta que vais a ver ahora, la foto de la izquierda es una de las más famosas de Francesca y la de la derecha una foto de Ana Mendieta.

Otro fotógrafo al que suele citarse cuando se habla de la fotografía de Francesca Woodman es Ralph Eugene Meatyard. Con una obra plagada de imágenes inquietantes, en la que alude constantemente a lo extraño y con claras influencias literarias, Meatyard trabajó mucho la puesta en escena para intentar que el espectador vuelva sus ojos hacia su propio interior.  

Meatyard es famoso también por la utilización de muñecos y máscaras, y por hacer posar a sus hijos en casas abandonadas y paisajes cercanos a su hogar, escenarios en los que Francesca hizo la gran mayoría de sus fotografías.

No puedo dejar de citar a mi admirado Francis Bacon y sus trabajos sobre la identidad y los límites en la representación del cuerpo y del rostro en la pintura, muy en consonancia con la exploración que hace Francesca de los límites del yo y de la propia fotografía.

 Y es que además esta pintura de Bacon me remite siempre a esta fotografía, una de mis favoritas de Francesca Woodman.

ERA UNA ESTUDIANTE DE FOTOGRAFÍA, NO UNA ARTISTA MADURA

De hecho, Francesca jamás gozó de ningún reconocimiento mientras estuvo viva y su obra pasó tan desapercibida que a lo máximo que llegó fue a trabajar de segunda o tercera asistente de un fotógrafo profesional.

La obra de Francesca abarca unos 8 años de su corta vida. Esta es la primera fotografía que hizo, un autorretrato, a los 13 años de edad. Hay quien dice, y creo no le falta razón, que es un buen reflejo de la obra y vida de Francesca, no en vano es un autorretrato y ella aparece con la cabeza vuelta, una perfecta metáfora del misterio y fascinación que rodean a su obra.

Lo cierto es que muchas veces, al mirar sus fotografías, olvidamos que Francesca las hizo siendo una mera estudiante de fotografía y que muchas de ellas, a buen seguro, no eran más que ejercicios para clase. Francesca, con su enorme talento y mirada privilegiada, no dejaba de ser una fotógrafa en ciernes que exploraba el medio fotográfico y buscaba su propia voz artística, a la vez que aprendía a expresar sus inquietudes vitales a través de su cámara. Su temprana muerte a los 22 años nos privó de ver cuál hubiera sido su evolución como autora y como fotógrafa en general.

FRANCESCA NO SE HACÍA SELFIES, SUS FOTOS SON AUTORRETRATOS

Muchas y muchos estaréis pensando si acaso no es lo mismo un selfie que un autorretrato, y si no lo es, cuál es la diferencia. Dedicaré todo un post y un vídeo a ese tema, así que lo que va a continuación es una explicación sencilla de las principales diferencias, para no extenderme demasiado.

Básicamente, lo que diferencia al autorretrato del selfie es la intencionalidad y la carga expresiva y narrativa de uno y otro. Un selfie es un mensaje instantáneo, un autorretrato es toda una historia. En el selfie esa carga expresiva es ligera, no va más allá de la propia gestualidad teatral de rostro y cuerpo (que juega con expresiones impostadas de alegría, tristeza, enfado), mientras que en el autorretrato, el bien hecho, uno mira a cámara (incluso metafóricamente) desde dentro, desde las entrañas, en un ejercicio de algo que podríamos llamar introspección proyectada, y no de exhibicionismo.

Al contrario de lo que suele pensarse, poco o nada tiene que ver que la foto se tome con un móvil o una cámara de fotos. Un selfie puede hacerse con una cámara tradicional y un autorretrato puede sacarse con un móvil.

El autorretrato, además, va más allá del rostro, incluso del cuerpo, no necesita de ellos; un objeto o un espacio concreto también pueden ser un autorretrato. Alberto García-Alix es un buen exponente de esto con su “Autorretrato con mocasines” y su “Autorretrato con la mano herida” por citar dos ejemplos.

Pero quiero detenerme en esta otra foto de Alberto titulada “El lugar de mi confesión”, fijaos bien en ella.

Se trata de una fotografía de un escenario solitario que, a primera vista, no nos dice absolutamente nada, una imagen que no identificaríamos nunca con Alberto García-Alix. Sin embargo, Alberto se refiere a ella como “casi un retrato”. Mirad lo que dice cuando habla de ella:

“Es una de mis imágenes más sinceras. En ese momento -y en ese lugar, tan poco fotográfico-, traté de vislumbrar mi propia alma y reflejarla intuitivamente. Me di cuenta de que el sitio no tenía nada de especial. Esa falta de brillantez expresaba justamente mi alma. Lo que me importa de esta foto es mi propia confesión, mi verdad desnuda. Si tuviera que pintar un cuadro de mi vida, quizá sería este paisaje».

Habrá quien diga, y no le faltará razón, que todo eso de lo que habla Alberto es imposible de captar en un primer vistazo. Pero la magia de ese “casi-autorretrato” no está en ver eso que Alberto dice con la simple observación de la imagen sin contexto, sino en cómo esta se transforma una vez leídas las palabras de Alberto. Es así como este paisaje se sitúa prácticamente a la altura de cualquiera de sus autorretratos al uso, aquellos en los que vemos su rostro.

El selfie, sin embargo, no tiene sentido sin un rostro, porque el selfie es un “yo estoy, y esta es la prueba”, mientras que el autorretrato es un “yo soy”. El autorretrato puede ser una pregunta, una respuesta, o incluso ambas cosas. El selfie, en cambio, es un simple, “hola” o un “oye, mírame”.

En el selfie es una proyección consciente de un yo que, además, muchas veces es construido y falso (sobre todo cuando lo hacemos para redes sociales), con él buscamos la atención del otro o los otros, que nos miren, o lanzar un mensaje instantáneo que caduca una vez visto.

El autorretrato, en cambio, es una indagación, una búsqueda, un mirarse a sí mismo, un desnudamiento sincero ante la cámara y ante nosotros mismos, en un ejercicio nada fácil en el que somos observador y observado al mismo tiempo.

Sin embargo, de eso no debemos deducir que el autorretrato es una herramienta para hablar exclusivamente de nosotros mismos. A través de él pueden abordarse otras cuestiones menos personales (como nuestra relación con el mundo, con nuestro cuerpo, el entorno físico…), es decir, el autorretrato no es solo mirarse a uno mismo sino profundizar en nuestra relación con el entorno combinando aspectos psicológicos y/o meramente físicos.

CONCLUSIÓN

Mi objetivo con este post es que conozcamos un poco mejor la obra de Francesca a través de su contextualización y, sobre todo, liberándola del opresivo corsé de su muerte por suicidio. Eso sí, como ya he apuntado al principio, sin llegar a ignorarlo por completo. La Francesca fotógrafa es más, mucho más, que el trágico salto al vació que le llevó a acabar con su vida y las motivaciones que la empujaron a ello. “Inventaba un lenguaje para que la gente pudiera ver…”, escribió una vez. Nos enseñó, sin duda, a mirar (y mirarnos) de otra manera.

Algunas de esas motivaciones que la llevaron a la muerte alimentaron, sin duda, su genio creativo, y pueden resultar más evidentes en sus últimas fotografías, pero su obra y valía como autora se merecen una visión y una lectura mucho más amplia y generosa.

“No puedes verme desde donde yo me miro”, dice Francesca en uno de sus diarios, una frase que podemos (o mejor, deberíamos) hacer nuestra para aceptar que jamás desvelaremos totalmente el misterio que emana de su obra y que la envuelve a ella como artista y como persona. Ni falta que hace. Ese misterio es parte de su ángel, de su aura, de su personal y eterno legado.

“¿Estoy yo en la foto? ¿Estoy entrando o saliendo de ella? ¿Podría ser un fantasma, un animal o un cadáver, no sólo esta chica parada en la esquina…?

Solo ella lo sabe. Al resto nos queda soñar con el enigma de sus fotos.

Mis libros recomendados de Francesca Woodman:

  • «On being an angel». Es la versión en inglés, la española se agotó hace tiempo.
  • «Francesca Woodman: Catalogo della mostra». Es un catálogo estupendo de una exposición que se hizo con su obra en Italia en 2009.
  • «Francesca Woodman: Portrait of a reputation». Imprescindible libro para conocer a «la otra Francesca» a través del material y la mirada de George Lange, compañero de Francesca en la escuela de Rhode Island.

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