A finales del mes de marzo, la Escuela Mistos de fotografía de Alicante se puso en contacto conmigo para que diera una conferencia online (estábamos en pleno confinamiento por el coronavirus) cosa que, lo confieso, me hizo muchísima ilusión y también me pilló un poco por sorpresa.

Querían que hablase sobre fotógrafos y proyectos fotográficos que me hubieran llamado la atención (algo como lo que hago habitualmente en este blog) pero priorizando autores y trabajos contemporáneos de fotografía documental. Así, y tras darle un par de vueltas a la cabeza, decidí investigar y mostrar autores que, además de ser modernos y de tener proyectos en marcha, sirvieran como ejemplo de los diferentes tipos de documentalismo que se dan hoy en día desde motivaciones, intereses y estéticas muy variadas. Hice una primera lista de 25 autores que luego ajusté hasta dejarla en 17.

Lo que sigue es un resumen escrito de aquella conferencia que podéis ver en el siguiente vídeo:

Desde el principio tuve claro que la conferencia debía partir, a modo de introducción, de un autor muy concreto y, sobre todo, un trabajo clásico pero ineludible a la hora de hablar de fotografía documental; Robert Frank y su magnífico ‘Los Americanos‘. Las musas se pusieron de mi parte porque determinados detalles (que ya explicaré) me llevaron directamente desde Robert Frank hasta el que para mí es uno de los grandes referentes de la fotografía documental contemporánea: el estadounidense Alec Soth.  Frank y Soth son las dos fuentes principales de las que beben en mayor o menor medidas la inmensa mayoría de los trabajos que se hacen en la actualidad, y su huella es visible en el trabajo y estilo del resto de autores a los que cito en este particular y variado recorrido por algunas de las tendencias de la fotografía documental actual.

¿Empezamos?

ROBERT FRANK

No se puede hablar de documentalismo fotográfico sin hacer, aunque sea, una pequeña referencia a ‘Los Americanos’ de Robert Frank. No me extenderé demasiado, ya que son varios los post que he dedicado al genial fotógrafo, además de un videopost de casi una hora sobre cómo leer y e interpretar algunas de las claves de ‘Los Americanos’.

Frank es importante por muchísimas razones, pero en este caso me interesan particularmente dos de ellas: la primera es que con ‘Los Americanos’ redefine el concepto de fotolibro, y la segunda, y más significativa en este caso, que pone en valor el documentalismo de corte personal.

Cuando a mediados de los 50 del siglo XX viaja durante dos años por Estados Unidos, su país de acogida (él es suizo) y fotografía lo que se encuentra en su periplo, Frank huye del sacrosanto ‘momento decisivo’ de Cartier-Bresson, utiliza una técnica (aparentemente) descuidada, de grano omnipresente, trepidaciones y horizontes torcidos, para ofrecer una visión poética a la vez que crítica (y a veces, con un fino punto de ironía) sobre lo que está ante su cámara, que no es otra cosa que la sociedad estadounidense, sus contradicciones y sus miserias, una imagen totalmente diferente a la que se pretende vender y exportar bajo manidos conceptos como el ‘sueño americano’ y, sobre todo, el ‘American way of life’, una visión comercial y publicitaria de un modo de vida que pretende conquistar el mundo.

Pese a la enorme relevancia y originalidad de ‘Los Americanos’ lo cierto es que Robert Frank no inventa nada, lo que hace (que no es poco) es poner sobre la mesa y validar una forma de contar, retratar y documentar fotográficamente opuesta a los cánones documentalistas de la época, muy ligados a la fotografía de Henri-Cartier Bresson y al reporterismo de guerra de Robert Cappa, que acababa de morir. La agencia Magnum, creada unos años antes, estaba en pleno apogeo.

La clave: La mirada personal como forma de valor documental frente a la dictadura de la «mirada pretendidamente objetiva».

ALEC SOTH

Curiosamente, es una fotografía perteneciente a ‘Los Americanos’ la que nos lleva irremediablemente hasta Alec Soth. Es quizá una de las que más desapercibidas pasa de todo el libro, una de las poquísimas en las que no parece gente, pero la que mejor resume el uno de los conceptos que sostienen el documentalismo, el concepto de viaje, pero entendido desde una doble vertiente: la del viaje físico, y la del viaje emocional. La fotografía en cuestión se llama simplemente ‘Butte, Montana (1955)’ y muestra la vista, un tanto anodina, a través de la ventana de un hotel.

Para Soth, como para Frank, el viaje es un elemento clave en su obra fotográfica. Pero en Soth se trata de pequeños viajes que no le alejan mucho de su lugar de residencia. El fotógrafo nacido en Minneapolis descubrió que necesitaba alejarse de su entorno más cercano para estimular su instinto fotográfico, pero no tanto como para no captar el sentido de los códigos y las experiencias vitales que marcan la vida cotidiana de aquellos a quienes retrata, sean paisajes o personas.

Soth es un documentalista silencioso que explora una y otra vez los límites de la fotografía. Sus narrativas nacen de la tensión entre conceptos (sueño y realidad en ‘Sleeping by the Mississippi‘, amor, muerte y decadencia en ‘Niágara‘, el binomio atmósfera interior/exterior a través de los retratos de sus sujetos en sus propias casas en ‘I know how furiously your heart is beatin‘»).

Soth es uno de los fotógrafos que mejor se mueve en ese territorio difuso entre realidad y ficción, y un autor que no oculta su tendencia a dirigir a sus retratados y a modificar las escenas que fotografía (en sus inicios llenaba el encuadre de objetos, ahora prefiere quitarlos).

La clave: La importancia de los símbolos como vertebradores de una narración y del retrato y los paisajes como elementos evocadores de una historia y unos sentimientos.  

TANIA FRANCO KLEIN

La mexicana Tania Franco Klein es una de las fotógrafas jóvenes más interesantes del panorama actual. Uno de sus puntos fuertes es el dominio del color y la maestría que muestras a la hora de crear atmósferas de tensión. Conjuga y juega perfectamente con colores vivos, algo nada fácil de hacer, y crea también atmósferas emocionales, especialmente bien conseguidas cuando utiliza los amarillos suaves y los naranjas oxidados.

Sus fotografías son escenificadas, muchas veces es ella misma la protagonista de sus fotos, pero siempre intenta que su ficción tenga algo de real. Por eso sus imágenes apelan siempre a emociones reales.

Su proyecto más conocido se llama ‘Positive Desintegration’ y hace referencia a una teoría psicológica del desarrollo de la personalidad. Está construido a base de imágenes fragmentadas que evocan sensaciones como el aislamiento, la soledad, la ansiedad… y lo hace cuidando muchísimo la luz, el ambiente y la disposición de los objetos, cuya combinación única crea atmósferas que entretejen un atractivo universo personal.

En sus fotografías se percibe claramente la influencia de Cindy Sherman, William Eggleston, Larry Sultan, Alec Soth y Nan Goldin, entre otros.

La clave: Cómo apelar a emociones reales a través de escenas ficticias y cómo el hecho de tener influencias muy marcadas y reconocibles no impide el desarrollo de una voz y un estilo propios.

ALESSANDRA SANGUINETTI

A Alessandra Sanguinetti la descubrí gracias a uno de sus trabajos más famosos (si no el que más): Las aventuras de Guille y Belinda y el significado enigmático de sus sueños. En este proyecto, Sanguinetti documenta durante cinco años la vida de dos primeas que viven en una zona rural de argentina y las acompaña en un periplo vital clave en la vida de todo ser humano: aquel que empieza en la preadolescencia y termina a las puertas de la primera juventud.

Sanguinetti practica en este trabajo lo que en su caso se ha convertido en una firma personal, un documentalismo directo con tintes poéticos y un ligero toque de nostalgia.

Esta fotógrafa tiene otro trabajo especialmente interesante, llamado ‘Home’, en el que aúna de forma magistral los efectos del paso del tiempo y la memoria. Son fotografías de su casa familiar, ya abandonada, en argentina y de los familiares que la habitaron o tuvieron relación con ella.

Sanguinetti combina hábilmente fotografías de los rincones y grietas del viejo hogar con retratos de sus familiares, unas imágenes en las que la piel, con sus arrugas, manchas y heridas. Las huellas del tiempo y la memoria se funden en un relato sincero, directo, luminoso y evocador.

La clave: Al igual que Tania Franco Klein, Sanguinetti es una gran captadora de atmósferas, en su caso reales, en las que el paso del tiempo y los lazos físicos y psicológicos que unen a las personas (y a los lugares) son los lo que sostienen la narración.

MIKE BRODIE

El trabajo de Sanguinetti sobre las dos primas adolescente argentinas me hizo recordar inmediatamente a Mike Brodie y su magnífico y fresco ‘A period of juvenile prosperity, un trabajo único y casi podría decir que irrepetible, cuyas diferencias con el de Sanguinetti le hacen merecedor de un espacio propio.

La principal diferencia es que es un trabajo hecho sin ninguna pretensión documental por un fotógrafo muy joven (17 años) que es, además autodidacta. Es, además, uno de los mejores ejemplos de «proyecto a posteriori», es decir, aquellos trabajos que se constituyen como tales no durante el proceso de toma de las fotos, sino meses (o hasta años) después, cuando el fotógrafo vuelve a sus archivos, los revisa, y se encuentra con que ahí tiene una historia en espera de ser desempolvada y contada.

En 2003, Mike Brodie es escapó de casa y comenzó a viajar por Estados Unidos colándose como polizón en los enormes trenes de mercancías que cruzan el país de una cosa a otra. Comenzó a convivir con otros adolescentes que hacían lo mismo que él y empezó a hacerles fotografías como mera diversión con una vieja Polaroid que encontró abandonada. Subía sus fotos a unas redes sociales que en aquella época daban sus primeros pasos y comenzó a ser conocido como ‘The Polaroid kid’ (el chico de la Polaroid).

Su trabajo es uno de los mejores ejemplos de frescura fotográfica, ya que es alguien que fotografía sin ningún tipo de pretensión. Es, además, y en cuanto a contenido, una obra importante porque documenta parte de la subcultura juvenil estadounidense y lo hace, además desde dentro (él es uno más del grupo, un igual).

Es un trabajo que, estéticamente, tiene cierto toque romántico, quizá por el propio color de las fotografías, que están hechas, en su inmensa mayoría, en las horas cercanas al atardecer y al amanecer, con esa luz tan especial. Aquí hay que aclarar que las fotografías que conforman el libro no son las que hizo con la Polaroid sino otras que hizo con una vieja Nikon de 35 mm con la que se hizo en uno de los viajes. Es un proyecto que evoca la aventura, la libertad y cierta nostalgia por la juventud perdida.

La clave: La intencionalidad documental no tiene que ser una actitud explícita en el fotógrafo. Ni siquiera la de ser fotógrafo profesional. Brodie nunca lo fue. Tras su periplo de tren en tren, volvió a casa y estudió para cumplir su gran sueño: ser mecánico de coches. Y lo cumplió.

BERTA VICENTE SALAS

Otra fotógrafa joven que acostumbra a utilizar a sus amistades como modelos es Berta Vicente Salas. A Berta la descubrí hace poco, y por casualidad, como me sucede la mayoría de las veces. De ella me atraen sus retratos (fue uno de ellos el que me llamó la atención y me llevó hasta ella) y su maestría a la hora de crear y manejar atmósferas (nunca me cansaré de repetir la importancia de esto último).

El trabajo de Berta es clave para entender ese documentalismo de ficción tan de moda hoy en día que se mueve entre lo real y lo imaginario.

Sus fotografías, todas ellas escenificadas y muy trabajadas conceptual y visualmente, recuerdan en cierta medida al estilo de Tania Franco Klein, pero con una paleta de colores que huye, a diferencia de Klein, de los tonos vivos, y se mueve en un universo más oscuro y tenue. El suyo es un mundo de sueños, de una estética más brumosa, más suave.

Pero Berta Vicente Salas tiene también otro trabajo que es radicalmente opuesto a lo que acabamos de ver: un trabajo que podríamos enmarcar en el documentalismo más clásico y realizado, además, en blanco y negro.

En 2016 Berta viaja a México para enseñar fotografía en una prisión de Juárez. En sus ratos libres, aprovecha para acercarse a un centro de menores que hay en la ciudad y documentar con su cámara el día a día de los internos.

La clave: Berta Vicente Salas es uno de los mejores ejemplos de cómo un fotógrafo autoral, con un discurso y una estética propias, puede alternar sus trabajos personales con trabajos documentales de tipo más clásico y de estética y contenido radicalmente diferentes.

EUGENE RICHARDS

Pero si hablamos de documentalismo clásico, una de las referencias ineludibles hoy en día es Eugene Richards.  El suyo es un documentalismo social, directo y crudo, con historias contadas desde muy cerca, tanto física como emocionalmente.  En este sentido, Richards suele decir que «si puedo tocar a alguien, entonces puedo fotografiarle», en una frase que recuerda mucho a la ya legendaria de Robert Capa: ‘Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es porque no te has acercado lo suficiente’.

Richards estudió periodismo y es un documentalista fuertemente comprometido con la verdad y con la denuncia de los problemas e injusticias sociales de su país, Estados Unidos. Quizá por eso, por tratar temas incómodos que muchos quieren ocultar, y también, creo yo, por compartir nombre de pila, Eugene, con uno de los más grandes fotógrafos de la historia, Eugene Smith, el trabajo y la figura de Eugene Richards pasa desapercibido demasiado habitualmente.

Richards tiene trabajos apabullantes en su sinceridad y cercanía sobre las consecuencias del consumo de drogas, el abandono, la exclusión social… Pero tiene también uno muy especial y muy personal, el que hizo sobre el cáncer de pecho que sufrió su primera mujer. Este trabajo, para mí uno de los mejores que he visto entre los muchos que se han hecho sobre el tema, muestra la maestría y la sensibilidad de un fotógrafo que consigue mostrar la dureza de la lucha contra el cáncer sin caer en la sensiblería ni en el morbo, que son las dos grandes trampas de este tipo de trabajos.

La clave: La importancia de saber manejar los tiempos y las distancias, no solo las físicas (cuándo, cuánto y cómo acercarse) sino, también, las psicológicas.

PAKO PIMIENTA

De Pako y de su estupendo libro ‘Sizigia’ ya hablé en un post anterior titulado «Pérdida, dolor, búsqueda y libertad. Así es ‘Sizigia’, de Pako Pimienta«, por lo que aquí no voy a extenderme mucho más.

En este caso concreto, Pako y ‘Sizigia’ me interesan por dos motivos. Primero, porque el libro es un bellísimo ejemplo de discurso personal y de documentalismo autorreferencial (nota: para ser autorreferencial no hace falta fotografiarse a uno mismo), un trabajo que nace de un duelo desgarrador por varias pérdidas que Pako sufre en un corto lapso de tiempo.

Y en segundo lugar, me interesa porque ‘Sizigia’ golpea y duele, y resulta desgarrador como gran ejercicio de libertad personal a la hora de fotografiar; el de un fotoperiodista que, en los ratos robados a su actividad diaria, se deshace de todos los corsés y prejuicios (propios y ajenos) para fotografiar lo que quiere y como quiere, que se deja llevar por el instinto, el sentimiento y el corazón.

Lo mismo hace, y esto me parece especialmente importante, a la hora de editar el trabajo. «Me olvidé de las ganas y la necesidad de gustar», dice, «y me encerré yo solo, durante tres meses, para editar el libro».

El resultado es un «libraco» gordo y oscuro, en el que cada página es un golpe en las entrañas. Un ejercicio de tristeza lleno de belleza que nos sumerge en una atmósfera oscura de fin de viaje.

La clave:  La explica, mejor que nadie, el propio Pako cuando habla de cómo hizo el libro. «Mi cámara ama y odia conmigo, se acompasa con mi respiración y se libera de las servidumbres del acto fotográfico». La fotografía como ámbito de libertad creativa en su máxima y doliente expresión.

NANCY BOROWICK

Nancy Borowick es otra de las fotógrafas que han utilizado la fotografía cómo forma de elaborar un duelo y enfrentarse a una situación adversa. Su trabajo Family imprint es la crónica de la lucha de su madre y su padre contra el cáncer, enfermedad que les fue diagnosticada casi al mismo tiempo cuando Nancy tenía solo 20 años.

Es un trabajo de estética clásica, realizado en blanco y negro, que trata, por un lado, los temas de la familia y el amor, y por otro, los de la enfermedad y a muerte.

Comparado con el trabajo de Eugene Richards al que antes hemos hecho referencia (el que documenta la lucha contra el cáncer de pecho de su primera mujer), el de Borowick es un trabajo que huye de la crudeza del de Richards. Es, en este sentido, más blando, más condicionado por la intención, consciente o inconsciente, de hacer una especie de homenaje a la figura de sus progenitores; homenaje a 34 años de matrimonio y homenaje a la lucha común contra el cáncer.

Así, aunque Borowick no evita los momentos duros (visitas al hospital, efectos de la quimioterapia…) no hay imágenes desgarradoras, sus fotos son más de quien coge la mano y acompaña, que de quien se sienta y mira de frente a la enfermedad. Son fotos bellas y llenas de ternura, de esperanza, en las que el enemigo y sus terribles consecuencias apenas se ven.

La clave: El documentalismo fotográfico como respuesta a la necesidad de enfrentarse al propio dolor y a la pérdida.

REBECCA NORRIS

Otra fotógrafa que documenta su propio duelo es Rebecca Norris. La autora fue poeta antes que fotógrafa, y ese lirismo es muy visible en sus fotos. ‘My Dakota‘ es la consecuencia del duelo de Rebecca Norris tras la repentina pérdida de su hermano víctima de un ataque al corazón.

En 2005, Norris se encontraba en su tierra natal, Dakota del Sur, con la intención de dar una visión íntima y personal del oeste americano. Quería plasmar en fotografías lo que ese entorno tan particular provoca en alguien nacido y criado allí.

Sin embargo, cuando apenas ha empezado con el proyecto, recibe la noticia de la muerte de su hermano, y el proyecto inicial muta en una especie de duelo que la lleva a recorren en coche aquellos lugares que fueron el escenario de su infancia. Norris busca consuelo y respuestas en unos paisajes, los suyos, que cuyos ecos no hacen otra cosa que devolverle preguntas.

My Dakota‘ muestra así un documentalismo en color el que la fotógrafa vuelva a la perfección sus sentimientos de aflicción, nostalgia, pérdida y soledad en los paisajes áridos y desolados de su infancia. En el libro, las imágenes van acompañadas de versos sueltos que la propia Norris escribe de su puño y letra. Se trata, además, de un trabajo que aúna dos conceptos muy importantes y que se repiten muchas veces, especialmente en el documentalismo norteamericano: el concepto de viaje y el concepto de duelo.

La clave: La importancia del paisaje como elemento evocador de los sentimientos más profundos y arraigados en el ser humano.

VANESSA WINSHIP

Vanessa Winship es otra de las grandes documentalistas de nuestra época. Autora de grandes trabajos en la zona de los Balcanes, Winship es la única mujer que ha ganado el premio de la fundación Cartier-Bresson, un galardón que le permitió realizar uno de sus trabajos más conocidos, el estupendo She dances on Jackson.

Se trata de un trabajo que, una vez más, aúna viaje y duelo. Winship, inglesa, viaja a Estados Unidos y documenta algunas de las zonas y personas que se han quedado fuera del famoso «sueño americano». Lo hace a través de retratos (es una de las mejores retratistas documentales que hay) y los paisajes. El hilo conductor es un sentimiento de desencanto y resignación, pero las personas de las fotos de Winship no transmiten victimismo, conservan intacta su dignidad.

Como en el caso de Rebecca Norris, la casualidad y la fatalidad hacen que el trabajo acabe reflejando también el proceso de duelo de la autora. El padre de Vanessa, ornitólogo, muere mientras ella está en Estados Unidos, y los pájaros se convierten en protagonistas de algunas de sus fotos.

La clave: La fuerza del documentalismo clásico basado en una enorme sensibilidad hacia el retrato y la magistral utilización de los paisajes y los espacios (tanto urbanos como naturales).  

RICKY DÁVILA

Elegí la figura de Ricky Dávila para este post porque me es un gran ejemplo de la evolución que los años, la experiencia y, sobre todo, la inquietud y la (in)seguridad, provocan en la obra de un fotógrafo. «A la fotografía se llega por necesidad» es una de las frases que suele repetir Ricky, y esa necesidad es la que crea, de cuando en cuando, nuevas preguntas a la que un autor, documentalista o no, acaba intentando dar respuesta con su cámara.

Ricky ha sido fotoperiodista, fotógrafo editorial y también un gran documentalista. Y su evolución dentro del documentalismo, que es una esfera mucho más amplia de lo que en un principio solemos imaginar, es lo que me parece realmente interesante.

De Dávila conocemos trabajos espléndidos como ‘Ibérica’ o ‘Manila’, por citar dos ejemplos. En el primero de ellos, realiza una cartografía de la península a través de los rostros de la gente que la puebla. Aquí Ricky muestra su maestría en el retrato, «la fascinación ante el misterio de los demás», como él suele definirlo, y son esos rostros los que conforman la columna vertebral de un retrato en el que también se ven paisajes.

En ‘Manila’ Dávila viaja a esa ciudad filipina varias veces y retrata la peculiaridad de una ciudad caótica, viva y bulliciosa.

‘Todas las cosas del mundo’ es ya un trabajo que, aun siendo documental, muestra una perspectiva marcadamente personal. Es un valiente ejercicio de introspección, una mirada que se vuelve hacia dentro y que expresa ese interior reflejándolo en aquello que encuentra en el exterior. El libro, además de fotos, incluye poemas escritos por el propio Ricky, cuya inspiración ha estado y está muy ligada al mundo de la literatura y la poesía.

En los últimos años, Ricky reivindica más que nunca la parte lúdica de la fotografía, su importancia como mecanismo donde dar rienda suelta a esa cosa tan difícil de hacer pero tan arrebatadoramente bella que es la libertad creativa. De esa rebeldía nacen ‘Los cuadernos de Remo Vilado’, unos libros de artista en los que Remo, alter ego de Ricky, da rienda suelta a la «incontinencia creativa de un Quijote descabalgado armado con libreta y cámara». Son los cuadernos de alguien que experimenta, se divierte y se reinventa en su aparente locura sin tener que rendir pleitesía a nada ni a nadie. Ni siquiera a sí mismo. Una rareza y un acto de valentía, aunque no se haya concebido como tal, en los tiempos que corren.

La clave:  La evolución de formas de documentalismo supuestamente más cercanas a la objetividad, como el fotoperiodismo y el documentalismo más clásico, hasta formas de documentalismo más personal, desarrollando, a su vez, una fotografía marcadamente autoral, para llegar, como colofón, al campo de la experimentación creativa.

BIEKE DEPOORTER

El de Bieke Depoorter es un documentalismo alimentado por la curiosidad por los otros y el entorno en el que transcurre su día a día.

Cuando en 2009 acaba sus estudios, esta joven fotógrafa belga vuelve sus ojos a Rusia y, con una nota redactada por una amiga que habla ruso, realiza varios viajes a ese país con el objetivo de sumergirse en la realidad cotidiana de sus gentes.

En esa nota escrita en ruso, Bieke explica que busca una casa para pasar la noche porque quiere conocer cómo viven los rusos. Enseña la nota a la gente con la que se cuenta hasta que alguien le ofrece pasar la noche con su familia.

Así es como Bieke consigue meterse en la sala de estar de la gente de a pie, que es donde, como ella misma subraya, gira la vida de las familias y donde mejor pueden observarse su costumbres y tradiciones. Más tarde seguirá el mismo método en países como Estados Unidos y Egipto.

Con el tiempo, Depoorter ha ido cuestionándose su propio papel como extraña que llega a un lugar y se mete en las casas de las personas. Ya no se siente tan cómoda siendo la forastera que observa. Lo que hace, entonces, es volver a los lugares que ha visitado, como Egipto, enseñar a la gente las fotos que tomó en su anterior viaje y pedirles que escriban sus comentarios e impresiones en ellas.

También ha llegado a utilizar a sus sujetos como actores para hacer pequeños films borrando así la línea cada vez más fina entre realidad y ficción y volcando su propia realidad en la realidad de sus sujetos.

Clave: El valor documental de la «mirada del otro» sobre realidades y culturas que le son ajenas, tal y como hizo Robert Frank en ‘Los Americanos’.

THANA FAROQ

Si Bieke Depoorter es un ejemplo del «documentalismo de inmersión» en realidades ajenas, Thana Faroq nos sirve como modelo de fotógrafa que documenta realidades y experiencias que son parte de su propia historia de vida.

Faroq es una fotógrafa de calle y documentalista yemení que vive refugiada en Holanda tras huir de su país natal. Su trabajo más conocido, y por el que yo la descubrí, se llama ‘The Passport’ (el pasaporte), un proyecto que aún hoy está en proceso. En él refleja las vidas de personas cuyas vidas están marcadas por un documento, el pasaporte, qué decide a dónde puedes ir, dónde no, dónde te puedes quedar… etc.

Se trata de un trabajo realizado en un delicado y cuidado blanco y negro y en el que los retratos de los individuos tras un cristal sirven como metáfora de la situación que rige su vida (el cristal como elemento que los mantiene separados, física, legal y jurídicamente, de un mundo que pueden ver, pero no disfrutar). Personas aisladas y confinadas (física o psicológicamente) que, muchas veces, acaban desarrollando problemas identitarios.

Otro trabajo interesante de Faroq, y esta vez realizado en color, es uno llamado ‘Women like us’ (mujeres como nosotras), que cuenta la historia de 15 mujeres yemeníes en un contexto de guerra. Faroq huye deliberadamente de los paisajes de guerra, destrucción y muerte para retratar a estas mujeres en sus entornos domésticos, mostrando su día a día.

La clave: Documentar nuestra propia historia a través de las experiencias de los otros, huyendo de la autorreferencialidad pero aprovechando y valiéndonos de nuestro propio conocimiento y empatía con los sujetos y situaciones que captamos.

MARÍA MAGDALENA ARRELLAGA

El de María Magdalena Arrellaga es un documentalismo más orientado al fotoperiodismo, pero con una importante connotación reivindicativa.

Arrellaga es una fotoperiodista radicada en Brasil que publica habitualmente en el New York Times. Sus temas principales son la mujer, la política y la naturaleza, siempre desde una vertiente reivindicativa. Trabaja principalmente en color, con una especial sensibilidad para el retrato y un muy buen ojo para contar historias de forma atractiva.

Entre sus trabajos más representativos está ‘Women in Samba’ (Mujeres en la Samba) en la que documenta el día a día de un grupo de Samba integrado exclusivamente por mujeres. La Samba es un mundo tradicionalmente machista en el que los músicos son siempre hombres y el papel de la mujer se limita al de bailarinas exuberantes y ligeras de ropa.

Las protagonistas de su trabajo son las integrantes del grupo «Samba que elas querem» (La samba que ellas quieren), a las que fotografía en ensayos y conciertos en pequeños locales

‘Marielle presente’ es uno de sus trabajos más conocidos. Se centra en las manifestaciones populares que siguieron al asesinato de la activista brasileña Marielle Franco el 14 de marzo de 2018.

Arrellaga también ha fotografiado el carnaval de Brasil, pero huyendo de las visiones más típica y tópicas, huyendo de la sexualización de la figura de la mujer, y mostrándolo como una fiesta reivindicativa y de autoafirmación.

En su haber hay también un trabajo curioso. Se llama ‘Up and down’ y en él documenta una profesión que desaparece: la de los ascensoristas de Río de Janeiro.

La clave: El documentalismo como forma de reivindicación y ruptura de estereotipos.

SIPKE VISSER

El caso de Sipke Visser y el de la autora de la que hablaré después, Nigel Poor, son dos claros ejemplos de la vertiente más lúdica del documentalismo y de la fotografía en general. Porque, al contrario de lo que pueda parecer, «documental» no tiene por qué ser sinónimo de «serio», «triste», «dramático» o «trágico».

Visser es un fotógrafo afincado en Londres cuyo trabajo más conocido es ‘Return to sender’ (Devolver al remitente). Para llevarlo a cabo, Visser eligió 500 direcciones postales al azar en Google Maps (la mayoría de ellas de Inglaterra y algunas de Estados Unidos) y a continuación envió cartas manuscritas de su puño y letra en la que se presentaba, explica su proyecto y les pedía que le escribiesen un texto hablando de lo que ellos quisieran (lo que habían hecho esa mañana, su película favorita, etc) junto con una foto. En su carta, Siple Visser adjuntaba un sobre franqueado para facilitar las respuestas. Con las cartas y fotos recibidas, hizo un curioso y original fotolibro.

Otro de sus proyectos se llama ‘Take a look at yourself’ (échate un vistazo). Lo hace como respuesta a la cultura del selfie que se ha instaurado con la llegada de los smartphones. Él sale a la calle con su cámara analógica y hace retratos a los viandantes. Les pide su dirección y, tras revelarlos, se los envía a los retratados pidiéndoles que escriban sus impresiones en la propia fotografía y se la envíen de vuelta.

Un proyecto tanto o más curioso que los anteriores y con un toque marcadamente conceptual es el llamado ‘Burnt wood’ (madera quemada). Visser pasa un día por un garaje que se ha incendiado y uno de los trozos de madera quemados llama poderosamente su atención. Lo toma «prestado», lo lleva a su estudio y, durante varios días, se dedica a hacerle fotos con cámaras de medio y gran formato. El resultado es una maravillosa serie en la que las texturas y las formas estimulan la imaginación de todo el que las mira.

La clave: Utilizar la fotografía como medio para que sean los propios sujetos los que expresen libremente sus ideas y opiniones y hacer una particular cartografía de las personas y las formas de pensar de nuestro tiempo.

NIGEL POOR

Nigel Poor es fotógrafa y artista visual y su web está llena de proyectos curiosos y originales. Si trabajo es una muestra de cómo la fotografía puede ser una herramienta más en un proceso creativo mucho más amplio, que incluye la manipulación, transformación y reinterpretación de objetos.

De entre todos sus curiosos trabajos he elegido uno llamado ‘Washed books’ (libros lavados). Para llevarlo a cabo, Poor escoge nueve libros que fueron prohibidos en la época en que se publicaron al ser considerados «impropios» o «sucios» y, literalmente, los lava. Lo que hace es meterlos en la lavadora, donde les da varios lavados, hasta que quedan reducidos a una especie de pasta.

Entre los libros elegidos están, por ejemplo, «Lolita», «Madame Bovary» o «Alicia en el país de las maravillas». A esa pasta resultante, Poor le añade lo que queda en el filtro de la lavadora (pelusas de su ropa, pelos… etc). Después coge su cámara e inmortaliza el resultado, que es lo que finalmente cuelga en las paredes de las galerías donde expone sus trabajos.

La clave: Utilizar la fotografía como modo de documentar y exhibir trabajos artísticos de corte conceptual.

De este repaso se pueden sacar varias conclusiones sobre el terreno por el que se mueve el documentalismo fotográfico en la actualidad. Una es la continua renegociación de las fronteras entre realidad y ficción que, lejos de perjudicar al documentalismo, lo que ha hecho es abrir nuevos campos a la expresión fotográfica.

Además, existe un creciente interés por documentar y «redescubrir» la cotidianeidad, una tendencia que se está generalizando y que provoca que sea muy importante (aunque también muy difícil) ser capaz de crear «misterio» en esos escenarios que muchas veces nos resultan invisibles (o difíciles de mirar con otros ojos) y carentes de interés.

Otro punto importante es no confundir documentalismo y fotoperiodístico. Fotografía (y documentalismo) no es solo aquella que se ve en los medios, así como una imagen tampoco se convierte en fotografía por el mero hecho de ser mediática.

Foto: Tania Franco Klein.

Las redes sociales pueden servir de plataforma para mostrar y dar a conocer trabajos fotográficos, pero ni la validez ni mucho menos la calidad de un trabajo fotográfico (documental o de otro tipo) puede ni debe medirse por el número de likes o seguidores conseguidos. Tampoco son el lugar donde probar y desarrollar nuestra voz como autores.

Al final, de lo que se trata es de dar sentido al mundo en que vivimos y a las realidades a las que nos enfrentamos, y de hacerlo con sensibilidad, honestidad y compromiso hacia lo que queremos contar y la manera en que queremos contarlo.

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