¿Basta con mirar las fotografías? Es la pregunta que llevo haciéndome estos últimos días desde que hace un par de semanas, Blas González, estupendo fotógrafo a la vez que teórico y divulgador fotográfico, me preguntara por qué, en mi caso, leo y escribo sobre fotografía.

Blas lanzó esa misma pregunta a otras siete personas que habitualmente escriben, teorizan y/o crean contenidos relacionados con la fotografía. Con todas nuestras respuestas ha escrito un interesantísimo artículo para la revista fotográfica Clavoardiendo.

Lo que podéis leer a continuación es mi respuesta a esa pregunta, con algún pequeño añadido respecto al texto que envié a Blas, al que agradezco de corazón haberme dado la excusa perfecta para escribir este texto y poder utilizarlo para “resucitar”, aunque sea momentáneamente, el blog.

¿Por qué escribimos y leemos sobre fotografía?

El maestro Cartier-Bresson, tan certero a la hora de disparar su cámara como categórico en sus afirmaciones, se negaba a hablar de sus fotos y de fotografía en general, porque, según afirmaba, no tenía “nada que decir” al respecto. “Se habla demasiado, se ‘piensa’ demasiado”, insistía, “hay que hacer fotos y no decir nada”.

Supongo que el bueno de Henri se refería a la excesiva palabrería con la que a veces se “adorna” el acto fotográfico y todo lo que le rodea. Pero no es exactamente a eso a lo que me quiero referir. Personalmente, jamás he amado tanto la fotografía como en esos momentos en los que pienso, hablo o escribo sobre ella. Es mi manera de rendirle tributo. Momentos en los que pongo palabras, literalmente, a las imágenes. Hacerlo es para mí algo tan natural como respirar. Y lo es desde el momento en que me di cuenta de que vivo, de que vivimos, en un perpetuo diálogo con ellas, con las fotografías. Porque lo cierto es que cuando miramos una, no nos limitamos a observarla. Somos seres sociales, racionales, que nos comunicamos constantemente con nuestros semejantes, con nuestro entorno. Comprendemos la realidad y cada enigma, pequeño o grande, que se nos pone ante los ojos analizándolo, categorizándolo, explicándolo… y todo eso lo hacemos a través de palabras.

La palabra es nuestra principal herramienta para entender el mundo, para “digerirlo” y “manejarlo”, una forma de abstraer lo que experimentamos, de darle un orden y un sentido a lo que oímos y lo que VEMOS. ¿Y qué es una fotografía sino un mundo desconocido al que asomarnos y en el que perdernos y deambular, un mundo al que necesitamos dotar de sentido?

André Kertész Leer
Fotografía perteneciente al trabajo «Leer», de André Kertész.

La imagen, la mera imagen, es algo que se desvanece fugazmente hasta desaparecer, incluso de nuestro recuerdo. La consumimos tan rápido como la olvidamos. En ese sentido, Instagram es, en gran parte, una colección de meras imágenes. Sin embargo, el caso de las fotografías es diferente; una foto es una imagen que nace de la combinación de dos cosas indispensables, la pulsión y la intención, elementos que hacen que una fotografía sea algo más que una imagen.

En ese sentido, las fotos nacen para ser “leídas”, “pensadas” e, incluso, “interpeladas”. Pero no se trata de convertirlas en preguntas o en respuestas a nuestras inquietudes, no las ahoguemos con esa pesada carga, tampoco con la responsabilidad de tener que valer “más que mil palabras”. No es justo. De lo que se trata es de abrirnos a ellas de manera que nos causen una emoción, un efecto. De “mostrarnos” a ellas de la misma forma que ellas se nos muestran a nosotros. Es mediante ese “diálogo” abierto, horizontal y cómplice entre lo que somos y lo que la fotografía hace resonar en nosotros (un recuerdo, una sensación, un ligero temblor) como disfrutamos realmente de la Fotografía, escrita así, con mayúscula.

Recuerdo la primera vez que vi la famosa foto “El baño de Tomoko” de Eugene Smith. Me quedé literalmente sin palabras. No podía dejar de mirarla. Incapaz de moverme y de articular palabra, mi mente buscaba frenéticamente la forma de explicar qué era lo que me estaba provocando aquella reacción. Es decir, buscaba palabras que pusieran nombre a lo que sentía, a lo que me sucedía. “Eso es el amor, Smith ha captado el amor en su estado más puro… ha fotografiado el amor”. Esa es la frase que vino a mi mente, palabras que, como si fueran un conjuro, me abrieron la puerta al interior de la fotografía; me metí, con los cinco sentidos, en aquel instante mágico tan magistralmente robado al tiempo: me detuve en su luz, casi celestial, en la expresión de los rostros, sentí el agua, el roce de las pieles…, me dejé envolver por el silencio de aquella escena. En otras palabras, hice de ella una historia compartida, un relato. Me abrí a escucharla, a sentirla y a interpretarla. A leerla. Y todo a través de un diálogo de recuerdos y asociaciones personales, mezcla de experiencia e intuición, que bullían en mi cabeza. A través de palabras.

Eugene Smith El baño de Tomoko
‘El baño de Tomoko’, de Eugene Smith.

Impulsada por el efecto de la fotografía y por la curiosidad, comencé a buscar información sobre su autor, su vida, su obra, sobre cómo y por qué hizo aquella foto… Textos, entrevistas, análisis e interpretaciones que agrandaron el universo y el poder hipnótico de aquella fotografía. En definitiva, palabras que me llevaron a un nivel de comprensión y disfrute al que la imagen, por sí sola y huérfana de textos y palabras, jamás hubiera podido llevarme. Me hubiera quedado con esas sensaciones que me transmitía y provocaba, y eso es una parte muy importante de la fotografía, pero estaría también huérfana de contexto, de respuestas y de historia. Y eso, la historia, es también fundamental en una fotografía (o en un conjunto de ellas).

Porque, yendo un poco más allá, cabría preguntarnos por qué o para qué fotografiamos. Hay miles de respuestas posibles, y todas ellas válidas. Lo común a todas ellas es que fotografiamos porque somos, y somos porque pensamos, o dicho de otra manera, porque articulamos nuestra existencia en palabras. Así, cuando una fotografía nos ‘atrapa’, no decimos que esa imagen nos mira, decimos que nos ‘habla’.

Una fotografía es un territorio abierto, un lugar por el que deambular y perderse, en el sentido más positivo y fotográfico de ambos términos. Mirarla es abrir una ventana, asomarse a un lugar donde soñarla, sentirla y vivirla estableciendo un diálogo íntimo entre nosotros y la imagen, entre lo que nos sugiere y nos evoca. La fotografía, como el arte en general, busca provocar una reacción en nosotros, en quienes la observamos, generar algún tipo de emoción, por pequeña, efímera o imperceptible que pueda ser. Pero, ¿por qué conformarse con eso? ¿Por qué perdernos parte importante de su historia? Seamos activos como espectadores de fotografía, seamos osados, curiosos, seamos… ¡insaciables! ¡Busquemos ir más allá! ¿Y qué mejor que avivar esa chispa de curiosidad que una fotografía prende en nosotros alimentándola con la lectura (o escritura) de textos y reflexiones sobre ella?

No hay trampa ni cartón en todo esto. No se trata de adornar una foto con palabrería o discursos vacíos. A veces, basta con una frase, con una cita del propio autor, para que la fuerza y el misterio de una obra se desplieguen ante nosotros en todo su esplendor. Y no solo una, sino muchas veces; tantas como queramos volver a esa fotografía y redescubrirla.

Vamos con otro ejemplo, y con uno de mis fotógrafos más admirados. Masahisa Fukase, en su famoso ‘Ravens’, transmite, como muy pocos han sido capaces de hacer, un dolor y una desesperación tan profunda que parece ahogarnos a medida que nos adentramos en su libro. Habrá quien argumente, no sin razón, que la intensidad de esos sentimientos supera con mucho la capacidad expresiva de cualquier palabra o texto. Y es verdad. Cualquiera que haya visto ‘Ravens’ lo sabe, es innegable. Pero hagamos una cosa; tomémonos unos minutos, solo cinco, para buscar algo de información sobre el autor, su vida y su relación amor-odio con la fotografía. No pasará mucho tiempo hasta que nos encontremos con una de sus frases más famosas: “Fotografío para detenerlo todo, mi obra es una especie de venganza contra el drama de vivir”. Volvamos ahora de nuevo a ‘Ravens’, mirémoslo a través de esas palabras, y veremos cómo esas fotos muestran más, “hablan” más, “duelen” más… los cuervos acechan a Fukase y a nosotros, nos atrapan en una especie de fatalidad anunciada. La oscuridad del libro se vuelve más y más profunda…

Masahisa Fukase Ravens
Fotografía de ‘Ravens’, de Masahisa Fukase.

Hay cientos, miles, de ejemplos como estos que yo he expuesto aquí. Tantos como trabajos fotográficos. No digo que sea indispensable u obligatorio leer libros o textos sobre fotografía para disfrutar de ella, a veces basta con curiosear un poco, con escuchar a diferentes fotógrafas y fotógrafos hablar sobre sus trabajos, su práctica fotográfica, sus frustraciones, sus logros y satisfacciones, con acudir a conferencias, talleres, exposiciones… De todo ello se aprende un montón.

Así que a la pregunta de “¿Por qué escribimos y leemos sobre fotografía?”, en mi caso, la respuesta no puede ser más contundente: ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo no “pensar” la fotografía, cómo no acompañarla con textos y reflexiones que nos abren aún más a su belleza y misterio? ¿Cómo contentarnos con “solo” mirarla?

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