Durante 40 años, el fotógrafo George Lange ha guardado una pequeña caja como si fuera un tesoro, una caja que ha conservado cerrada, de forma hermética, y a la que se ha aferrado igual que quien aferra a un recuerdo que teme que desaparezca para siempre. La caja contiene objetos de gran valor sentimental, pero también artístico. Pertenecieron a una amiga que murió cuatro décadas atrás, cuando un día decidió poner fin a su existencia saltando desde lo alto de un edificio de apartamentos en Nueva York.

Para Lange, esa caja guarda lo poco que queda de la Francesca Woodman que él conoció y que poco o nada tiene que ver con la imagen que de ella nos hemos construido la mayoría de nosotros. Una imagen estereotipada, un cliché, una especie de fantasma. Un prototipo que encaja como anillo al dedo en la leyenda de la artista atormentada que plasma sus demonios en su propia obra hasta que el arte (o la fotografía) deja de ser suficiente y decide poner fin a su existencia.

La fotógrafa Francesca Woodman posando desnuda sobre una mesa para un autorretrato incluido en el libro "Portrait of a reputation"
Foto: Francesca Woodman

Pero Francesca, aunque nos cueste imaginarlo, no era un alma en pena, al menos no lo fue durante la mayor parte de su vida. Fue una niña feliz y sonriente, y una estudiante normal, una chica que bromeaba y reía con sus compañeros de clase. Y esa Francesca es tan real como la talentosa y extraordinaria fotógrafa cuya obra asombró al mundo tras su muerte.

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La caja que con tanto mimo ha conservado George Lange contiene trozos, retazos, de esa otra Francesca Woodman que él sí conoció y que ahora reivindica frente a la fotógrafa oscura, deprimida e infeliz que el mundo ha construido a partir de su muerte. Porque lo cierto es que nos gusta el drama, la tragedia y el morbo que suscitan algunos tipos de muerte. Por eso tendemos a convertir el suicidio en una especie de poesía trágica y, en el caso de los artistas como Francesca, en el cristal a través del que leer e interpretar no solo sus fotos, sino también sus acciones, sus miradas, sus motivaciones y hasta su forma de vestir. Reducimos su obra a un profundo e interminable grito de auxilio, borrando de un plumazo los matices, la originalidad y la profundidad de su genio. Su muerte, más que apagar su mirada, nubla la nuestra.

Retrato en color de la fotógrafa Francesca Woodman. Foto de George Lange.
Francesca Woodman. Foto: George Lange.

No es fácil aceptar que puede que, por mucho que hayamos visto las estupendas fotos de Francesca, en realidad seamos ciegos e insensibles a su significado original.

Ella me enviaba fotos por correo, cuenta George Lange. Conservé las fotos que hice de ella y los negativos. También dejó un montón de fotos en su desván cuando abandonó la escuela.

Hoja de contactos de Francesca Woodman en el libro "Portrait of a reputation"
Contactos de Francesca Woodman cedidos por George Lange para ‘Portrait of a Reputation’.

La caja de Lange estaba llena de recuerdos de su amiga Francesca y de los buenos momentos que compartieron mientras asistían a la prestigiosa Escuela de Diseño de Rhode Island en los años 70.

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Se trata de una parte muy importante de su vida que no se ha compartido con nadie. Hay fotos que son probablemente las primeras en la que ella aparece sonriendo y saltando por su estudio, divirtiéndose y disfrutando de veras del proceso de tomar fotos.

Después de morir Francesca, yo tenía la extraña sensación de que, si no abría esa caja, ella seguiría viva allí para siempre. Además, su muerte fue tan repentina y dolorosa que no estaba listo para abrir la caja.

Imagen de varias cartas escritas por Francesca Woodman en el libro "Portrait of a reputation"
Cartas manuscritas de Francesca sacadas de la caja de George Lange

La caja contenía fotos, notas escritas a mano, contactos y algunos objetos que pertenecieron a Francesca y que esta dio o regaló Lange. Todos esos objetos son la base de una exposición, y un libro que hace las veces de catálogo de la misma, ambos llamados «Portrait of a reputation» (Retrato de una reputación) y que busca aportar luminosidad a la vida y obra de la fotógrafa de Boulder, injusta y equívocamente oscurecida por la alargada y profunda sombra del suicidio.

Lo cierto es que cuando liberamos nuestros ojos de la dramática venda de su muerte, empezamos a vislumbrar que en Francesca había una componente lúdica muy importante, tanto en su vida diaria (en las fotografías y textos vemos a una chica a la que le gusta comer avena y bromear con sus amigos) como, y esto es más difícil de asimilar, en sus fotografías. Pero hay ejemplos que lo ilustran.

Autorretrato de Francesca Woodman posando desnuda sentada en una silla frente a su silueta impresa en harina en el suelo
Foto: Francesca Woodman

Una de las fotos más famosas de Francesca Woodman es esta en la que aparece sentada en una silla y desnuda frente a una silueta oscura marcada en un suelo cubierto de harina. Si nos fijamos en su mirada, esta parece triste, casi asustada, y a ello contribuye el gesto de sus extremidades, piernas y brazos, que parecen intentar proteger ligeramente su cuerpo mientras tapan su sexo. La habitación desnuda y avejentada en la que se encuentra contribuye a crear una sensación de indefensión, abandono y profunda melancolía con la que es fácil identificarse y, lo más importante, identificarla a ella. Llegados a este punto, ¿quién de nosotros no ha pensado ya en la pobre chica atormentada que acabó suicidándose antes de cumplir los 23 años?

Foto de la silueta de Francesca Woodman impresa en un suelo de harina
Foto: Francesca Woodman

Sin embargo, todo indica que Francesca distaba mucho de sentirse así. Woodman hizo el autorretrato en 1976, cinco años antes de su muerte, y grabó la sesión en vídeo. Las imágenes no son de muy buena calidad, pero la grabación es lo suficientemente nítida como para escuchar, al final de la misma (del 7:05 al 7:13), a la propia Francesca entusiasmada con lo que acaba de hacer: «What a wonderful shape!» (¡Qué forma tan maravillosa!), susurra primero, para después exclamar, ya de viva voz, «Oh, I’m really pleased!» (¡Oh, estoy muy contenta!).

«Portrait of a Reputation» reivindica a esa Francesca, a la artista entusiasta y comprometida con su obra, capaz de emocionarse con lo que hace y expresarlo con naturalidad y alegría. Esto casa perfectamente con lo que George Lange afirma de su amiga:

Cuando Francesca estaba creando, se trataba de un acto de descubrimiento.

Foto de Francesca Woodman jugando con un espejo y sonriendo a cámara. Autor: George Lange.
Francesca Woodman. Foto: George Lange

Descubrir implica sentir curiosidad, tener iniciativa y estar abiertos a nuevas experiencias. Expresarse como lo hace Francesca en el vídeo, demuestra que estaba y se sentía muy viva cuando creo su obra, y es ese espíritu vital el que ha liberado la particular ‘Caja de Pandora’ de George Lange. Por eso la muestra evita deliberadamente cualquier referencia al final de Francesca y a la forma en que murió.

Francesca terminó eclipsada por su muerte, algo parecido a lo que le pasó a Sylvia Plath, y todo acabó viéndose a través de su suicidio. Así que nadie vio una foto de ella sonriendo, nunca. Y nos reíamos mucho. Ella era una bromista, sabes, no lo era todo el tiempo, pero esa forma de ser también era parte de su personalidad. Cuando su obra y su vida se hicieron famosas fue algo hermoso, pero sentí que solo se estaba viendo una parte de su vida.

Francesca Woodman riendo mientras se prepara para posar en una de sus fotos. Foto: George Lange.
Francesca Woodman. Foto: George Lange

El libro comienza con una introducción escrita por George Lange, un texto personal e íntimo en el que el fotógrafo reivindica ya la figura de esa «otra Francesca», la amiga y compañera de clase a la que le gustaban las duchas largas y con agua muy caliente, darse un festín de atún para cenar y deslizar notas por debajo de la puerta para invitar a sus amigos a tomar el té.

Este es el texto íntegro de Lange:

Cuando nacemos, lo hacemos con una cajita de joyas en las manos. En ella guardamos nuestras relaciones. Nuestra familia. Nuestros mejores amigos. Los grupos a los que pertenecemos. Y aunque esas cajitas pueden contener una inmensa cantidad de amor, también tienen un límite. Algunas personas son como esas joyas que te puedes poner a diario, pero con el tiempo pasan a ser joyas de esas que luces en las ocasiones especiales. Algunas veces, las joyas son nuestros padres, que nos susurran al oído lo que ellos creen que necesitamos oír cuando nos lanzamos a probar algo nuevo o algo peligroso. Hay joyas que nos hacen sentir bellos cuando nos vemos horribles. Hay joyas que llevaremos en nuestro dedo anular el resto de nuestra vida. Y luego están las joyas más preciosas, las que son más difíciles de llevar. Son frágiles y no van del todo bien con la ropa que nos ponemos, pero sabemos que siempre nos harán sentir especiales.

Foto de Francesca Woodman de niña
Plato con una foto de Francesca cuando era niña. Foto: George Lange.

Cuando empecé a estudiar en el Rhode Island School of Design, no conocía a nadie que hubiera estudiado en una escuela de arte o que fuera un verdadero artista. La primera vez que visité la escuela y vi el edificio donde se enseñaba fotografía, supe al instante que ese era el lugar al que yo pertenecía. Me trasladé a Providence en 1976 y en aquella época todo el mundo intentaba ser artista. Había mucha gente creativa, y personas que trabajaban realmente duro.  Pero… ¿un artista de verdad? Eso era algo muy difícil de encontrar.

Cada semana teníamos que hacer una serie de fotos, mostrarlas ante nuestros compañeros para que las valoraran y hablar sobre ellas. Sin un discurso que las acompañara, la mayoría de las fotos no tenían ningún significado. Nos enseñaron a hablar de nuestras fotos de forma que pareciera que eran importantes. Nos enseñaron a crear imágenes de archivo que duraran para siempre, dando por entendido que merecían durar para siempre. Todo el trabajo era terriblemente serio. Me dejaron muy claro que, si alguien sonreía en mis fotos, aquello no era arte. Saqué muchas fotos, pero en realidad no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

Foto de George Lange posando junto a una ventana tomada por Francesca Woodman
George Lange, entre 1975 y 1978, cuando fue compañero de clase de Francesca. Foto: Francesca Woodman.

Conocí a Francesca Woodman cuando fuimos compañeros de clase en 1976. Ella era lo más. Vivía su arte, era la viva imagen de lo que hacía. El arte hablaba por su boca. Sus fotos, entre las que estaban ya algunas de las más famosas de su corta carrera, eran casi siempre las mejores de toda la clase. A mí me alucinaban.

Francesca era esa amiga frágil a la que no puedes evitar ayudar, y era también de esas amigas que se tienen pocas. Su loft en Main Street no tenía cocina, ni baño, ni ducha, era el estudio que puede verse en algunas de sus fotos. Yo vivía un par de bloques más arriba con Sloan Rankin, amiga íntima de Francesca. Cuidábamos de ella, pero no por caridad. La invitábamos a comer, le dejábamos usar la ducha y éramos sus amigos. Francesca se metía en el baño y dejaba correr el agua caliente hasta que se terminaba mientras nosotros veíamos cómo salía el vapor por debajo de la puerta. Luego salía en ropa interior, con una toalla enorme enrollada en la cabeza, lista para darse un festín de atún.

Fotos de Francesca Woodman sentada en la cocina con una toalla en el pelo y cenando mientras ríe
Fotos: George Lange.

Mis recuerdos sobre Francesca son pocos y divertidos. La veo flotando por el suelo (o rozándolo con sus pantuflas chinas) más que dando ruidosos pasos como el resto de nosotros. Tenía una voz aguda, pero hablaba bajo, de forma dulce. Aún puedo oírla.

Francesca tenía una intensidad muy evidente. A mí me asustaba. Jamás he conocido a alguien que fuera capaz de mostrar una visión tan refinada como la suya. También podía ser un desastre. Su estudio era un caos. Su técnica fotográfica no era nada depurada. Ese caos era la materia de su trabajo. Era incapaz de controlarlo todo, pero con su toque personal, aquel caos se convertía en poesía.

Francesca Woodman apoyada en una pared con su mechones d e pelo sujetos con chinchetas. Foto: George Lange.
Foto: Francesca Woodman

Cada vez que le hacía fotos a Francesca, sentía que estaba pintando un cuadro que le pertenecía a ella. Cuando le sacaba fotos en su estudio, me sentía raro porque en realidad estaba haciéndoselas con sus cosas y a la protagonista principal de sus fotos, que era ella misma. Recuerdo una vez en la que le hice fotos mientras ella se fotografiaba a sí misma. Fue muy emocionante observarla, pero también muy divertido. Francesca iba bailando desde la cámara hasta un espejo, que terminó cayendo sobre ella mientras la cámara tomaba la foto.

Francesca Woodman en su estudio preparando su cámara para una sesión de fotos. Foto: George Lange.
Foto: George Lange

Bryan Stevenson, un gran abogado que trabaja con los presos del corredor de la muerte, dice que nuestras vidas no deberían quedar definidas por nuestra peor acción. Yo pienso lo mismo, sobre todo en lo que tiene que ver con el suicidio. Y especialmente en el caso de Francesca. Francesca era complicada. Fue criada para ser una artista y esa no es una forma fácil de vivir tus años de estudiante. Tenía un don increíble, y ese tampoco es un camino fácil. Ella anhelaba el amor de una forma desesperada, pero era una persona difícil de amar. Y, así y todo, Francesca era pura alegría. Era un regalo. Era obsesiva. Era una persona llena de vida, inteligente y culta, y realmente encantadora. En aquella época lidiábamos con tantas cosas en nuestras vidas que los problemas parecían ser parte de la vida de cada uno.

Francesca Woodman haciendo fotos con un cementerio de fondo. Foto: George Lange.
Francesca Woodman. Foto: George Lange.

Mi problema con Francesca es que recuerdo divertirme y reírme con ella, y hablar de eso no parecía posible después de su muerte. Durante años he guardado una caja que incluye algunas fotos que ella me dio. Algunas me las envió por correo (como si fueran postales) y tienen un sello estampado. También tengo notas escritas en trozos de tela, en bolsas de patatas fritas y en la parte posterior de fotos que solía meter por debajo de mi puerta. Conservo incluso un mechón de su pelo junto a algunas fotos que le hice a ella sola y otras en las que aparecemos juntos. 

La caja con las cosas de Francesca ha estado cerrada durante muchos años.

Retratos en color de Francesca Woodman. Fotos: George Lange.
Francesca Woodman. Fotos: George Lange.

Tras su muerte, mantuve el contacto con sus padres, pero toda la situación me causaba mucha tristeza. La caja estuvo cerrada porque lo que hay dentro de ella está tan lleno de vida que me daba miedo que al abrirla toda la alegría se escapara y desapareciera para siempre.

Pero finalmente, y más de 40 años después de la muerte de Francesca, creo que ha llegado el momento de compartir su contenido. Al vivir en Boulder, Colorado, el lugar en el que creció Francesca, me parecía correcto catalogar por fin el contenido de la caja. Nora Burnett Abrams, del MCA de Denver, vino a Boulder para ver qué era lo que había en la caja y se mostró interesada de inmediato. Entonces busqué el visto bueno de Betty (la madre de Francesca).

Francesca Woodman de compras y sonriendo con su madre Betty Woodman. Fotos: George Lange.
Fotos de Francesca con su madre, la escultora Betty Woodman. Autor: George Lange.

En diciembre de 2017, en una gélida mañana neoyorquina, llamé a la puerta del loft de los Woodman en la calle 17. Betty y yo habíamos conservado nuestra amistad durante todos estos años y le hablé de la caja de Francesca. Nos sentamos en torno a un té servido en las tazas que hacía Betty, que eran todas únicas y extraordinarias, y le expliqué la idea de hacer la exposición como una forma de mostrar a una Francesca más humana y aportar más luces que sombras sobre su vida y obra. Hablamos durante dos horas y Betty me dio su aprobación. Me habló de todas las exposiciones que había visto a lo largo y ancho del mundo, me resultaba increíble su capacidad para mantener ese ritmo de vida.

Al final, me pidió que le enseñara lo que había en la caja. Tenía todo escaneado en mi ordenador, pero me pareció mejor enviarle las fotos más tarde y le prometí hacerlo. Como las Navidades estaban encima, decidí hacerlo la primera o segunda semana de enero. Pero Betty murió el día antes de que yo las enviara.

Francesca Woodman y su madre Betty Woodman riendo y comprando pantalones. Foto: George Lange.
Francesca, de compras con su madre Betty. Foto: George Lange.

Francesca vivió su arte con honestidad, fuerza y pasión. Lo que la hace tan especial proviene de una humanidad, la suya, que tiene muchas más dimensiones de lo que parece cuando admiras su obra. Es emocionante, ahora que este trabajo sale a la luz, sentir que puedo escuchar a Francesca riendo y diciendo: «Oh, George, ¡no me digas!«

Francesca Woodman con una toalla en la cabeza y un plato en las manos. Foto: George Lange.
Francesca Woodman. klFoto: George Lange.

Hoy en día, hablar de Francesca Woodman es hablar de sus magníficas fotos, tan únicas y personales que, 40 años después de su muerte, sigue siendo imitada hasta la saciedad, y es, también, hablar de su muerte, acaecida por suicidio a la temprana edad de 22 años.

Y es precisamente su forma de morir la que ha marcado, puede que demasiado, el modo que tenemos de ver sus fotos y de imaginarnos a la propia Francesca.

Lo que George Lange y su ya famosa caja intentan a través de «Portrait of a Reputation» es humanizar a Francesca Woodman, mostrando por primera vez al público pequeñas muestras de los muchos matices de su personalidad. Porque, si nos tenemos a nosotros mismos como seres complejos que somos mucho más que nuestras acciones y comportamientos puntuales, por terribles, definitivos o escandalosos que puedan ser, ¿por qué negárselo a ella?

Autorretrato de Francesca Woodman posando desnuda en el hueco de un tronco de árbol
Foto: Francesca Woodman.

Porque quizá, y solo quizá, su obsesión por autorretratarse no era un signo de búsqueda desesperada de identidad personal, de hacer frente a una atosigante inseguridad o de exorcizar sus frustraciones y miedos que la herían en lo más hondo de su ser. O de fustigarse a sí misma con su imagen. O de intentar llamar la atención. O de regodearse en una asfixiante obsesión consigo misma. Puede que su cuerpo fuera solo el instrumento para explorar los límites de la fotografía, una forma de autoexploración y autoconocimiento, o, simplemente, una forma de curiosear con el medio y divertirse.

No tiene por qué haber nada oscuro en un vidrio presionando sus pechos o una máscara tapando su sexo. Tampoco en colgarse del marco de una puerta en una pose que recuerda una crucifixión o en dejarse enredar por las raíces de un árbol a la orilla de un río. No hay constancia, ni oral ni escrita, del significado que ella atribuía a sus imágenes y eso nos deja un gran espacio en blanco para interpretarlas, un espacio que llenamos de «suicidio» casi sin darnos cuenta. Es lo más fácil y lo que se nos antoja más lógico.

Autorretrato de Francesca Woodman con un brazo sujeto con chinchetas en la pared

Y es que, en general, tendemos a aplicar narraciones simples a la vida de los demás porque así nos es más fácil dar sentido a un mundo complicado. Por eso nos resultaría fácil entender el suicidio de Francesca si ella hubiera sido una artista solitaria, de vida torturada y maltratada por su familia y amigos, pero no lo era, era una joven bromista y sociable que contó además con la comprensión y el aliento de unos padres que podían comprenderla como pocos, ya que ellos también eran artistas. Esa Francesca no encaja en nuestra idea preconcebida del suicida, no es así como creemos poder entenderla e interpretar su muerte y sus fotos. Y eso nos resulta incómodo porque es una idea compleja y porque choca con las narrativas sencillas y simplificadas tan cómodas y teatrales. Pero esa es, precisamente, la naturaleza del suicidio: no tiene sentido para aquellos a los que el suicida deja atrás. Para nosotros.

Autorretrato de Francesca Woodman desnuda y metida en el agua frente a un árbol al que se le ven las raíces
Foto: Francesca Woodman.

Con todo esto, George Lange y los que, como él, creen (o creemos) que la figura y obra de Francesca ha quedado injustamente reducida a la de «la fotógrafa suicida», no niegan el sufrimiento y la neurosis que la llevó a quitarse la vida. Obviamente, las personas que son capaces de anular el poderoso instinto de supervivencia que todo ser vivo tiene e infligirse un daño mortal, arrastran un dolor emocional, y a veces también físico, difícilmente explicable en palabras. Algo así es lógico que quede reflejado en la obra de ese artista, más si es de corte tan personal como el de Francesca, pero no tiene por qué marcar toda su producción ni hacerlo de una manera constante y evidente.

Es más, en el documental que sobre Francesca y su familia que se hizo en 2010, Sloan Rankin, amiga íntima de Francesca y George Lange, afirma que una de las cosas que le preocupó de Francesca en sus últimas semanas de vida era que «dijo que no estaba haciendo fotos. Y era preocupante que alguien que había pasado tanto tiempo haciendo fotos dejara de hacerlo. Creo que esa confesión me alarmó más que cualquier otra cosa».

Francesca Woodman preparando su cámara en su estudio. Foto de George Lange.
Francesca Woodman trabajando en su estudio. Foto: George Lange.

En las fotos de Francesca hay mucho de autocuestionamiento, de experimentación, y también, por qué no, de investigación de la feminidad, la propia imagen y de la relación del cuerpo con la naturaleza y el contexto. Hay curiosidad, genio, talento, entusiasmo…Y hay, sobre todo, VIDA.

Estoy interesado en que las personas se comprendan a sí mismas a través de Francesca. Todos tenemos cajas en nuestras vidas, ya sean cajas físicas o cajas emocionales que llevamos con nosotros. A veces nos cuesta mucho tiempo abrirlas, si es que alguna vez podemos. Pero los grandes regalos que esconden en su interior son algo poderoso. Y para mí, abrir la caja de Francesca fue conectarme nuevamente con ella, pero también conectarme conmigo mismo a través de ella de una manera que no podía hacer antes.

George Lange vestido de mujer y Francesca Woodman posando juntos frente a un espejo. Autorretrato hecho por George Lange.
George Lange y Francesca Woodman. Autorretrato.

NOTA: El texto escrito por George Lange para la introducción del libro «Portrait of a reputation» y las diferentes citas han sido traducidas y, en su caso, adaptadas del inglés directamente por mí.

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