Avedon o Penn. Penn o Avedon. Podría ser la eterna discusión si no fuera porque, en realidad, elegir entre uno u otro no tiene sentido. Su contribución a la fotografía, y no solo a la de moda, ha sido tan determinante y tan importante, que podemos decir que la fotografía no sería lo que es hoy, ni de la manera que lo es, si prescindiéramos de alguno de los dos.

Eso sí, en cuanto a gustos, como siempre, no hay nada escrito. Hay quien cae rendido ante la perfección casi insultante de Irving Penn, y quien afirma no poder penetrar en su frialdad. En cuanto a Richard Avedon, hay quien ama su genialidad y su toque de rebeldía, y quien lo ve superficial y pretencioso. Personalmente, tengo cierta debilidad por Penn. Quizá porque su elegancia y la minuciosidad compositiva de sus fotos me cautivaron desde el primer momento. Con Penn todo es elegante, puro, perfecto… a la vez que simple. Al menos, en apariencia.

Avedon, por su parte, atrae por su glamour, por ese guiño a la vida que emana de sus fotos, por su capacidad de adivinar y adelantarse a aquello que gusta a la gente. Avedon era emocional, puro nervio. Fue de los primeros que, siguiendo la estela de su admirado Martin Munkácsi, llevó el movimiento a la hasta entonces estática fotografía de moda. Penn, en cambio, era un hombre serio, contenido. Como sus fotos, a las que sus críticos achacaban precisamente eso, la falta de emoción.

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Ambos se vieron obligados a compartir el olimpo de la moda, a vigilar de cerca el trabajo del otro, algo que les produjo más de un dolor de cabeza pero que, sin duda, contribuyó a su grandeza. Se admiraban mutuamente, aunque quizás más privada que públicamente. Y ambos, curiosamente, sintieron la necesidad de demostrar que el campo de la moda no era el único en el que podían dejar patente su valía como fotógrafos.

Irving Penn y Richard Avedon no solo fueron compañeros de profesión y supuestamente rivales, sino que también compartieron algo parecido a una amistad, con sus roces y altibajos. Con orígenes, caracteres y estilos de vida diferentes, las envidias profesionales y personales marcaron algunos de los episodios más curiosos de la vida de ambos. Los que aquí voy a relatar están directamente extraídos de la biografía “Avedon, something personal”, escrita por Norma Stevens, directora del estudio de Avedon desde 1976 hasta la muerte del fotógrafo en 2004, y Steven M. L. Aronson, editor y publicista amigo de Avedon desde 1970. Pocos tuvieron la oportunidad de conocer tan de cerca a Avedon, sus filias y sus fobias, sus logros e inseguridades, y en especial, la fluctuante relación que éste tuvo con Irving Penn.

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De izquierda a derecha: Richard Avedon, Irving Penn y Helmut Newton.

«ESTOY VERDE DE CELOS«

Lo que Richard Avedon más envidiaba de Irving Penn no era que lo considerara “el verdadero artista” entre los dos, ni su elegancia al mirar, ni su formación privilegiada… Lo que “Dick”, como llamaban sus amigos a Richard, realmente hubiera matado por tener era la privilegiada y duradera relación que Penn tuvo con su esposa, Lisa Fonssagrives, considerada la primera ‘top model’ de la historia.

“Estoy celoso”, solía decir Avedon. “No es envidia, son celos. Estoy verde de celos”.

Avedon se casó dos veces, con Doe Avedon (1944-1949) y con Evelyn Franklin (1951-2004), pero siempre aspiró a formar una unión como la de Irving y Lisa.

El fotógrafo y la modelo se conocieron en 1947, durante la famosa sesión de fotos “Doce bellezas: las modelos más fotografiadas de América”. En aquel entonces, Lisa estaba casada con otro fotógrafo, el francés Ferdinand Fonssagrives, del que tomó su apellido y del que se divorciaría en 1949. Apenas un años después, en 1950, se casó con Penn.

Lisa se convirtió en parte esencial del proceso de creativo de Penn, fue una de sus musas, y juntos crearon algunas de las fotografías de moda más icónicas de la época y de la propia historia de la fotografía.

Lissa Fonssagrives en Marrakech, 1951. Foto: Irving Penn.

DOS POLOS OPUESTOS

Pero más que esa felicidad doméstica y profesional, una de las cosas que verdaderamente fastidiaba a Avedon era que hubo un momento, en la cima de la fama de ambos, en la que el trabajo de uno no podía explicarse sin oponerlo al del otro. Y para él, según afirma la que fuera su asistente Norma Stevens en su libro, “en el cielo de los fotógrafos famosos no había suficiente espacio para los dos”.

Ambos eran, como el propio Penn afirmó una vez, “polos opuestos”, y lo fueron en muchos sentidos.

Era como una competición sin fin, siempre tenía que estar vigilante. Pero esa competitividad fue buena para ambos, nos impedía estar del todo satisfechos con nuestro trabajo. Los estándares que Penn impuso en cuanto a la composición y la proporcionalidad eran estimulantemente altos. Era imposible respirar en esa estratosfera suya. Yo iba justo en la dirección contraria, directo hacia la profundidad de las emociones. Me serví de lo superficial para meterme bajo la piel, mientras que Penn creaba exquisitas esculturas que eran frías al tacto; gélidas, diría yo. 

En una entrevista a la revista ‘People’ en 1994 añadió: Me gustaban las chicas con imaginación y divertidas. Me gustaba verlas moverse. No estaba interesado en la moda, sino en hacer fotografías que mostraran esa explosión de energía y goce.

La fotografía de moda de Penn, por el contrario, buscaba más la imagen en sí, presentar una idea de feminidad y estilo que quedara grabada en la retina, más que crear una sensación. Pero tampoco quería centrarse en la ropa en sí, por eso sus imágenes enfatizan las siluetas y telas mezcladas con tonos oscuros. Así es, precisamente, como Penn logró difuminar los límites entre la moda y el arte, es ese el peldaño que le ponía por encima de Avedon a ojos de muchos, y sobre todo, a ojos de los propios miembros de la comunidad artística.

Para ilustrar esta diferencia de intereses y estilos, que en gran medida tenía su origen en caracteres totalmente diferentes (más visceral Avedon, más contenido Penn) Avedon solía contar una anécdota que ocurrió en París a finales de los años 60, en plenas revueltas estudiantiles. Avedon y Penn coincidieron en la capital gala; Avedon trabajando para Lartigue en el libro del fotógrafo francés y Penn realizando un encargo para Vogue.

Era el último día de la estancia para ambos fotógrafos, así que decidieron compartir coche para ir al aeropuerto. En el camino, el vehículo se vio rodeado súbitamente por un grupo de estudiantes que portaban piedras y pancartas y el conductor empezó a gritar “¡Revolución!”.

Salí del coche con mi cámara dispuesto a fotografiar aquel momento, pero Penn ni se movió. Cuando miré atrás, él estaba en el coche cerrando las ventanas y bajando el seguro de las puertas como un poseso.

LAS CRÍTICAS

La relación entre ambos estuvo plagada de desencuentros, aunque públicamente siempre se trataron con cordialidad. Una de las cosas que molestaba profundamente a Avedon era Penn fue acogido con entusiasmo por el mundo del arte antes de que él incluso pudiera soñar con serlo. Pero, tal y como explica Stevens en su libro, Penn tenía credenciales de las que Avedon carecía: antes incluso de que Avedon abandonara la Marina, donde comenzó a hacer fotos más en serio, tras años fotografiando a su madre y a su hermana, Penn ya se había graduado en la escuela de arte y había dado sus primeros pasos como pintor, además de trabajar como diseñador gráfico e industrial. Para los gurús del mundo del arte, Avedon era demasiado ostentoso en su estilo y formas, y un tipo muy encasillado en trabajos de moda y publicidad.

En 1964, durante un taller con impartió por encargo de Alexander Brodovitch, director artístico de la revista Harper’s Bazaard, Penn despreció sin contemplaciones “Nothing Personal”, el trabajo con el que Avedon mostraba por primera vez su preocupación por los temas de corte social. Sus fotografías iban acompañadas de los textos de James Baldwin, escritor afroamericano, y en él, denunciaba la hipocresía propia de la sociedad americana blanca.

Imagen del libro «Nothing Personal» (1964), de Richard Avedon y James Baldwin

Según lo que recoge el libro “Avedon, something personal”, en aquel taller Penn dijo:

‘Nothin Personal’ es un libro que solo alguien como Avedon podría querer hacer. Creo que seguramente es la presión de los anuncios de Revlon lo que le ha empujado a hacerlo. Será un enorme fracaso económico, aunque acabe adornando todas las mesitas de café de París.

En ese mismo taller, Penn habló también con evidente disgusto de “la afición de Richard por la buena vida. Me han dicho que Baldwin y él planearon el libro mientras paseaban a bordo de un yate en el Mediterráneo”.

Según cuenta Stevens, Penn no tuvo reparos en decirle directamente a Avedon que algunos de los retratos del libro eran “baratos” y “crueles”. Penn puso como ejemplo de esto un retrato que Avedon hizo a Eisenhower, en el que al expresidente se le ve con la vista perdida y gesto cansado. Penn le acusó de “hacer lo mismo que los periódicos cuando muestran al gánster o al drogadicto; aprovechar ese momento en el que tienen los ojos medio cerrados por efecto del flash” para editorializar y añadir dramatismo, mientras que él, Penn, intentaba “encontrar «algo eterno» en cada persona.

Dwight Eisenhower, por Richard Avedon (1964)

Y ENTONCES AVEDON POSÓ PARA PENN

Avedon nunca retrató a Penn aunque Penn sí retrató a Avedon, y en más de una ocasión. Eso sí, siempre por encargo.

Él nunca me hubiera dejado hacerlo, contaba Avedon. Me hubiera gustado sacarle arrugado, un tanto desarreglado, y él jamás hubiera posado así. Lo que quiero decir es que lo último que haría sería sacar un Penn de Irving Penn.

La revista Newsweek fue la primera que encargó a Penn que hiciera un retrato de Richard Avedon para su portada. Cuando Avedon vio la foto, pidió a la revista que no la publicara alegando que Penn le había retratado de una forma “demasiado poética, con aires de dios”. Lo que hizo a cambio fue tomarse un autorretrato para entregárselo a la revista.

Autorretrato de Richard Avedon, 1969

Pero esta no fue la única ocasión en la que Avedon posó para su colega. Alex Lieberman le encargó hacerlo para Vogue, con motivo de la inauguración de la retrospectiva dedicada a Avedon en el Met. Esta vez, Avedon estaba decidido a que no se repitiera la anterior experiencia. El día anterior a la sesión estuvo, según Stevens, durante una hora o más estudiando su rostro en el espejo, haciendo muecas y ensayando poses y gestos. Pero justo después, según entró en su propia sala de estar, se fijó en una de las fotos que tenía en su pared: el famoso Game of Madness, retrato de la extremadamente vanidosa Condesa de Castiglione tomado hacia 1865. En él, la condesa sujeta un pequeño marco ovalado para fotografías alrededor de uno de sus ojos, una forma de centrar la atención en esa parte de su rostro. Avedon decidió hacer lo mismo, centrar la atención en uno de sus ojos, y para ello probó a cubrir el lado izquierdo de su rostro con su mano.

Vino corriendo a mi despacho tapándose media cara con su mano y me dijo: “Es la parodia perfecta de un retrato de Penn, le va a encantar”. Y acertó.

Avedon contaría después que, durante la sesión de fotos con Penn, este no dejó de excusarse varias veces para ir al baño. Vio además que estaba tomando medicamento para tratar las náuseas y la descomposición estomacal, y eso le gustó porque se dio cuenta de que Penn estaba aún más nervioso que él.

En 1985, Vogue volvió a encargar a Penn hacer un retrato de Avedon, esta vez para dedicarle un espacial de cinco páginas con algunas de las fotos de su famoso “In the American West”, trabajo del que ponía en marcha una gran exposición. En esta ocasión, Avedon, además de tapar su ojo izquierdo con su mano, enmarcó el derecho sujetando un objetivo frente a él.

La parodia de la parodia de una foto de Penn, decía divertido Avedon.

Richard Avedon, 1985. Foto: Irving Penn.

Ocho años después, en 1993, otro encargo puso a Avedon frente a la cámara de Irving Penn, con motivo de la gran retrospectiva que el Whitney Museum iba a dedicarle al primero de ellos.

Estuve todo el rato quitándome y poniéndome las gafas. Y mi pelo era un desastre. Iba a pasarme los dedos por el para echarlo atrás y dar una imagen leonina (me pareció lo más adecuado, ya que era una foto para Vogue). Pero Penn, recordando las pegas que le puse a aquel primer retrato que me hizo para Newsweek, me dijo que no quería hacerme otra foto de chico guapo que yo no iba a apreciar.

A Avedon le encantó el retrato de Penn, el último que su colega le hizo.

Me hizo un gran retrato a lo Avedon. Se me ve deteriorado, como un luchador de la resistencia francesa.

Richard Avedon (1993). Foto: Irving Penn.

Curiosamente, a quien no le gustó nada el retrato fue a Anna Wintour, la máxima responsable de Vogue. Decía que Avedon no estaba favorecido y planteó que se repitiera la sesión. Avedon, sin embargo, pidió a Wintour que publicara la foto y aprovechó para preguntarle cuál era su problema con la edad. Años más tarde, la propia Wintour reconoció que la reacción de Avedon le hizo pensar.

Me hizo replantearme mi actitud y mis prejuicios ante la edad y el envejecimiento, y ser más consciente de cómo lo afrontamos cada año que pasa. Hoy en el día en el que miro aquel retrato de Avedon y veo un magnífico león invernal.

Muchos fueron los fotógrafos deseosos de retratar a Richard Avedon.

Para mí, posar ha sido luchar contra la cámara de otro fotógrafo. Siempre lo he tenido controlado. Levanto mis gafas hasta mis cejas e intento mirar de forma inexpresiva. No quiero que una fotografía revele nada de mí. Borro, literalmente, mi expresión. Hasta ese último retrato que me hizo Penn, prácticamente nadie había logrado tomarme una foto que no fuera el típico retrato editorial de moda. Mi actitud obligó a Penn a llevarme más allá. Y tiene su gracia, porque lo habitual en él era hacer todo lo contrario: apretujaba a sus modelos en aquellas malditas esquinas, los enjaulaba. Así era cómo los capturaba.

COMIDAS, PERROS Y LLAMADAS DE TELÉFONO

Cuenta Linda Stevens que, durante años, Penn y Avedon hablaron por teléfono todos los domingos por la mañana. Hablaban de sus respectivos trabajos. Pero ya en 1990 esa relación había quedado reducida a cita para comer en invierno, citas de las que Avedon siempre volvía de mal humor.

De lo único que quiere hablar Irving es de lo horribles que son los clientes, de cómo odia a los publicistas. Y yo le digo, Irving, deberías arrodillarte ante ellos como hago yo.

En otra ocasión, Avedon se quejó de cómo hablaba Penn de su proceso para imprimir él mismo sus fotos, del placer que le producía tener en sus manos sus copias en platino.

Dice que son tan suaves que cogerlas es como acariciar a un cachorro. ¡Y ya sabes que a mí nunca me han gustado los perros!

INSEGURIDAD E INCOMPRENSIÓN

La genialidad y el reconocimiento no estás reñidos con la inseguridad y la presión por seguir siendo el mejor y no verse superado ni relegado por nadie. No tengo datos de la actitud de Penn al respecto, pero sí de la de Avedon tal y como se relata en el capítulo del libro en el que está basado este post.

En un extracto de ese capítulo, por ejemplo la fotógrafa Andrea Blach cuenta como durante el tiempo en el que trabajó como asistente de Avedon en su estudio, éste la envió a ver la famosa (y curiosa) exposición de Penn en el Moma en la que exhibía sus fotografías de colillas recogidas de la basura.

En cuanto volví, Richard me abordó y me preguntó qué me había parecido. Le contesté que me parecieron obras de arte, y pude ver claramente como él se desinfló, se quedó desmoralizado.

También se cuenta cómo, tras ver una portada de la revista Vanity Fair en la que Annie Leibovitz había inmortalizado a una celebrity con hormigas o moscas en el rostro, muy al estilo de su famoso retrato del hombre de las abejas, Avedon se quejó amargamente de que se presentara esa imagen como un homenaje a su obra.

Cuando copian a Penn dicen que es una atrocidad, pero cuando me copian a mí dicen que es un tributo.

Pero Avedon también tenía sus propios referentes, y uno muy concreto y muy famoso (en este caso, famosa) a la que le acusaron de querer o intentar copiar. Peter Galassi, prestigioso comisario fotográfico, lo resume así:

La gran tragedia de Richard Avedon, aunque quizá decir tragedia sea demasiado, no tuvo nada que ver con su rivalidad con Irving Penn. Su gran tragedia fue ser un gran artista comercial, y no lo digo en un sentido negativo, un artista que lo que quería era ser Diane Arbus. El problema de su “In the American West” es que, de alguna manera, se trata de Richard Avedon queriendo ser Arbus. (…) Digo tragedia porque nunca estuvo del todo satisfecho con aquello que mejor hacía, es decir, los retratos y la fotografía de moda. Me temo que Dick jamás se entendió a sí mismo. No entendió los grandes dones que tenía y, en consecuencia, no les sacó todo el partido que hubiera podido sacarles. Por eso digo que lo suyo fue una tragedia.

Fuera su intención o no copiar a Arbus, o estuviera o no obsesionado con ser como ella, tan bueno como ella, o incluso mejor, lo cierto es que ‘In the American West’ apuntaló lo que ya se adivinada en «Nothing Personal», que Avedon no era solo un fotógrafo de moda y anuncios, sino que su mirada y sus intereses iban mucho más allá de la esfera comercial.

La colección de magníficos retratos que componen ese trabajo, son un registro del oeste americano y sus personajes, un ejercicio de enorme valor documental realizado además con la maestría técnica y profesional de Avedon.

Irving Penn, pese a que por sus fotografías parecía obsesionado por la belleza y por alcanzar la perfección física, artística y formal en cada una de sus imágenes, tuvo un genuino interés documental por personas y mundos muy ajenos al de la moda, las modelos y las personalidades de ámbito político, cultural y social.

Muchas veces, aprovechó sus visitas a países como Marruecos, Perú o Nueva Guinea para, en los descansos de sus sesiones de moda, fotografiar a los habitantes del lugar. Utilizaba para ello un estudio portátil. Las fotografías de aquellos trabajos aparecían una vez a la año en la revista Vogue.

Las imágenes, tanto en color como en blanco y negro, aparecían anualmente en Vogue. En 1974 se publicaron en un libro que se tituló «Worlds in a small room» (Mundos en una habitación pequeña).

Pero Penn también fue capaz de hacer que la cultura occidental pareciera extraña y fascinante a la vez. A principios de la década de 1950 realizó una serie de retratos de pequeños comerciantes en París, Londres y Nueva York. Insistió en que los sujetos acudieran a su estudio tal y como salían de sus comercios; con la ropa de trabajo puesta y sin lavar. Alguno cometió el error de cambiarse y vestirse de gala, provocando el disgusto y el enfado del fotógrafo, que lo mandaba de vuelta a casa y le pedía que volviera al día siguiente tal y como estaba en su tienda y portando las herramientas o utensilios que usaba en su trabajo.

Así nació una joya llamada “Small Trades” (Pequeños oficios), un maravilloso catálogo de pequeños comerciantes urbanos de los años 50: carniceros con cuchillos y delantales manchados, lavanderas con sus cubos y trapos de la limpieza, pasteleros con sus útiles de amasar, un pescadero con un pez en una mano y un trapo en otra…  Todos ellos los reunió en un libro que hoy en día es casi imposible conseguir si no es pagando un precio prohibitivo.

Tal y como hizo Avedon en su “In the American West”, Penn sacó a los sujetos de su entorno para fotografiarlos en un fondo homogéneo y neutro.

Ya a mediados de esa década de los 50, y a diferencia de la de Avedon, la fotografía de Penn va mostrando el interés creciente del fotógrafo por la faceta más artística del medio. Así, entre  1949 y 1950, Penn realizó una serie de desnudos femeninos a modo de proyecto personal, centrándose en las formas y volúmenes de los cuerpos, muy del estilo de algunos de los que hizo Edward Weston.

Los desnudos de Avedon fueron, en este sentido, mucho más «terrenales» y menos artísticos. No buscaba la abstracción de las formas, sino la belleza del propio cuerpo. Eran, además, encargos editoriales, y no fotografías hechas con un interés personal.

Con el paso de los años, Penn se fue centrando más en los bodegones y depurando la faceta más artística de sus imágenes. Ya he citado la exposición de sus fotos de colillas en el Moma en 1975. Refiriéndose a esta etapa más artística de Penn, Avedon solía decir con cierta sorna que su colega estaba “prácticamente retirado” de la fotografía.

Para asombro de muchos, Penn incluso experimentó con el autorretrato, modificando y distorsionando las imágenes. Este interés por el arte y por los límites de la propia fotografía, fue una de las cosas que marcó la diferencia entre estos dos grandes fotógrafos, y lo que creaba cierta inseguridad en Avedon. Robert Millman, amigo y psiquiatra de Avedon, lo explicaba así:

No hay duda de que la mayor pesadilla de Richard fue Irving Penn. Richard era un genio, pero no era capaz de ver lo grande que era, se veía a sí mismo como el segundo mejor fotógrafo del mundo. Me lo repetía una y otra vez, “Soy más famoso, pero Penn es un artista de verdad. Este tío es realmente fantástico”. Yo, como psiquiatra y como amigo, estaba en la posición perfecta para recordarle que su trabajo era cada vez más poderoso, más profundo, más importante. Pero él seguía diciendo, “No, no, Penn es verdaderamente mejor”.

Richard Avedon (1923-2004) e Irving Penn (1917-2009) transformaron la fotografía. Definieron lo que podía ser y, de hecho, llegaría a ser la moda, el retrato, la publicidad y la creación de imágenes editoriales. Aunque con puntos de partida diferentes, sus carreras tuvieron muchos paralelismos, y sus caminos no dejaron de cruzarse durante décadas.

Dicen que Avedon arriesgaba más en sus fotografías, que Penn cuidaba más todo el proceso, hasta el último detalle de la impresión. Que a Avedon le gustaba ser el centro de atención, y que Penn lo evitaba. Que los retratos de Avedon eran como los de Caravaggio, y los de Penn como los de Bellini o cualquier otro pintor renacentista. No son pocas las celebridades que pasaron por el estudio de cada uno de ellos, y tanto Penn como Avedon supieron sacar lo mejor de sus retratados, cada uno en su estilo. A veces, incluso, las diferencias entre uno y otro no son tan evidentes, son muy sutiles, y en eso también, en saber estampar su sello sin ponerse por encima del sujeto, está también su grandeza.

Quizá fue de nuevo el comisario Peter Galassi quien mejor expresó la «tragedia», como él diría, de ambos fotógrafos:

Esos dos … ¡pobres! Estuvieron destinados a compartir el cielo durante toda su vida profesional. Qué tremenda carga para los dos. Cada uno de ellos se merecía tener su propio espacio.

Afortunadamente, la historia de la fotografía ha reservado a ambos el lugar que se merecen y que se ganaron con todo el merecimiento. Ambos fueron, como afirmaba al principio de este post, imprescindibles para que la Fotografía, en mayúsculas, sea lo que es hoy, y no solo, como hemos visto, en el terreno de la moda. En este sentido, Avedon le debe mucho a Penn y Penn le debe mucho a Avedon, su relación puedo ser más o menos complicada o más o menos marcada por la envidia, la desconfianza o los celos, pero esa rivalidad estimuló su creatividad y les llevó a dar lo mejor de sí mismos. Puede que, en el fondo, el hecho de que compartieran existencia, fuera lo que les hizo ser tan alto.

NOTAS:

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